La juventud en la pandemia: entre la precarización y la primera línea

¿Cómo llegó la juventud trabajadora a la coronacrisis? ¿Cómo saldrá? Desde Buenos Aires a Nueva York, números e historias de las pibas y pibes que siguen haciendo funcionar la ciudad o fueron los primeros descartados. Las nuevas generaciones esenciales y la pelea por un futuro sin explotación.

Por: Lucho Aguilar.

En una maquila del norte mexicano, una obrera termina de armar el celular número 200 de su jornada. Al día siguiente una cuadrilla de camioneros tercerizados descargará los bultos del otro lado del muro, en Texas. Mientras duró el viaje una operadora logró vender 20 aparatos desde su home office. El almacén de Amazon de la ciudad no duerme. Un pibe corre, esquiva estanterías casi ahogado por el barbijo. Lo tiene. El aparato pasa de mano en mano hasta llegar a la caja-mochila. El repartidor pedalea en la ciudad semidesierta. Toca timbre y espera. Respira profundo. Le queda más batería en el celular que en las piernas. La señora le regala una sonrisa que apenas puede devolver. Ya le sonó la notificación del nuevo pedido. Es la señal que el “algoritmo” envía a sus “colaboradores”. Mira el reloj. Se acomoda el casco y el barbijo. Arranca de nuevo.

La misma imagen podría repetirse en Madrid, el Distrito Federal o Buenos Aires. Electrónicos, pizzas, remedios. Pero algo las atraviesa, invariable. La pandemia confirmó, por si hiciera falta, que sin la clase trabajadora nada podría funcionar. Y que gran parte de esas y esos esenciales son jóvenes. La crisis los encontró precarizados hasta la médula. Así los arrojó a la primera línea.

La pandemia que ya estaba

Es cierto. Hace 150 años Marx ya hablaba de las “vidas precarias” de la clase trabajadora. Pero el neoliberalismo retomó la guerra de clases para arrebatarle condiciones que había logrado en las décadas anteriores. La precarización fue una vuelta de tuerca a la explotación. Contratos basura y temporales, tercerización, aumento del trabajo no registrado (“en negro”), ataque al salario real y los derechos “sociales” (salud, educación, vivienda).

Ese proceso terminó configurando una nueva clase trabajadora. Extendida a todo el planeta, con más peso en los nuevos servicios que hacen funcionar las grandes ciudades, más fragmentada y precarizada, más feminizada.

Esa definición es uno de los puntos de partida del libro de Nicolás del Caño, Rebelde o precarizada. Allí traza una radiografía de la juventud. Se puede ver a través de historias: la de Nadia, que tuvo 35 trabajos en los últimos 12 años; Romina que trabaja en un call de mañana y en Rappi de tarde; Moisés que dibuja escenas flasheras a pesar de las manos agarrotadas por la maza. Se puede entender también a través de los fríos números. Dos de cada tres jóvenes trabajan en negro, cobran la mitad de los adultos, tienen 50 % más de chances de tener accidentes, el trabajo promedio no les dura más de 12 meses. Las pibas siempre peor, como confirma un reciente estudio publicado en La Izquierda Diario.

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La radiografía atraviesa fronteras. Cita un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de 2017 que reconoce que 70 millones de jóvenes están desocupados y 3 de cada 4 tienen trabajos “informales”. 150 millones de menores de 25 años, aún con trabajo, viven en la pobreza y son además el 70 % de los migrantes internacionales. También con historias recorre almacenes de Amazon, locales de McDonalds, maquilas centroamericanas, fábricas de sudor chinas y call centers portugueses. La conclusión: la precarización también era un virus mundial.

Los centennials y millennials eran en realidad “miserials”. No solo los agotaban y rompían por dos pesos, dólares o euros: tenían que endeudarse para estudiar, no podían irse de la casa de sus padres o se hacinaban en los barrios más pobres. El promedio de edad de los habitantes de las villas porteñas donde hoy corre el coronavirus es de 24 años.

Precarización en el trabajo y en la vida. Una definición que de ninguna manera convertía al precariado, como lo llamó el economista Guy Standing, en una clase diferenciada de la clase trabajadora. Lo debate Del Caño en su libro [1].

Ellos quieren “disparar la curva”

Aquel informe de la OIT se lamentaba que todo parecía empeorar. El nuevo, presentado hace algunas semanas, dice que “el escenario del empleo juvenil es preocupante y se complicará aún más cuando se sienta el impacto del coronavirus” [2].

No hacía falta mucho análisis para acertar. Según sus cálculos, los llamados trabajadores “informales” serán un 50 % más pobre de lo que ya lo eran. La conclusión es temeraria. “Enfrentan un dilema que prácticamente no puede ser resuelto: morir de hambre o por el virus”.

Un recorrido nos permite confirmar el problema desde cerca. Según la revista norteamericana Vox, “los Millennials están siendo jodidos de nuevo por la economía. Aún se recuperan de la Gran Recesión (2008) y ahora enfrentan una recesión que se compara con la Gran Depresión (1929)” [3].

Muestran un informe de la consultora Pew que confirma que en los últimos meses el 35 % de quienes tienen entre 18 y 29 años han sufrido despidos y el 45 % recortes salariales. El estudio agrega que “quienes ganaban menos, incluidos los millennials negros y latinos, tienen más probabilidades de ser despedidos”. Pero además se ven desproporcionadamente afectados por Covid-19. Entre otras cosas porque ocupan, sobre todo las mujeres, mucho de los llamados “servicios esenciales”.

Vamos a Europa. Entre rebajas salariales y despidos, unos 60 millones de puestos de trabajo están en riesgo según la consultora McKinsey. Eso incluye 7 millones de menores de 25 años. En el Estado Español, la tasa de desocupación juvenil llegó en abril al 33 %, dos puntos y medio más que en enero. Uno de cada tres despidos en ese país fue sufrido por jóvenes. Los analistas reconocen que “el impacto será profundo porque los jóvenes aún no han terminado de pagar la factura de la crisis anterior” [4]. Sobre llovido, mojado.

Los números se pueden traducir en miles de historias personales. Como la que cuenta Saeed, inmigrante paquistaní en Italia, en la última edición de la revista Jacobin [5] que retrata a los “jinetes de la pandemia”. Antes del virus ganaba 2.000 euros por mes pedaleando 50 horas por semana. Ahora está conectado a la aplicación las mismas horas pero en marzo solo ganó 380 euros. Con eso no puede pagar el alquiler y mandarle plata a su familia. Ante la crisis y el peligro de un estallido social el gobierno italiano sacó un subsidio llamado “Cura Italia”. Sin embargo, los riders y otros trabajos juveniles no pudieron acceder a él. Para los precarios ni limosna. O la de Inas Sharafli, estudiante de enfermería en París que cuenta cómo sus compañeras trabajaban con ancianos en los hospitales por dos euros la hora.

Lo mismo pasa en nuestro país. Una McEstafa fue el detonador. La empresa decidió descontar parte de los salarios de marzo hasta reducirlos al valor de un combo.

Una guerra primero silenciosa se desató en miles de lugares de trabajo. Los patrones pegaron primero. En los call centers con violación de la cuarentena, despidos y teletrabajo más precarizado. En los supermercados exponiendo a cajeras y repositores. Miles de jóvenes mozas, bacheros y cocineros quedaban en la calle por whatsapp. En la fábrica la juventud contratada y tercerizada era el primera en quedar en la calle. En otros era obligada a trabajar el doble sin las mínimas condiciones de higiene: Rappi, Glovo, Farmacity.

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La red internacional de La Izquierda Diario reflejó durante estos últimos dos meses cientos de nuevos agravios. Para los empresarios, “toda crisis esconde una oportunidad”. En este caso, fue la de “disparar la curva” de precarización obrera, de la juventud en especial. El ataque al salario y la reforma laboral de hecho intentan ganar terreno. Se abre un nuevo capítulo de la historia política de la precarización.

Una juventud esencial

La escena que inicia esta nota es una postal típica del capitalismo de nuestra época. La pandemia solo le echa un poco de luz.

Así lo cuenta el geógrafo marxista David Harvey en su libro Ciudades rebeldes: “La cadena de abastecimiento dentro y fuera de las ciudades supone un movimiento continuo, sin interrupción”. Just in time le dicen. Porque cuanto menos tiempo corre entre producción y circulación de la mercancía, lo que Marx llama “tiempo de rotación del capital”, más ganan los empresarios.

El transporte, la logística, las comunicaciones, el reparto a domicilio, todo cobra un rol fundamental. Ricardo Antunes vuelve sobre el punto al analizar el nuevo proletariado de servicios [6]: “Al actuar en la esfera de servicios, de las tecnologías de la información y la comunicación, en la esfera de la circulación del capital, el nuevo proletariado de servicios que actúa en el call center y telemarketing, en los hipermercados, en el comercio, en los bancos, en los trabajos intermitentes, en las empresas de tercerización, etcétera, se integran de alguna manera en la cadena de valor, tanto por la agilización del tiempo de circulación del capital y consecuente reducción del tiempo global de la producción, como también por la conversión de la información en mercancía cada vez más productiva”.

Hablamos de tiendas como Amazon o Walmart, de las grandes logísticas, de plataformas de trabajo como Glovo, Rappi, Uber. Servicios que, como coinciden Harvey y Antunes, son realizados por trabajadores temporales, mal pagos: “los nuevos esclavos intermitentes globales”.

Kim Moody, en su libro En un nuevo terreno, nos da más pistas al analizar los cambios productivos en Estados Unidos: “se ha reconfigurado en enormes grupos logísticos de centros de transporte, grandes almacenes y centros de distribución, "aerotropolises", puertos marítimos, patios intermodales y tecnología sofisticada”. Esos centros nodales se sitúan en torno a las grandes ciudades y sus suburbios empobrecidos. “Los trabajadores que mantienen la infraestructura interna, llenan los almacenes y mueven las cosas dentro del clúster son mal pagados y tratados como prescindibles”.

Según detalla Moody, la mayoría son afroamericanos y latinos, y una importante cantidad de mujeres. El promedio de edad de los almacenes de Amazon en el mundo es de entre 25 y 35 años. El dato no es más que la punta de una estadística más general: 5 de cada 10 jóvenes trabajan en los servicios y el comercio. Pero también trabajan tercerizados en los grandes servicios públicos (electricidad, telefonía, energía) y las grandes industrias.

Esa situación, que existía antes de la pandemia, queda remarcada en tiempos de coronacrisis. Un informe de la BBC [7] publicado hace pocos días y basado en informes de agencias de empleos (ManPower, Adecco o Glassdoor) reconoce que, aunque se perderán millones de puestos de trabajo, las empresas están buscando empleados, sobre todo jóvenes, para determinados oficios. Repositores de supermercados, cajeras, operarios de depósitos y logística, comercio electrónico, fábricas de alimentos y productos de higiene, laboratorios, limpieza, hospitales y delivery. Al mismo ritmo se están haciendo cada vez más millonarios Jeff Bezos, Warren Buffet y otros poderosos.

La conclusión es inevitable: la juventud es la más precarizada, pero también parte fundamental de las y los esenciales. Por eso está en la “primera línea” durante esta pandemia.

Rebelde o precarizada

En el almacén de Amazon de Chicago un pibe levanta un cartel: “nuestras vidas y nuestros bolsillos también son esenciales”. Las mismas palabras que una enfermera en el Hospital de Nueva York. En Bologna un rider lleva en la mochila un afiche: “gente antes que ganancias”. En Buenos Aires una chica enmascarada levanta una pancarta: “la precarización no se tomó cuarentena”. En Zaragoza los repartidores de Telepizza van a la huelga con una consigna: “queremos servir comida sana a los más vulnerables, y no que algunos hagan negocio”. En Marsella 10 jóvenes aferran una bandera después de repartir los combos de McDonalds gratis entre los vecinos: “queremos igualdad para todo y en todas partes”.

La misma bronca, las mismas frases, se levantaron este jueves 14 de mayo en varias ciudades de Argentina. La cuarentena policial no pudo evitar una serie de manifestaciones en distintas ciudades argentinas. Buenos Aires, Rosario, La Plata, Córdoba, Neuquén, Mendoza, San Salvador de Jujuy, Mar del Plata. Las voceras, en su mayoría mujeres, dieron la buena nueva: “estamos organizando una red de precarixs e informales”. Algunas, algunos, llevaban máscaras para no “quemarse”. De las asambleas virtuales pasaron a la acción callejera.

No creen en las opciones que les dan los analistas de la OIT y los grandes medios. ¿Morir por hambre o por el virus? ¿Quién dijo que tenemos que elegir entre esa miseria?¿Y si nos organizamos?

Antes de la pandemia, la juventud ya se estaba cansando. Se sentía en sus músculos y sus nervios como la gran perdedora del capitalismo en crisis. Que en los trabajos era descartable. Que iba a vivir peor que sus padres. Que los políticos tradicionales le mienten y la ningunean. Millones de pibes y pibas hace rato que sienten que no le deben nada a este sistema.

Quienes impulsamos la red internacional de La Izquierda Diario nos jugamos con todo por cada lucha de las y los precarios, para que puedan poner en pie una organización masiva que pelee por sus demandas y se las imponga a los sindicatos que le dan la espalda. Como vimos, es parte de la nueva clase trabajadora que mueve el mundo. Si su bronca y rebeldía contagia al resto de los batallones que tienen en sus manos las palancas de la economía, nada será igual.

Desde principios de este siglo, tratando de romper con el individualismo y pasividad que impuso el neoliberalismo, sectores juveniles han protagonizado fenómenos políticos, movimientos como el de mujeres y en defensa del medio ambiente, así como procesos de lucha de clases que veíamos antes de la pandemia. Es el caso de Chile. La profundad de la actual crisis capitalista traerá nuevos enfrentamientos sociales y con ellos la necesidad de transformar estas rebeliones en luchas para terminar con la barbarie capitalista y abrir la perspectiva de una nuevo orden socialista.

En este presente, en ese futuro, la juventud tiene un rol que jugar. Como decía León Trotsky debatiendo cómo enfrentar la agonía del capitalismo y cómo reconstruir una organización que pudiera conducir las batallas decisivas, “el movimiento se renueva con la juventud, libre de toda responsabilidad del pasado. Solo el entusiasmo fresco y el espíritu beligerante de la juventud pueden asegurar los primeros triunfos de la lucha y solo éstos devolverán al camino revolucionario a los mejores elementos de la vieja generación. Siempre fue así y siempre será así” [8].

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