Alain Rouquié: "El peronismo explica las democracias hegemónicas de la actualidad"

Alain Rouquié:

El politólogo afirma que los rasgos fundamentales del peronismo trascienden época y fronteras.

Viajó 11 mil kilómetros, desde su Francia natal, para arruinar la fiesta de quienes creen en la excepcionalidad argentina. Porque, aparte de la avenida más ancha, los cuatro climas, el invento de la birome, Maradona y Messi, en estas pampas surgió el peronismo. Un fenómeno irrepetible y único, según la narración vernácula que fundó el mito. Pero Alain Rouquié llegó a Buenos Aires con una hipótesis que desmiente aquella particularidad. Nacido en la región de Occitania, cerca de los Pirineos, el politólogo que se volvió biografía obligatoria con su libro Poder militar y sociedad política en la Argentina presentó en la última semana su más reciente publicación: El siglo de Perón. “No hay nada único. Esa singularidad no existe”, refuta Rouquié mientras su imagen se multiplica en los espejos del salón del primer piso del elegante hotel Club Francés, ligado a la colectividad de ese origen, que desde 1941 funciona en lo que fuera la mansión de la familia Vázquez Mansilla, sobre la calle Rodríguez Peña, barrio de Recoleta.

En el mismo edificio elegido para conceder la saga de entrevistas -entre ellas Tiempo- supieron alojarse otros visitantes conocidos. Nombres como el exprimer ministro de Francia Dominique de Villepin o el intelectual André Malraux, aquel que definiera a la altiva ciudad de Buenos Aires con una crudeza inolvidable: “Es la capital de un imperio que nunca existió”. 

La hipótesis general de Rouquié (que organiza todo el libro y que está fundamentada en la primera parte, un repaso pormenorizado de la historia del peronismo con algunas definiciones que disparan acuerdos y reproches) es que el modelo político creado por Perón tras el golpe de Estado de 1943 obedece al contexto local e internacional de los ’40 y ’50 pero que sus rasgos fundamentales trascienden época y fronteras. En este punto entra en juego la categoría clave de ‘democracia hegemónica’, que Rouquié elige por sobre el concepto de ‘populismo’, al que descarta por su carga despectiva.

Por ‘democracia hegemónica’ (sin entender hegemonía en su sentido gramsciano) el politólogo francés define a un “modelo político que surge de elecciones libres, transparentes y sin fraude pero que, una vez en el poder, trata de controlar las instituciones constitucionales”. Al mencionar casos, Rouquié engloba bajo esa clasificación a las experiencias políticas de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina hasta el 2015, a las que describe con claroscuros y diferencias –algunas importantes- entre ellas. Rouquié acepta debatir sobre esos gobiernos. “Lo que permite comprender mejor al peronismo, 70 años después, son las democracias hegemónicas de hoy. Yo traté de estudiar al peronismo para explicar las democracias hegemónicas de la actualidad. Creo que las democracias hegemónicas de hoy permiten entender mejor al peronismo. Es un ejercicio como el de los fotógrafos, que utilizan el reflejo para componer una imagen”, plantea. 

La innovación más arriesgada de Rouquié es su pronóstico de que las condiciones que hicieron posible el surgimiento de las "democracias hegemónicas" en América Latina y en la Rusia de Vladimir Putin –desindustrialización, shock regresivo, crecimiento de la pobreza, desmantelamiento del Estado social, malestar con las élites de franjas mayoritarias de la población- ahora se viven y profundizan en Europa Occidental. “En algunos países europeos existen las condiciones que permiten el desarrollo de este tipo de regímenes. Estamos en un momento de grandes trastornos internacionales. Sobre todo en lo geopolítico, en lo económico. La división del trabajo ya no es la misma que en la primera globalización. El dinamismo de la tecnología sustituye a la mano de obra. Este trastorno geopolítico puede crear las condiciones idóneas para democracias hegemónicas”, advierte.  

-En El siglo de Perón usted no sólo habla de peronismo, sino también de Evo Morales, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, Rafael Correa, Néstor y Cristina Kirchner. Y también se detiene en Putin. Empecemos por Rusia. 

-El caso de Rusia es muy interesante porque, cuando desaparece la URSS, no había conocido la democracia. Quizá sí, algunos años y entre comillas: entre 1905 y 1917. Pero fue muy caótica. Y, de repente, se hunde la Unión Soviética y Rusia vuelve a una situación de caos,  penuria social, miseria. Los tiempos en los que las abuelas vendían sus cositas de las casas porque no tenían de qué vivir. Otros se repartían la riqueza nacional: los oligarcas de ahora. Compraron las acciones de las empresas estatales que les habían dado a los obreros. Por una botella de vodka. Con eso se apoderaron de una enorme cantidad de industrias, empresas, etcétera.

-Aparecen los nuevos millonarios rusos. 

-Exactamente. Y eso venía con la sensación humillante de tener a un histrión, un cómico, un payaso, como Boris Yeltsin, a cargo del Ejecutivo. Además, los occidentales pensaban que habían ganado una guerra cuando no hubo una guerra mundial. Y que los humillaban. Y de eso sale Putin. Con él vuelve el orgullo nacional, y con el boom de las materias primas crea empleos públicos. Aumenta el poder adquisitivo de todos. Es el hombre que salva a Rusia. Empezando por la (segunda) Guerra de Chechenia, que termina con una violencia enorme pero la gana, y se presenta como el hombre que va a recuperar toda esa historia de Rusia. El poderío militar. Y se acerca a la Iglesia Ortodoxa. Moscú se vuelve la tercera Roma, como en tiempos del zar. A partir de eso hay una enorme popularidad de Putin. Y cuando desaparece el viento de popa de los precios de las materias primas empieza la aventura militar: que le dan, otra vez, una enorme popularidad. Además, él es muy hábil para conseguir la reelección. No toca la Constitución, como lo hizo Chávez, como hizo Perón. Es sumamente hábil y eso se ve en su popularidad de hoy: está en un 70, 80 por ciento. Algo parecido sucede en Turquía, con (Recep) Erdoğan. 

-En otra parte del libro usted dice que las condiciones de posibilidad de las democracias hegemónicas son los ciclos de alza en los precios de materias primas pero que en los países de América Latina, a diferencia de las potencias militares como Rusia, cuando esos precios caen, no tienen la posibilidad de hacer dinamizar la economía local con una guerra. Esa es una limitación de los países latinoamericanos que quizá explica el llamado "stop and go"…

-Es una limitación importante y es muy positiva (risas). Es bueno que no puedan hacerlo. Pero, además, si se mira la caída de los precios de las materias primas que afecta a Sudamérica nos encontramos con que hay países que están muy mal, como Venezuela; otros países que están mal, como Ecuador, y hay un país, como Bolivia, que está bien. Y eso que la situación de la caída de los precios los afecta a todos. 

-En el libro usted dice que eso es así porque los bolivianos manejaron la política económica con más prudencia y austeridad. 

-Exactamente. En cambio, la gestión económica de Venezuela fue catastrófica. Desde Chávez, eh. Y Maduro no quiso cambiar nada, porque era sagrado. La sobrevaluación del bolívar era totalmente absurda que hacía que las importaciones entraban a un precio irrisorio y las exportaciones estaban mal. Todos los precios relativos estaban distorsionados.

-Usted plantea que una vez derrocado Perón hubo dos políticas hacia el peronismo: intentar destruir  esa anomalía política, o impulsar un intento de integración, que buscaba sumar a su base electoral. Esto lo intentaron Lonardi, Frondizi, Vandor, Massera y hasta Alfonsín. Pero fracasaron. Hoy en la Argentina hay un proyecto político que parece intentar nuevamente esa desperonización de la sociedad.  

-Se intentó varias veces. Es el enigma del peronismo. Su perdurabilidad. Grandes líderes carismáticos muchos países los tuvieron. (Charles) De Gaulle, Getulio Vargas. Pero en Brasil nadie se dice hoy getulista, como nadie en Francia se dice hoy gaullista. Es parte de la historia. Aquí, por el contrario, el peronismo sigue siendo un punto de división de la opinión pública. El peronismo ha muerto varias veces, ha resucitado varias veces, ¿por qué no puede resucitar otra vez? Pero, ojo, en la Argentina sí hay una cosa que no ha funcionado. El bipartidismo. No puede haber bipartidismo cuando uno de los dos partidos mayoritarios está tan dividido como lo está el peronismo en este momento. Ya se vivieron momentos en los que se pensaba que el peronismo estaba muerto o en crisis terminal. Cuando encuentre un líder podrá unificarse. Sin el líder, que es necesario en todos los partidos políticos y más aún en un partido que procede de un jefe carismático, es imposible. 

 -Usted también dice que una de las características de la democracia hegemónica es que no produce un cambio de la estructura económica sino, más bien, una modificación de las jerarquías sociales. Y eso genera la misma irritación que produciría una alteración de las estructuras económicas aunque sin producir una transformación profunda. 

-Sí, es así. ¿Por qué la clase media se acercó a las clases dirigentes? Porque tenía la impresión de que la clase obrera estaba privilegiada y que los funcionarios públicos, por ejemplo, tenían aumentos muchos más reducidos que los obreros. Si uno mira las cifras es cierto. Uno ha escuchado frases de esos años como la siguiente: “El peronismo era el tiempo en el que los obreros se lo creían todo permitido, se permitían todo”. No era así, pero sí las clases medias tenían la impresión de que las querían humillar, las querían postergar. Perón perdió mucha popularidad en esos sectores medios, que son tan importantes en la Argentina. Siempre se dijo que la Argentina era un país de clase media. Un país de ciudades y, por definición, un país de clase media. «

Del "fantasma rojo" a la amenaza populista

Alain Rouquié no quiere saber nada con el concepto de "populismo" de Ernesto Laclau. Sí tiene una gran amistad con el dirigente francés que más leyó al fallecido teórico argentino del posmarxismo: el excandidato presidencial de la izquierda Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa). Cuenta que compartió algún verano con Mélenchon. Hacia el final de la charla con Tiempo, Rouquié recuerda que el proyecto político de Perón se benefició de un temor que circulaba entre los militares nacionalistas que llegaron al poder en 1943: la amenaza de que, una vez finalizada la Segunda Guerra, Argentina fuera perjudicada con un cambio drástico en su inserción en la economía mundial. Hasta ese momento, producto de las circunstancias, el país había promovido la sustitución de importaciones. Una crisis económica resultante del cambio de la baraja en el mundo, temía Perón, podía provocar "una sublevación clasista" en la Argentina. "Perón tenía una obsesión con la posguerra. Él no quería que se produjeran hechos como los de la Patagonia, durante el gobierno de Yrigoyen. Y, después de su etapa en Roma y de su paso por España, también tenía otra obsesión: evitar una guerra civil de tipo español en la Argentina", subraya el politólogo.  Aquella amenaza del 'fantasma rojo', que Perón enarbolaba de modo permanente,  le permitió al peronismo, plantea Rouquié, reunir voluntades para un Estado social de corte autoritario.  –En 2002/2003, con Duhalde primero y Néstor Kirchner después, también se restaura de alguna manera el orden. "Es esto o el vacío", parecía ser la consigna. ¿El problema para los partidos progresistas o populares de América Latina  es que hoy no hay ninguna amenaza con la que asustar a las elites? Porque la única amenaza que se menciona es 'el populismo'.

–Pero al peronismo eso no le sirve, porque el populismo es, justamente, el propio peronismo (ríe).

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