La fe, el candombe y la inflación

La fe, el candombe y la inflación

Por Miguel Wiñazki

El índice de precios en constante alza siempre obliga a un cambio, destituye un paradigma para imponer otro.

 

Las palabras que prevalecen en la política son la política misma en su profundidad psicológica estructural. Por ejemplo: el término “desencantados”, tan presente ahora en todos los análisis, revela que antes hubo entonces “encantados” con el ciclo que se inauguraba en 2015.

El encantamiento arraiga en la irrealidad. Es un hechizo, una fe en las varitas mágicas, una arrobamiento ante los abracadabras, un culto a los cuentos con principio feliz y final feliz.

 

Es más razonable pero más áspero el desencantamiento.

Para no abismarnos en la realidad inventamos otras ficciones. Una -y esencial- es la leyenda del pasado inmediato que suele fascinarnos desde una dicha que no fue, pero que reconstruimos como ficción y seducción. “Con Cristina éramos felices”, afirman bajo diversos discursos y modos los embrujados por una visión retrospectiva y falaz.

No toleramos la orfandad del desencantamiento. Es necesario volver a creer y para creer nada mejor que las leyendas prospectivas o retrospectivas.

La curva descendente del desencanto coincide con los picos inflacionarios y ahí se gatilla otra andanada de fábulas.

Desde el Instituto Patria se dibujó el espejismo de Portugal, donde impera una especie de socialismo tolerante y eficiente. El libro del desasosiego portugués se convirtió así, como por arte de magia, en un modelo anhelado de neocristinismo pero sin mastines del tipo Guillermo Moreno, por ejemplo.

El politólogo argentino Andrés Malamud que vive en Lisboa, recordó el desierto del ajuste al que los lusitanos debieron exponerse para llegar al equilibrio actual que el kirchnerismo describe como un paraíso sin costos previos.

Otra mentira K.

La fe se desprende de la duda. Pues, no tenemos fe en aquello que sabemos. Si está lloviendo y me mojo, no enuncio: “Tengo fe de que en este momento llueve”. Simplemente digo “está lloviendo, y me estoy mojando”. Por el contrario, creemos en lo que aún no sabemos. La inflación futura es un acto de fe. Para el gobierno la cifra será más baja que la que preanuncia la oposición K. El problema es que la fe no siempre mueve montañas. El optimismo no alcanza para atenuar el flagelo.

La inflación es destituyente. No porque explícitamente se manipulen aumentos de precios para hacer caer a un gobierno. Sino porque la inflación obliga siempre a un cambio de régimen económico. Destituye hay un paradigma para imponer otro. Hay un punto en el que coinciden las frustraciones colectivas más agudas con la depresión de la psicosis inflacionaria. Entonces, se vuelve imperioso maniobrar con nuevas recetas. Ahora la expansión de precios y la caída del salario real condujeron al gobierno a un deslizamiento parcial desde la ortodoxia del FMI hacia la heterodoxia del acuerdo de precios.

La cultura política argentina arraiga en una realidad esquizoide que deambula pendularmente entre el demagógico altruismo populista y el institucionalismo sin bombos.

Los bombos no deben despreciarse. Son un latido que el institucionalismo abstracto nunca llegó a palpitar. Los bombos son el biorritmo de una emoción terrestre que proviene de un candombe originario que interpretó una nota muy profunda, danzante y desafiante.

El institucionalismo abstracto no llega bien abajo. Es virtuoso en sus intenciones, pero parcialmente impotente en sus acciones resolutivas.

Ese es el abismo que nos desune. Todavía no hay fórmula para reunir al candombe de la política en las calles con las teorías racionales del Estado.

Esa es la antinomia originaria y primordial.

El racionalismo institucionalista carece de bombos, y la murga elocuente de las calles carece del republicanismo tan conveniente, siempre que sea inclusivo.

Hay una intersección necesaria entre las abstracciones y los tamboriles, entre los teoremas economistas y la calle vitalista.

Hay un saber en la incorrección desafiante, tribunera y futbolera del que conoce el país de a pie, y desde los andenes repletos de los trenes y desde los andurriales más lejanos del conurbano pantanoso. Y también hay saber en la inferencias aritméticas de las Academias y de los cánones, también imprescindibles.

La universidad en la calle y la calle en la universidad. Esa es la utopía.

Mientras tanto y de frente a las elecciones hay una Argentina que cae media muerta de desesperanza todos los días, que brota agónica en la súplicas de los mendicantes, y en las plegarias de los desesperados. Y hay otra Argentina que resucita, que insiste en ascender.

Y en ese bamboleo, en esa congoja, en esa pugna, entre fugas imaginarias de la realidad, entre encantos y desencantos, las brújulas que nos salven de la tormenta giran como locas.

Todavía.

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