Cambios para no cambiar nada

Cambios para no cambiar nada

Cambios para no cambiar nada. Eso es lo que anunciará el Gobierno hoy, lo que subyace bajo la danza de nombres, rumores de renuncias e incorporaciones que durante el fin de semana poblaron los titulares de los medios.

 

Tal como anticipamos, el ministro de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne, comunicará un paquete de medidas de ajuste para cumplir con las exigencias del FMI y llevar el déficit fiscal al 0%, lo que implicaría de aquí al año próximo un recorte de más de $400.000 millones; la conformación del nuevo gabinete presidencial; y un esquema de retenciones a todas las exportaciones (campo, economías regionales, industriales). 

El Gobierno tratará de disfrazar ese ajuste adicionando un refuerzo en la ayuda social y el regreso de programas como precios cuidados. La intención es inyectar dinero entre los beneficiarios de planes sociales como la Asignación Universal por Hijo (AUH), que recibirán un aumento.

Todo -hasta esa “salvaguarda” de último momento- estaba previsto en las negociaciones con el Fondo si la crisis se aceleraba. Empero, lo que no contempla el acuerdo es un cambio en la política económica del Presidente, un plan de desarrollo que acompañe y a través del empleo bien remunerado -en una fábrica, en la obra pública- vaya devolviendo la dignidad al tercio pobre de argentinos que hoy viven en los márgenes del sistema, eternamente dependientes del Estado y sus propinas, a la intemperie y sin futuro.

Como recuerda el Papa Francisco, los planes sociales, que atienden ciertas urgencias, deben pensarse como respuestas pasajeras, como puente hacia una situación mejor, a la inclusión dentro del sistema, al “progreso” de la movilidad social. 

Resulta perverso cuando se aplica como política de parche, y condena a vivir en el fango a millones de compatriotas. 

El modelo actual, el que propone el FMI y ejecuta el Gobierno, solo cierra de este modo: con maquillajes para la misciadura, repartiendo prebendas que son pan duro para hoy y hambre para mañana entre pobres a los que no se les ofrecen armas para que dejen de serlo, se ganen la vida. 

Conviene mantenerlos a la sombra de un poder político que los desprecia y los somete con la changa, la ayuda exigua.

Esa senda, que es incapaz de mejorar la condición de quienes dependen del plan social o el comedor para alimentarse, es perfecta para los requerimientos del FMI: bajar el déficit, por ejemplo, pero a costa del consumo cero de gente con el poder adquisitivo estrangulado, de un mercado interno cada vez más débil. 

En ese contexto, al que se agregan la suba en todos los costos, las altas tasas de interés que imposibilitan el financiamiento y la apertura de importaciones que favorece a empresas extranjeras y desaparece a la industria nacional, no hay producción que aguante. La especulación triunfa, la recesión se impone y es probable que en pocos meses más la inflación se desacelere producto del bajo consumo.

También es posible que la devaluación se estanque: licuados ya en demasía los salarios y la deuda interna del país, un dólar en el rango de los $36 o $38 resulta competitivo para las producciones primarias de los grandes agroexportadores que, si bien deberán aceptar la continuidad de las retenciones, seguirán sacando tajada en medio del ajuste.

Nada de lo que anunciará hoy Dujovne se apartará de lo previamente acordado con el FMI. Todo es parte del examen que el Gobierno debe rendir ante el Fondo y que mañana, en Washington, presentará el ministro frente a la directora del organismo, Christine Lagarde. Es de esperar que el funcionario regrese con una muy buena nota y que a la brevedad el Gobierno, que ha cumplido a rajatabla con las exigencias del país del Norte, reciba los desembolsos que restan del préstamo por US$50.000 millones. 

Pues, por medio de este ajuste que tiene mucho de mediático y previsible, han hecho los deberes para contar con el dinero fresco necesario de cara a la campaña electoral que se avecina. 

Ambos se necesitan: el jefe de Estado para ser reelegido, y el Fondo, al que le conviene que contar con la sumisión de un Macri en estas tierras.

El plan seguirá como siempre. Pero el Gobierno hablará de “cambio”. Lo hará entre ruidosos bombos y platillos. Con el silencio de un importante sector de la oposición, que siempre otorgó y otorga.

Comentá la nota