Macri promete ir por los Gordos, una batalla que ya perdió Alfonsín

Macri promete ir por los Gordos, una batalla que ya perdió Alfonsín

¿Está dispuesto el Presidente a cambiar algunos aspectos del universo sindical? El fracaso de la ley Mucci aún tiene resonancia.

Ya se sabe que el país adolescente prefiere girar sobre sí mismo en vez de avanzar. Por eso es que las circunstancias se repiten a lo largo de nuestra historia. Ahora es la ofensiva de Mauricio Macri sobre los sindicalistas la que marca la agenda política. Y no es una elección inocente ni casual. El Presidente le apunta a Omar Viviani como María Eugenia Vidal le apunta a Roberto Baradel. Son adversarios ideales porque gozan de mala imagen. Y allí va la ofensiva macrista tras la marcha ciudadana de hace nueve días y el paro del jueves que terminó siendo más redituable para el Gobierno que para la CGT. Es una estrategia tentadora pero convendría, como siempre, echarle una mirada atenta al pasado reciente. Fue Raúl Alfonsín el último que se tentó con la batalla frente a los sindicatos peronistas y le fue mal.

El 21 de diciembre de 1983, once días después de asumir como presidente, Alfonsín envió al Congreso un proyecto de ley de “Reordenamiento Sindical”. Era el momento para hacerlo. Gozaba de enorme popularidad y, por primera vez en la historia, había derrotado en las urnas al peronismo, liderado por sindicalistas desprestigiados que habían negociado con sus amigos militares un futuro de amnistía para los represores de Estado. Macri podría perfectamente firmar hoy los ejes de esa iniciativa: normalización de las elecciones sindicales; limitación de los períodos de reelección y representación de las minorías cuando obtuvieran el 25% de los votos. El proyecto se conoció con el nombre del ministro de Trabajo de entonces, Antonio Mucci, un delegado gráfico de Avellaneda que siempre había trabajado para ponerle límites a la hegemonía del peronismo en los gremios.

El proyecto pasó fácil en la Cámara de Diputados pero se trabó en el Senado, donde el radicalismo estaba en minoría. Los líderes sindicales del peronismo, divididos y golpeados por la derrota electoral que les había propinado Alfonsín, encontraron en la “Ley Mucci” un instrumento para volver a unificarse. Tras algunos titubeos iniciales, el cervecero Saúl Ubaldini (quien había resistido políticamente a la dictadura) terminó liderando un bloque al que se adhirieron los sindicalistas que habían sido funcionales a los militares como el metalúrgico Lorenzo Miguel, Jorge Triaca y el telepostal Ramón Baldasini, quien lleva hoy 54 años al frente del gremio de Correos y se ha convertido en el símbolo de los dinosaurios que se eternizan en sus cargos porque las leyes sindicales les otorgan garantías de impunidad.

El primer intento de modernidad y renovación de la vida sindical en la Argentina cayó herido de muerte el 14 de marzo de 1984. El voto del senador por el Movimiento Popular Neuquino, Elías Sapag, fue desequilibrante para que Alfonsín perdiera aquella votación por 24 votos a 22. El peronismo festejó en el Congreso con el cantito clásico que sus gremialistas entonaban para rechazar cualquier posibilidad de apertura. “Boronbombón, boronbombón, los sindicatos, son de Perón…”. La UCR abandonó cualquier pretensión de cambio en el área sindical. Poco tiempo después renunció Mucci y lo reemplazó el abogado laboralista Juan Manuel Casella. Y, desde aquel momento, Alfonsín sufrió 13 paros generales que contribuyeron a desgastar sus años de gobierno.

Más de tres décadas pasaron desde entonces pero pocas cosas han cambiado para los sindicalistas. El peronismo sigue hegemonizando sus conducciones, mientras conviven con el desafío de los gremios de izquierda y de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), dividida en un ala kirchnerista moderada y otra ultrakirchnerista donde militan Hugo Yasky y el preceptor Baradel. Pese a esa simpatía política y a los ruegos nunca escuchados del ex ministro de Trabajo, Carlos Tomada, Néstor Kirchner jamás accedió a darles la personería gremial que les prometió en la campaña del 2003 y que les hubiera permitido competir con los gordos de la CGT. Tampoco pudieron avanzar con el trámite en el final del gobierno de Cristina, aunque la ex presidenta lo hubiera hecho con placer si hubiera adivinado que Macri iba a derrotar a Scioli. La hipocresía, se sabe, es la venganza de loa dioses.

Pero la realidad indica que el escenario sindical sigue siendo muy parecido al que emergió de la Argentina que volvía de la noche negra de la dictadura. Los líderes gremiales son septuagenarios que no le dejan un milímetro de espacio a los nuevos dirigentes. Y, como se comprobó en sus últimos encuentros, muchos de ellos llegan a las reuniones a bordo de Audis y Mercedes Benz que muestran lo bien que les ha ido en sus carreras.

¿Está dispuesto Macri a cambiar algún aspecto del universo sindical ahora que se siente fortalecido políticamente y promete apuntarles a los Viviani, a los Barrionuevo o a los Moyano? El pasado reciente señala que el Presidente siempre ha preferido la negociación con los jerarcas gremiales del peronismo como lo demuestran los acuerdos con el sector petrolero y el automotriz. Las semanas intensas que restan hasta la decisiva elección de octubre mostrarán si los sindicatos tienen alguna chance de cambiar su único color partidario para convertirse alguna vez en un espacio abierto para las necesidades de todos los trabajadores. Piensen como piensen. Y voten a quien voten.

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