Búfalos, guanacos y buitres en la antesala del default

Búfalos, guanacos y buitres en la antesala del default

Hoy otra vez activos operadores en plena crisis, los sobrevivientes del primer kirchnerismo piden tomar perspectiva en busca de restarle dramatismo al presente. Recuerdan que, después del estallido de 2001, Argentina estuvo dos años largos en el subsuelo del default.

Fueron 638 días de lo más intensos hasta que, en septiembre de 2003, Roberto Lavagna anunció en la asamblea anual del Fondo en Dubai que el país que gobernaba Néstor Kirchner -y tenía como jefe de Gabinete a Alberto Fernández- hacía la propuesta de mayor quita de la historia para los acreedores. Recién un año y nueve meses más tarde, en junio de 2005, se cerró el canje con el 76% de los bonistas por 81.800 millones de dólares.

Comparado con ese ritmo, dicen en el nuevo oficialismo, el proceso de reestructuración de deuda camina a paso firme. Cerca de Fernández y Martín Guzmán no convalidan las presiones del mercado que hablan de una negociación que no arranca o avanza lento en medio de la emergencia. “Está funcionando con una rapidez importante”, dicen.

La pulseada empezó, en un contexto muy distinto al de 2003. El default está en el horizonte y no en el espejo retrovisor, el país se acostumbró a la recesión, la inflación es un problema de primer orden y, como si fuera poco, Donald Trump está en campaña para su reelección.

Además, la composición de la deuda y el mapa de los acreedores es muy distinto, tal como insinuó Axel Kicillof con un discurso que toma los principales conceptos del diccionario del profesor Guzmán. “Políticas de deuda”, “voluntad de pago”, “buena fe” y “soluciones constructivas” son las palabras elegidas para atravesar el campo minado que sembró, en tiempo récord, la cuadrilla bomba de Mauricio Macri.

Queriéndolo o no, la administración Cambiemos entró en un festival de endeudamiento con vencimientos de cortísimo plazo sólo compatible con un piloto suicida que se despreocupa del mañana: 191.119 millones de dólares a pagar entre 2020 y 2023, de acuerdo a los números de la consultora Ledesma publicados en La Voz del Interior.

Enfrente hay ahora una fauna de bonistas que, según el gobierno de los Fernández, se caracterizan por su heterogeneidad y puede todavía ir variando, minuto a minuto. Como BlackRock, Templeton o PIMCO, son todos actores grandes de infinitas caras y subfondos.

No hay conflicto bilateral que involucre a jubilados italianos, alemanes o japoneses. Todos compraron sus bonos a un precio distinto y no todos tienen la misma agenda de demandas. Algunos entraron tarde, cuando otros ya entendían que la aventura de Cambiemos llegaba a su fin. Algunos ingresan ahora en busca de una oportunidad que nadie ve.

Están los que odian al Fondo y lo señalan como corresponsable de su ruina; están los que le piden que se comprometa. Algunos trabajan con sus lobistas desde Wall Street y otros desde Buenos Aires. Algunos pueden aceptar una quita de envergadura, otros no.

En el nuevo oficialismo dicen que el proceso de reestructuración de deuda camina a paso firme.

Rara herencia del paso de Marcos Peña por el gobierno, en el peronismo juegan con una metáfora amarilla para describir la heterogeneidad de los acreedores: “Hay búfalos, guanacos y buitres. Pero en cada corral aparecen todos mezclados. Muchos de los grandes tienen distintos tipos de bonos y eso puede complicar mucho porque tiene efectos dispares”. En juego “hay miles de millones” de dólares, tal como afirmó el Presidente el lunes en C5N.

La decisión de Kicillof encendió las alarmas de un default y dejó traslucir también que el gobierno puede endurecerse de cara a la reestructuración. Entre los tenedores, nadie razona con la cabeza de un pesificado. “Vos nunca sabes cuando ante una baja de precios, estos tipos dicen ‘le vendo a los buitres’ o ‘me pongo en modo razonable’”, afirma uno de los funcionarios de Fernández que está acostumbrado a tratar con fondos de inversión.

Hay un actor más, decisivo, que todavía no definió su juego, el prestamista de última instancia que oficia otra vez como acreedor privilegiado, tiene sus primeros vencimientos en 2021 y no teme a ninguna quita.

Cuando Sergio Chodos debute este jueves en Washington como director argentino ante el FMI, en la reunión con representantes de 24 países, se iniciará un proceso prolongado en el que el gobierno de Fernández intentará ver materializada la quimera de un “nuevo Fondo”.

Hay pocos datos de filantropía, apenas algunos elementos que en el Frente de Todos generan cierta ilusión. Georgieva desplazó al italiano Roberto Cardarelli y designó al venezolano Luis Cubeddu como jefe de la misión, un burócrata que conoce la cara aborigen de la crisis desde que desembarcó durante un año y medio en Buenos Aires, entre 2002 y 2004. Pese a que sobrevive el argenmex Alejandro Werner como director de un Hemisferio Occidental donde el principal deudor es Argentina, en la Casa Rosada afirman que Georgieva hizo una primera demostración de poder y un intento de querer despegar de la sociedad que el organismo selló con Macri por orden de Trump.

Guzmán apuesta a que el Fondo también se defina, adopte el lenguaje del tercer kirchnerismo y admita que el endeudamiento de la era Cambiemos era insostenible. Por ahora, lo que hay son elogios al paquete de emergencia que avanza con un ajuste de magnitud y es compatible con las recetas de la ortodoxia. Al FMI no le importa tanto quién paga el ajuste: sólo exige que se haga.

La autocrítica, en cambio, no aparece en el manual de los abanderados del déficit cero.

Comentá la nota