La guardiana de Macri

La guardiana de Macri

El Presidente aceptó la reunión con los gobernadores peronistas. Aunque esa foto no le agrade mucho.

 

"Mirá vos lo que tuve que hacer”. La frase, con un barniz de queja, fue pronunciada por Mauricio Macri. Del otro lado del teléfono escuchaba Elisa Carrió. La compactación del gabinete, como le gustó explicar al Presidente, había sido concluida. El alejamiento de Mario Quintana y el desdibujamiento de Gustavo Lopetegui, los ex ministros coordinadores, también. La crisis comenzaría a producir nuevos nuevos equilibrios de poder en el Gabinete. Y en el futuro funcionamiento de Cambiemos.

Carrió asoma en este tiempo muy difícil para Macri como un sostén inclaudicable que se descubre en la coalición oficial. No estuvo en ninguna de las múltiples reuniones en Olivos el fin de semana anterior. Incluso las devaluó. Pero sostuvo a Quintana y a Lopetegui todo lo que pudo. Era lo que el Presidente anhelaba escuchar. Aunque, consumados los hechos, acató aquella compactación. Tuvo frases de respaldo al ingeniero como no se atrevieron a pronunciar ni los dirigentes macristas de mayor preponderancia. Hasta apoyó la reposición de retenciones al campo, un sector del que se convirtió en abanderada durante el kirchnerismo.

La diputada no representa a una fuerza poderosa. La Coalición Cívica es casi una expresión unipersonal. Pero a su intervención no se le puede soslayar valor político. Carrió continúa siendo un símbolo para muchos ciudadanos de las urbes, en especial la Ciudad. La mujer se ocupó de limar otras asperezas. Siempre criticó la lógica de Marcos Peña y Jaime Durán Barba. En días recientes mantuvo una conversación componedora con Santiago Nieto. Se trata del principal socio del asesor ecuatoriano, experto en campañas electorales.

Carrió dejará de apuntar también contra Peña, a quien endilgó haberle soltado la mano a Quintana y Lopetegui. Entiende que el tembladeral de la crisis no permite la manipulación de fuegos peligrosos. Comprendió cabalmente el mensaje que, con una dosis de humor, lanzó el ahora secretario de Cultura, Pablo Avelluto. No hay Macri sin Peña. Y viceversa, mucho más aún. La hipótesis de una salida de Peña significaría en cualquier circunstancia un síntoma de debilitamiento para el Presidente. Con exactitud, lo contrario de lo que hace falta en este presente. Pese a todo, valen las evaluaciones sobre si después de los cambios el jefe de Gabinete aumentó o cedió influencia.

La diputada de la Coalición dispuso también congelar el disgusto que venía acumulando contra el radicalismo. Que tuvo espuma en los días en que se resolvió la compactación del Gabinete. Existió como prólogo un tejido fino entre Carrió y Mario Negri. El jefe del interbloque de Cambiemos también terció con Macri luego de un desencuentro con la UCR en las horas críticas. Tal enojo nació por una razón: el sondeo realizado a Alfonso Prat-Gay acerca de su posible desembarco en la Cancillería. Atención: de ese sondeo habrían participado, además, dirigentes macristas. La versión sobre intenciones radicales por reemplazar a Nicolás Dujovne se enredó con el encuentro que el sábado mantuvo el Presidente con su economista amigo, Carlos Melconián. “Sólo un loco pudo pensar eso en medio de la renegociación con el FMI (Fondo Monetario Internacional”,aclaró el propio Negri.

Las tensiones internas bajaron. Pero no desaparecieron. Afloraron el domingo a la noche cuando Macri fue por única vez a Olivos donde Peña comandó las negociaciones. Después de celebrar el tercer gol de Boca frente a Vélez, el Presidente compartió un intercambio con radicales. “Lamento Ernesto que no entres al Gabinete”, comentó. Ernesto es Sanz. “Supuse que te interesaba el Ministerio de Defensa”, añadió. “Nunca dije eso. Ni siquiera que pensaba incorporarme al Gobierno”, se defendió el ex senador. “Está todo bien. Pudo haber sido un mal entendido. O un chiste”, cerró el ingeniero. En el aire no boyaba la sensación de que todo estuviera bien.

El problema pareciera siempre el mismo. Macri asocia a la UCR con la política vieja que, en teoría, el macrismo ha venido a sustituir. La misma percepción que impediría al Presidente avanzar en un acuerdo con el peronismo dialoguista que exceda la simple aprobación del Presupuesto. Esa mirada pudo poseer sentido redituable en las épocas iniciales de gestión. Cuando el gradualismo se ofrecía como un camino afable. Pero impera ahora una crisis severa. En aquella formulación distintiva entre lo nuevo y lo viejo anida también una falsedad. Macri no llegó al poder producto de ninguna revolución. Lo consiguió apenas por un puñado de votos. Contra un rival, el kirchnerismo, que venía boqueando. Dentro de un sistema político, por otra parte, en el que cualquier pretendida transformación obliga siempre a cohabitar con algún retazo del pasado.

Esa formulación se vislumbra elástica en otros actores del propio oficialismo. María Eugenia Vidal nunca vacila en pactar con Sergio Massa para darle gobernabilidad a Buenos Aires. Horacio Rodríguez Larreta ha sacado leyes en la Legislatura contando incluso con votos kirchneristas. La gobernadora consultó la semana pasada a cada uno de los intendentes opositores del Conurbano para conocer la temperatura social. Se entrena para atravesar quizás el peor trance de la crisis.

Macri aceptó finalmente recibir a todos los gobernadores para ajustar números del Presupuesto que Rogelio Frigerio se ocupó de afinar con ministros de Economía provinciales. Colaboran mucho algunas medidas económicas recaudatorias de emergencia que representan una contramarcha en la prédica oficial. Varias de ellas serán coparticipables y mejorarán los ingresos de los distritos. Aquellas son fotografías que al Presidente no le agradan. Pero debió ceder, como lo hizo con la remodelación módica de su Gabinete. Ocurre que Dujovne demanda en Washington todas las señales políticas posibles para lograr los desembolsos anticipados del FMI. Que cubrirían el mandato de Macri hasta su finalización.

Sucede, sin embargo, que los mercados empiezan a liberar otro tipo de interpelación. Dan casi por descontada la nueva ayuda del FMI. Pero ignoran, como lo ignora a esta altura todo el mundo, qué destino tendrá el proceso electoral del 2019. ¿Macri será candidato? ¿Ganará la reelección, pese a todo? ¿Podría regresar el kirchnerismo enmascarado? ¿O nacería otra alternativa espoleada por la abundante franja de descontentos que no quieren al Presidente ni a la ex? Se entiende, entonces, la importancia que el Gobierno transite la crisis con una base amplia y consolidada. Podría incluso empezar por su casa. Emilio Monzó, el jefe de los Diputados, consume el tiempo en un doble ímprobo trabajo. Rastrea en la oposición los votos para sancionar el Presupuesto. Busca cicatrizar las enormes heridas que persisten en el oficialismo luego de aquel debate por la despenalización del aborto que terminó naufragando en el Senado. No hay nada de fábula: dos de sus mejores laderos, Silvia Lospenatto y Nicolás Massot, desde aquel momento no se dirigen la palabra.

Aparte figuran otros desafíos en ciernes. La inestabilidad del dólar, apaciguado los últimos tres días, ha roto el techo del 35% de expectativa inflacionaria para el 2019. Disparó los precios en la cadena de alimentos primarios. La Confederación General del Trabajo (CGT) mantiene firme la huelga del lunes 24. Se acaba de sumar el sindicalismo macro-peronista de las 62 Organizaciones, que alguna vez lideró el fallecido Gerónimo Venegas. La CTA kirchnerista amplió la protesta a 48 horas.

El clima se intoxica. Hugo Moyano, el líder camionero, afirmó que Macri “estaría pensando en rajarse”. Luis D'Elía pronosticó que en 60 o 90 días la Argentina estará en una transición política. Los movimientos sociales, financiados con planes del Estado, volvieron la semana pasada con anarquía a las calles. Juan Grabois, jefe de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), cercano a Francisco, alertó que “si el pueblo llega a cansarse, estaré junto a ese pueblo”.

Tal contexto explica los últimos sobresaltos. También cierta psicosis sobre la posibilidad de saqueos. En Roque Saenz Peña, Chaco, hubo una tragedia que causó la muerte de un menor por un incidente con una tarjeta de consumo de miembros de la comunidad Quom y el dueño de un supermercado. El Ministerio de Seguridad realiza un seguimiento de sitios en las redes sociales donde se convoca al robo violento. En dos provincias, Mendoza y Chubut, se realizaron detenciones. En una de ellas, cayó el secretario de un diputado nacional kirchnerista. Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad, descubrió huellas de Quebracho y del Movimiento Evita.

Buenos Aires constituye, en ese aspecto, siempre un centro de gravedad. Vidal admite que las prevenciones históricas de diciembre, un hábito desde el 2001, se anticiparon a septiembre. Pero el delito común se filtra demasiadas veces con las necesidades sociales. En Mar del Plata, se produjo un episodio que de inmediato movilizó a la gobernadora. Terminó por comprobarse que de un comercio habían sido saqueados transformadores y tubos de luz. No corresponden a necesidades básicas insatisfechas. El intendente de Vicente López, Jorge Macri, también saltó por el robo a un almacén de la zona. Pero los ladrones sólo se apoderaron de botellas de fernet y whisky. Tal vez, para mitigar los padeceres de la crisis.

El espectáculo argentino preocupa. Porque está sembrado con dudas excesivas. Desde el exterior se reiteran los apoyos. Se aguarda ahora la respuesta de la política local.

por Eduardo van der Kooy

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