El conflicto en medio de la escena

El conflicto en medio de la escena

Los reclamos de las centrales obreras, de los maestros y de las organizaciones sociales amenazan con profundizarse. El debate interno de la CGT sobre cómo continuar con el plan de lucha.

En diez días termina el verano y el gobierno nacional pone proa hacia octubre navegando aguas turbulentas. La semana pasada tres manifestaciones masivas en tres días sucesivos sacaron a la calle a casi un millón de personas. En las tres marchas se agitaron, mayoritariamente, consignas críticas o con exigencias para la administración del presidente Mauricio Macri. Los hombres y mujeres que salieron a la calle lunes, martes y miércoles asumieron como propias cada una de esas reivindicaciones, a veces incluso sobrepasando el énfasis y la urgencia de alguno de los organizadores, demostrando que las preocupaciones son parte de la agenda cotidiana de la ciudadanía y no un compromiso de cúpulas que puede ser desactivado en una habitación cerrada. 

Pero lo peor para el Gobierno no fue lo que pasó, sino lo que puede pasar en las próximas semanas: sin haber dado, hasta el día de hoy, cuenta de ninguna de las demandas de las protestas de la semana pasada, los frentes abiertos sólo pueden escalar. Además, nuevos actores prometen abrir nuevos flancos. El miércoles, sin ir más lejos, una numerosa alianza de movimientos sociales promete 300 cortes de ruta en todo el país. La publicación de los datos oficiales de inflación de febrero, casi del doble que el mes anterior, echó por tierra el intento del Gobierno de cerrar paritarias en torno al 18 por ciento. Y episodios de violencia institucional como los que se vieron el miércoles pueden disparar una escalada peligrosa en el conflicto social.

En ese cuadro de pugna creciente coinciden todos los dirigentes opositores consultados por PáginaI12 para esta nota: líderes sindicales de los distintos sectores de la CGT y la CTA, referentes de movimientos sociales y legisladores de distintos bloques. Vuelven a concordar en que el análisis de la semana que pasó debe centrarse en la cantidad de gente que decidió salir a la calle a explicitar su rechazo a las políticas de este gobierno, antes que en los disturbios o incidentes que pudieron haber tenido lugar durante las protestas. “Aunque los medios repitan las mismas imágenes elegidas para mostrar violencia y caos, lo importante es lo multitudinario del repudio a este Gobierno”, dice el secretario general de un gremio cegetista que el martes quedó lejos del escenario. Palabras más o menos, todos opinan parecido.

No hay tanta coincidencia, en cambio, a la hora de proyectar los próximos pasos que canalizarán el descontento. “En gran parte va a depender de lo que haga el Gobierno. Si no se da cuenta de lo que está pasando y sigue negando el conflicto, va a terminar chocando con una pared”, dice un senador peronista que suele tener una prédica dialoguista y no siempre vota contra el oficialismo. La proximidad de las elecciones de medio término obliga a mostrar más los dientes. Por ahora, los reflejos del Ejecutivo no deslumbran: la paritaria nacional docente sigue guardada, los funcionarios apenas atinan a ofrecer nuevas instancias de diálogo a sindicatos cuyas bases exigen un paro general y la única respuesta oficial a la marcha de mujeres fue represión injustificada y brutal. 

El conflicto educativo es el más puntual y urgente, por lo que sus etapas se queman a un ritmo más acelerado y puede usarse para ver el accionar del Gobierno. Los paralelismos deben trazarse, por supuesto, con prudencia. Amén de las negociaciones en cada provincia, los gremios nacionales ya convocaron a cuatro nuevas jornadas de huelga divididos en dos bloques de 48 horas, uno este miércoles y jueves, el otro el martes y el miércoles de la semana que viene. Ese día se realizará, además, una Marcha Federal que tendrá como destino la Plaza de Mayo. Independientemente de los arreglos salariales que se negocian en cada distrito, se sigue reclamando que el Gobierno convoque a las paritarias nacionales establecidas por ley.

En el caso de las centrales obreras, el panorama es menos inmediato pero más previsible: el paro nacional aparece en el horizonte de todos los actores aunque lo que cambia es la percepción de cuán lejos está ese horizonte. El triunvirato que encabeza la central quedó en cuestión después de la semana pasada y, en medio de las internas y las intrigas, se discute la fecha de la huelga nacional. Los más combativos quieren hacerla el 30 de marzo, para coincidir con el día de la histórica medida de fuerza contra la dictadura. Otros, menos tentados de romper lanzas con el Gobierno, prefieren evitar la efeméride y proponen el 4 de abril.

Mientras tanto se desarrolla de forma subterránea la pelea por el control del movimiento obrero organizado. La palabra de moda es “unidad” pero, como suele suceder con las palabras de moda, cada cual le da el significado que prefiere. Unos proponen mantener la estructura de triunvirato, cambiando algún nombre y el peso relativo en algunas decisiones. Sería la salida más indolora, pero tiene dos grandes problemas en contra. Uno: es la fórmula que prefiere el Gobierno. Dos: no garantiza la unidad. “Un triunvirato no es unidad, es una solución de compromiso. Dura unos meses y estalla en los aires o uno de los tres se come a los otros y se queda con todo”, comenta un experimentado dirigente, recordando el camino a la cima que recorrió Hugo Moyano.

Su hijo Pablo, sucesor en Camioneros, aspira a recorrer un derrotero similar. Sólo por eso no rompió todavía con la conducción cegetista, a la que le reclama mayor dureza contra el Gobierno. Un enroque que lo haga desembarcar en el triunvirato sería el primer escalón hacia la secretaría general, una aspiración que ya no esconde. Curiosamente, Facundo, el hermano que dejó atrás las arenas gremiales para caminar el mármol de la política, no parece encolumnado detrás del proyecto. Durante el fin de semana, propuso para encabezar la CGT al bancario Sergio Palazzo, uno de los dirigentes de perfil más opositor. No es menor recordar el origen político del combativo Palazzo: de prosperar su candidatura sería el primer correligionario radical en conducir la central obrera peronista por añadidura. Lo cierto es que sea quien sea que conduzca, tendrá menos margen de acción y negociación con el Gobierno que sus predecesores.

La marcha de las mujeres del miércoles dejó, además de la confirmación de la potencia política en la Argentina de un movimiento de alcance mundial, una preocupación nueva por el accionar policial durante y luego de la protesta: las razzias, detenciones indiscriminadas e injustificadas, los golpes, las vejaciones y los maltratos a un grupo de chicas que pasaron la noche presas marcan un escenario inédito en los últimos años y encienden las alarmas. En ese sentido, la movilización del 24 de marzo aparece en el calendario como una luz roja. Depende únicamente y sin excusas del Gobierno que sea una jornada pacífica como siempre desde hace más de una década.

Hasta ahora el Poder Ejecutivo no avanzó ni un centímetro en clausurar estos frentes de conflicto y la respuesta de la mayoría de los funcionarios a cualquiera de los cuestionamientos que se expresaron en la calle esta semana es negar las problemáticas subyacentes y culpar de todo a la oposición y su utilización electoral de las protestas. Si no media un pronto reconocimiento del estado de situación y un consecuente cambio de rumbo en algunas políticas, parece inevitable que los flancos se multipliquen. Este mes comienzan, además, la mayoría de las negociaciones paritarias. El techo que pretende fijar el Gobierno, del 18 por ciento, ya amenaza con volar por los aires.

A siete meses de las elecciones de medio término, en las que se juega buena parte de sus aspiraciones, Macri se encuentra en el momento más complicado de su administración. El conflicto social, que durante un año y algunos meses estuvo encauzado por el Gobierno y sus interlocutores, desbordó esos límites y se ubicó en el centro de la escena política.

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