Cuando el viejo peronismo empieza a afilar los dientes

Cuando el viejo peronismo empieza a afilar los dientes

Por Ernesto Tenembaum

 

Los conflictos políticos muchas veces derivan hacia el terreno personal, pero no es habitual que la agresividad escale tan alto como ocurrió en aquel episodio. En el año 2010, Felipe Solá publicó una solicitada virulenta dirigida contra Hugo Moyano. "Yo no me hice rico con la política. No me convertí en empresario de la basura ni del transporte. Ni de la salud o el turismo. No hay muertes misteriosas de colaboradores cercanos a mi alrededor. Nunca impedí el libre desplazamiento de personas porque no estuvieran de acuerdo con mis puntos de vista. No les presté a mis hijos el poder circunstancial que tuve. No delaté a compañeros en los 70. Tenés razón, somos distintos". En circunstancias normales, alguien no debería reconciliarse con un delator de la década del setenta o con alguien que lo acusó de algo tan espantoso. Sin embargo, en el ámbito de la política rigen reglas distintas. Hace unos meses, Solá y Moyano se reconciliaron. "Le reconozco el olfato", dijo el ex gobernador del poderoso sindicalista. Ambos se integraron esta semana a la mesa de conducción del PJ.

El 22 de noviembre del 2011, ocurrió otro de esos episodios virulentos. Cristina Fernández acababa de ser reelecta por una montaña de votos. Aunque todavía no era público, la relación entre Cristina y Hugo Moyano ya estaba rota. Ese día, durante un encuentro de la Unión Industrial, la entonces Presidenta tuvo un gesto de crueldad que enloqueció a Moyano. El camionero debió retirarse un rato antes por un asunto delicadísimo: acababa de fallecer Emiliano, su cuarto hijo, que tenía 16 años. Cristina lo sabía. Desde el atril, cuando le tocó hablar, fue muy dura con los sindicatos y provocó directamente a Moyano: "¿Está el secretario de la CGT? ¿No? ¿Se fue? Bueno, de todas maneras nos enteramos de sus reclamos por la tapa de los diarios". Ante una tragedia semejante, en general, los seres humanos tienden una tregua, unos minutos de piedad. No fue así en aquel momento. Moyano siempre lo recordó.

Pero todo eso quedó en el pasado. El perdón y, quién sabe, también el olvido, se han instalado en estos últimos meses en el peronismo. Y si Cristina, Hugo y Felipe pueden acercarse pese a todo lo que ocurrió entre ellos, el resto de los perdones será más sencillo. La Cámpora podrá perdonar a Alberto Fernández, a quien consideró en su momento un empleado de Clarín, y viceversa, o a Sergio Massa, de quien siempre dijeron que era un alfil de la embajada norteamericana, donde se explayaba sobre el perfil psicológico de Néstor y Cristina Kirchner. Aníbal Fernández y Julián Domínguez se perdonarán haberse acusado mutuamente de tener vínculo con la distribución de droga en los barrios bonaerense. Y así.

Los gestos de unidad aparecen por todos lados. El jueves pasado, Sergio Massa manifestó por primera vez su voluntad de volver al PJ. Massa explicó que la prioridad es sacar a Mauricio Macri del poder, y anunció que renuncia a su candidatura como un gesto de generosidad. Era, en realidad, una rendición. En las semanas previas, había sido abandonado por los pocos intendentes y diputados que le quedaban. Las encuestas reflejaban que ya no representaba una esperanza para la enorme cantidad de argentinos que no quieren votar ni a Mauricio Macri ni a Cristina Kirchner. Pero, por generosidad o debilidad, es la vuelta al PJ del hijo pródigo: el que rompió para derrotar a Cristina en 2013 y luego lideró una división que, al menos en parte, le permitió a Mauricio Macri triunfar en 2015 y 2017. Macri aparece curiosamente en la historia de Massa —fueron aliados en 2013—, en la de Moyano —quien lo apoyó para la candidatura del 2015— y en la de Solá —aliados en 2009.

La reunificación del peronismo obedece a varias lógicas superpuestas. El principal elemento aglutinador principal se llama Mauricio Macri y opera por varias vías. Las políticas económicas del Gobierno han sido, al mismo tiempo, tan torpes e injustas que el peronismo tiene una chance de mostrarse, una vez más, como el defensor de los sectores humildes contra la derecha neoliberal. Se verá si esa presentación es convincente o no, pero Macri le ha dado una oportunidad fenomenal para que así sea. El factor Macri aglutina también debido al avance de diversas causas judiciales. Cristina y Moyano comparten el temor a ir detenidos o que eso le suceda a uno de sus hijos. Esa motivación se extiende a sindicalistas, empresarios del palo, líderes de barrabravas. La reunificación obedece, en ese sentido, también a un reflejo de autodefensa.

Un rasgo novedoso de todo este proceso es que goza de una muy visible bendición papal. El acto fundacional se realizó frente a la basílica de Luján, donde capos del sindicalismo, ex gobernadores y caudillos del Conurbano recibieron la hostia y depositaron algunos billetes en las urnas que les acercaban los sacerdotes. Por eso, en estos días, ninguno de los referentes de la unificación se manifestó alarmado cuando los diputados peronistas de Tucumán propusieron penas para las mujeres que interrumpan sus embarazos luego de ser violadas. La Iglesia anfitriona mantiene desde hace años mensaje coherente en defensa de las víctimas del neoliberalismo. Pero reducir a eso su participación en la vida pública es un tanto controvertido e interesado. Luego de la derrota de la legalización del aborto existe una ofensiva contra la educación sexual integral y el respeto a las minorías sexuales: la alianza entre el Papa y los muchachos de entonces está destinada a fortalecerla.

La reunificación del peronismo tiene como protagonistas a un montón de señores, pero el rol protagónico la corresponde a una mujer que la deja correr, pero no aparece aún en público. Se trata, obviamente, de Cristina Fernández de Kirchner, que es la candidata con más votos de todo el peronismo. Muchos de los señores se esperanzan con que ella desista de su candidatura. Ella los dejará, como siempre, en ascuas hasta último momento. Quince minutos antes del cierre de listas, anunciará su decisión. Se diga lo que se diga hasta entonces, la historia sugiere que finalmente se presentará. El final del camino encontrará a Macri y a Cristina, uno contra el otro, por primera vez en sus vidas. El peronismo reunificado, en ese aspecto, será la estructura que sostenga a ella. Si triunfan, será algo digno de ver. Ella nunca disimuló que los desprecia: tal vez el olvido y el perdón duren poco tiempo.

Pero hay algo que en todo este proceso no aparece. Macri ha profundizado los problemas del país. Pero, ¿representarán una solución superadora quienes se proponen para reemplazarlo? Para serlo, deberían aclarar algunos puntos: ¿Qué reflexión han hecho sobre el fracaso de sus planes económicos, la corrupción, el páramo en el que transformaron el Conurbano bonaerense, la complicidad con las barrabravas, los sindicalistas multimillonarios, el avance del narcotráfico? ¿Qué harán con los amigos que ya fueron condenados por la Justicia? Si se los mira con perspectiva, estos hombres fueron protagonistas de un proceso que empezó en los noventa y que fue muy desintegrador para la sociedad argentina.

Todas estas dudas se tapan con una sola frase: peor es Macri.

Fernando de la Rúa fue hijo de una idea sencilla: cualquier cosa sería mejor que Carlos Menem. Mauricio Macri surgió de un razonamiento similar: nada sería peor que Cristina Kirchner. Una lógica muy parecida guía la reunificación del peronismo: nada puede empeorar a Macri.

Los muchachos de siempre intentan volver al poder en el país de siempre. ¿Para qué? No es una pregunta que los inquiete demasiado.

Comentá la nota