Balance de un paro en blanco y negro

Balance de un paro en blanco y negro
Barrionuevo, Moyano y Micheli festejaron el resultado de una huelga de transporte contra el gobierno que mete presos a los asesinos de Norberto Centeno, el autor de la Ley de Contrato de Trabajo. La conmovedora carta de la hija de Tosco que puso las cosas en su lugar. A Claudio Díaz, por nuestros días felices.
Veinticuatro horas después del lockout de transporte disimulado en formato de huelga obrera promovido por Luis Barrionuevo, Hugo Moyano, Pablo Micheli y la izquierda antikirchnerista televisada, el empresario del sindicato gastronómico le dio toda la razón al gobierno: "Massa los va a matar en las elecciones", sostuvo en una entrevista radial, como para confirmar el sentido político-partidario de la movida y su debilidad por los verbos fuertes, al tiempo que reflotó el lanzamiento de la "Mesa Sindical Massa Presidente": "Necesita una estructura en todo el país para que le cuenten los votos. Eso es lo que pasó con Menem. Le organizamos la mesa sindical Menem Presidente porque había que contar los votos." Y se quejó: "La presidenta hace tres años que no responde ninguno de nuestros planteos."

A Barrionuevo se lo podrá acusar de muchas cosas. Lo que no puede decirse de él es que evite, cada tanto, confesar la crudeza de sus objetivos sin sonrojarse. Hoy quiere ser la pata sindical de una futura aventura presidencial de Sergio Massa, el candidato que en las últimas elecciones a diputado fue elegido por uno de cada tres bonaerenses y también cuenta con el voto del Foreing Office y del Departamento de Estado. Propone Barrionuevo contarle los votos. Hasta ahí llega su sindicalismo burocrático. Se ve a sí mismo como una estructura alquilable al mejor postor. Ofrece sus servicios y luego pasa la gorra. Menem, en su momento, le pagó con creces su labor de fiscal de mesa, poniéndolo en la cúspide de la ANSSAL (lo que hoy sería el ANSSES) y le dejó también los negocios del PAMI, que Néstor Kirchner le quitó durante su gobierno. Desde entonces, es antikirchnerista furioso. Con caja discrecional, Barrionuevo hubiera intentado ser un falso kirchnerista, de los que hay muchos. Si Hermes Binner le ofertara el Ministerio de Trabajo de un gobierno imaginario, el empresario sindical gastronómico descubriría, de la noche a la mañana, las bondades de Juan B. Justo e inauguraría bustos de Alfredo Palacios, olvidándose de que el diputado socialista fue embajador en Uruguay del golpe del ’55 que persiguió a los obreros peronistas que, en teoría, él dice representar. "Nunca me salí de la ortodoxia del peronismo, nunca tuve nada que ver con los Montoneros, con la izquierda, jamás. Nunca tuve absolutamente nada que ver con la izquierda ni comparto ninguna política con la izquierda", subrayó en el reportaje radial. A sincero, difícil ganarle.

Volviendo al funcionamiento del sindicalismo corporativo, Barrionuevo vendría a ser la expresión Triple XXX. Sólo por eso, un poco más brutal. Pero Hugo Moyano, con otros blasones, que se declaraba enemigo histórico del empresario del Sindicato Gastronómico, no responde a una lógica muy distinta. En las últimas elecciones, puso a su sindicato y a su espacio gremial satélite a contar los votos de Francisco de Narváez, el empresario que se compró literalmente la biblioteca de Juan Perón para autoproclamarse peronista. El fracaso electoral del moyanismo fue estrepitoso. Antes de ser denarvaísta, Moyano había sido kirchnerista. Tenía chapa para serlo. En los '90, peleó contra el neoliberalismo, que expresaban sindicalmente Barrionuevo y Los Gordos. La impresión es que seguiría siendo parte de "la mierda oficialista" si la plata de las obras sociales, es decir, la caja, Cristina no se la hubiera corrido tan lejos y le hubiese permitido, al menos, sentir que ocupaba la mesa chica de las decisiones trascendentes. O, algo que lo atraía, ser el sucesor ungido por el matrimonio Kirchner, el candidato a presidente en 2015, que era lo que en verdad ansiaba cuando se hacía llamar "el Lula argentino".

Leonardo Fabre, moyanista y jefe del sindicato APOPS (Asociación del Personal de los Organismos de Previsión Social), en un reportaje televisivo de hace unos días dio la primera versión sindical seria sobre el porqué del distanciamiento con el gobierno: "Le juntamos 700 mil trabajadores en la 9 de Julio. Vino todo el gabinete, menos Cristina. Nos dejó de hablar, nos faltó el respeto." Fabre podría ser kirchnerista, como lo era, de hecho, porque el kirchnerismo estatizó las AFJP, reclamo histórico de su sindicato, que hasta el día de hoy –aunque cada vez con menor intensidad– le agradece a Néstor Kirchner. Pero el día de la 9 de Julio se jugaba algo mucho más importante que su quinta personal. Ese día el movimiento sindical encabezado por Moyano sintió que perdía algo esencial: su rol como canal de reclamo y soluciones con el poder estatal para el resto de los sindicatos, que lo respaldaban por pedido de Kirchner. El lugar estratégico del toma y daca clásico entre gobiernos y sindicatos. Cristina les dijo: puedo sola y no necesito del paraguas de ustedes para avanzar. La herida narcisista es lo de menos. El problema es que el ole presidencial inauguró un período negro para el moyanismo que, en adelante, no paró de desacumular poder. Perdió negocios, perdió agenda, perdió aliados, perdió la conducción de la CGT unificada y perdió, algo fundamental, el atajo conducente, la ruta apreciada, a presidentes y ministros con capacidad de decisión y manejos presupuestarios.

Por eso, para reinsertarse de cualquier modo en el mapa de la discusión pública, Moyano hizo lo que jamás se pensó que haría. Se asoció con el Clarín que lo pintaba con las manos ensangrentadas por el asesinato de Beroiz, puso a su mejor armador –Juan Carlos Schmidt, de Dragado y Balizamiento– a reflotar la relación con Roberto Fernández –mandamás de la UTA, a quien el camionero despreciaba en privado–, pactó el insólito acuerdo electoral con De Narváez, se volvió a abrazar con su supuesto archienemigo flexibilizador Luis Barrionuevo y hasta le dio oxígeno a la media CTA de Micheli y la izquierda "clasista" para contar con su aceitado brazo piquetero en el corte de accesos a la Capital Federal.

La foto en blanco y negro del salón Felipe Vallese, donde apareció flanqueado, precisamente, por Barrionuevo y Micheli, para hacer un balance exitoso de la jornada del jueves 10, podrá haberle llevado algo de alivio a su maltratada vanidad. Cuando baje la espuma, la canción va a ser otra. De todos los participantes, será el que menos haya pescado en este río revuelto.

Barrionuevo podrá mostrarle a Massa su incombustible influencia en el movimiento sindical y habrá recotizado su valor como "personal counter" de votos para las elecciones del año que viene, mientras se frota las manos a la espera de un premio oneroso.

Micheli podrá hacer algo parecido con Hermes Binner o con Víctor De Gennaro, después de citar discepoleanamente a Rodolfo Walsh y a Agustín Tosco sentado junto a Barrionuevo.

La izquierda del FIT (la única que fue con un programa político propio a la jornada), seguirá engordando en el descontento obrero de base frente a un año crítico de la economía, en alianza con los medios de comunicación antikirchneristas que le televisaron los piquetes y sus efectos en una comunión de objetivos evidente.

Moyano, en cambio, va a seguir sitiado en la ciudadela de los Camioneros –que de verdad lo quieren–, y acompañado incondicionalmente por sus hijos. Porque nada de lo que hizo fue gratuito. Para sentarse en el medio de la mesa en la sede de la CGT de Azopardo antes tuvo que rogarle ayuda a Fernández (que le añadió el apoyo de los empresarios del transporte, de colectivos y de subte), a Clarín (que cuando haga falta va a sacarle de vuelta la causa de los medicamentos truchos), a Barrionuevo (que no lo va a dejar ser la cabeza de la "Mesa Sindical Massa Presidente" y esta vez puso a los empresarios de las estaciones de servicio al servicio de la causa) y a Altamira y la izquierda, que por abajo hacen política en contra de él en las fábricas. Es decir, jugó con cartas ajenas que pertenecen a sus propios competidores en el espacio gremial y político que intenta manejar.

Sobrevoló la idea, allí, en el Vallese, de una suerte de restauración de los viejos fulgores de la antigua Patria Sindical. Gerónimo "El Momo" Venegas habló de José Rucci y de la Juventud Sindical Peronista de los '70, reeditando la retórica de la pelea fratricida entre peronistas de diversas tendencias de aquel tiempo, prólogo de la Triple A y del terrorismo de Estado. Como si alguna épica supuestamente gloriosa los animara desde el pasado, también Moyano y Barrionuevo cayeron en la tentación de describirse orgullosamente ortodoxos y custodios de una fe sindical corporativa inalterable al paso de todos los gobiernos.

El gastronómico entró, como Venegas, en la máquina del tiempo: "Los montoneros mataron a (José Ignacio) Rucci y mi ídolo es Rucci." No es de ahora, hace años que el sindicalismo peronista de cuño antikirchnerista busca apropiarse de la figura del asesinado metalúrgico para contraponerla a los supuestos representantes de la Tendencia en el gobierno, es decir, sus supuestos victimarios. Es un recurso maniático. Rucci está muerto. No puede hablar. Ni siquiera el metalúrgico oficialista Antonio Caló, que maneja el sindicato más ruccista, podría hacerlo decir algo. Rucci fue la expresión más acabada de la lealtad sindical a Perón y a su tercera presidencia. Era de derecha, violento en un tiempo violento, y murió pobre. Esta última parte, desgraciadamente, es la menos reivindicada por sus actuales vindicadores.

Habitualmente, se da una confusión entre peronismo y sindicalismo, como si fueran la misma cosa todo el tiempo o tuvieran idénticos propósitos e intereses en cada encrucijada de la historia. Este supuesto cristalizado, paradojalmente impulsado por la academia antiperonista y el peronismo sindical, omite destacar que el sindicalismo como tal existía antes del peronismo, del mismo modo que lo hubo luego del derrocamiento de Perón. Vandor, por ejemplo, era sindicalista. También los ferroviarios a los que Evita criticó ("hacerle huelga a un gobierno peronista es convertirse en carneros de la oligarquía") por parar allá por el '50.

El sindicalismo, aun el que se autoproclama peronista, es un movimiento con intereses autonómicos y dinámica política propia. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón los introdujo en la lógica del Estado, claro que bajo su liderazgo. Él era el "Primer Trabajador", y los obreros peronistas, la columna vertebral del movimiento que él conducía. Cuando estos quisieron explicarle el peronismo a Perón, Cipriano Reyes voló por los aires. La parábola de Reyes es también aplicable a Augusto Timoteo Vandor.

Hubo sindicalistas leales al proyecto político de Perón y también sindicalistas peronistas como Vandor, que pactaron con el dictador Juan Carlos Onganía. No fue Perón el que les entregó las obras sociales a los sindicatos peronistas, como se supone, sino el líder de la llamada "Revolución Argentina", el fascista que quería ser la versión argentina del Generalísimo Franco. En su afán de eternizarse, Onganía convino la paz social con un sector sindical peronista a cambio de caja. Es el modelo que existe hasta hoy. Algunos sindicatos hacen un gran trabajo sanitario desde esas obras sociales para sus afiliados y otros hacen negocios, y a veces, las dos cosas juntas.

El Cordobazo, encabezado por sindicalistas de izquierda y también peronistas como Agustín Tosco, Atilio López, René Salamanca y Elpidio Torres, selló la suerte del dictador Onganía el 29 de mayo del '69. Un mes después, un comando misterioso asesinó a Vandor. Lo primero es reivindicable (el levantamiento popular de obreros y estudiantes contra una dictadura); lo segundo, un crimen político que fue festejado por el propio Perón exiliado. Sus causas, merecen estudio. Sus razones, vistas desde el presente, la condena, al igual que lo de Rucci.

Por suerte, la Argentina es otra. Los contextos no son los mismos. Vivimos en una democracia y no en una dictadura. El sindicalismo peronista que expresan Moyano, Barrionuevo y Venegas vive atrapado en una escena trágica de hace 40 años. No es para festejar. Entre sonrisas, codeos y cantitos, mientras hablaban de "parazo" en la conferencia de prensa del jueves, primero Moyano y después Micheli intentaron sumar al relanzamiento del paradigma de la Patria Sindical a dos figuras emblemáticas del movimiento obrero: el lucifuercista Tosco y al laboralista de extracción peronista Norberto Centeno. Del primero dijeron que, de haber estado vivo, hubiese parado contra Cristina Kirchner. Del segundo, que era un abogado que no se escondió durante la represión ilegal. En síntesis, usaron a Tosco y a Centeno para atacar al gobierno. No hubo mención en esa conferencia de prensa, por ejemplo, al caso de Vicente Massot, de La Nueva Provincia, que ahora enfrenta la justicia por la desaparición de dos obreros gráficos. Massot, se ve, cuenta con el apoyo de ADEPA y del silencio de la conducción sindical que hace paros por la inseguridad.

Vamos por parte. Tosco no es un hombre de este tiempo. Su propuesta era política y no puramente gremial. Quería una patria libre de opresión y no una patria sindical. No buscaba poltronas, ni guardaespaldas, ni poder corporativo. Trascendió todo eso. Le hizo el Cordobazo a Onganía y fue preso. Murió en la clandestinidad, perseguido por el gobierno isabelino que Venegas añora, lejos de su familia y dejó un legado que no se cuantifica en camionetas cuatro x cuatro. No se sabe qué hubiera hecho el jueves. Su hija, Malvina, tuvo que salir a poner las cosas en su lugar, a través de una carta: "Crecí entre gobiernos de facto, mi adolescencia la viví en una dictadura militar, perdí a mi padre perseguido por el terrorismo de Estado, hoy mis hijos crecen en democracia, libres, sin miedo de opinar. Es de soberbios, engreídos, irrespetuosos decir lo que mi padre hubiese hecho hoy (por el jueves). En Córdoba mi gremio no adhirió, para mi satisfacción (…) No me atrevo ni a pensar qué hubiera hecho mi padre, que caradurez la de estas personas que se atreven a mencionar a Tosco y a Walsh, verdaderos héroes de la historia nacional (…) Yo no me adherí al paro, y no sé qué me hubiera dicho mi papá." ¿Qué se puede agregar a esto?

Moyano mencionó casi en clave a Norberto Centeno. Para los no iniciados en la historia del movimiento obrero, corresponde recordar que Centeno fue preso con el golpe del ’55 por su militancia justicialista. En la cárcel se recibió de abogado. Durante el Plan Conintes volvió a ir preso. Fue el encargado de redactar la Ley de Asociaciones Profesionales en 1973. Un año más tarde, presentó el proyecto de Ley de Contrato de Trabajo, la 20744, el mayor avance legislativo para el derecho obrero en la historia del país, el límite a la voracidad empresaria de todos los tiempos, que incluyó la reparación por accidentes de trabajo y las enfermedades profesionales, el principio de solidaridad entre contratistas y subcontratistas, la estabilidad del empleo, los montos indemnizatorios, la protección de la mujer antes y después del parto, las vacaciones pagas, las horas extra y la obligación de saldar a favor de la parte más débil en los juicios laborales, es decir, el trabajador.

La norma fue combatida por los grupos empresarios concentrados bajo el argumento de que obstaculizaba la "eficiencia industrial" y de amenazar los "derechos de propiedad". Cuando se produjo el golpe del ’76, la alianza cívico-militar que llevó adelante el plan genocida para cambiar la matriz productiva del país, derogó 26 artículos de la ley y modificó otros 99, mutilándola en sus aspectos más avanzados. El 7 de julio de 1977, Centeno fue secuestrado y murió dos días más tarde en el camastro de torturas. Así empezaba la llamada "Noche de las corbatas", donde desapareció, entre otros, el padre del actual secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda.

El asesinato de Centeno no fue por azar. Era el padre de una ley subversiva para los oligopolios y los monopolios. Son los mismos grupos que hoy procuran desestabilizar la economía kirchnerista, saqueando el bolsillo de los trabajadores con los aumentos inflacionarios y promoviendo la devaluación con la última corrida cambiaria de diciembre.

Moyano incurrió en un contrasentido el otro día. Utilizó su figura para justificar un paro contra el gobierno que más respetó en la práctica concreta, desde 1983 a la fecha, el espíritu de la obra jurídica de Centeno. El mismo lo dijo hace tres años. No se sabe qué diría el abogado laboralista sobre el paro del jueves. Ocurre lo mismo que con Tosco y hasta con Rucci. Quedan a merced de sus interpretadores. Son arrastrados a un diccionario del presente donde dicen, o son hechos decir, lo que cada uno pretende que digan. Es una trampa para reescribir y falsificar la historia, al mejor estilo mitrista.

Pero sí se sabe, sin ninguna duda, qué dicen hoy los asesinos de Centeno sobre el kirchnerismo que impulsó las políticas de Memoria, Verdad y Justicia que los mandaron a prisión: es lo peor que le pasó en sus vidas.

A este gobierno peronista, con el apoyo de la Sociedad Rural, la comprensión escrita de Joaquín Morales Solá en el diario La Nación y el beneplácito del Foro de la Convergencia Empresaria, donde Centeno y Tosco son mala palabra, Barrionuevo, Moyano y Micheli le asestaron un paro general

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