Macri, Vidal y la verdad oculta

Macri, Vidal y la verdad oculta

Con la democracia recuperamos también la confianza y la esperanza. El tiempo y los sucesivos gobiernos han hecho lo suyo para desgastarlas. 

 

Confiamos nuestro futuro a los políticos, personas supuestamente cultas, profesionales que, como el presidente Mauricio Macri, vienen de desempeñar importantes cargos en empresas familiares como Socma. Pensamos que apenas eso bastaría para que él tuviese una real dimensión del país y de lo que la Argentina representa para el resto del Cono Sur. Nos equivocamos.

Porque, como si se tratara de una campaña guionada, ayer el Presidente, desde Vaca Muerta y acompañado por el cuestionado ministro de Energía, Juan José Aranguren, pidió ahorrar en el consumo de luz y gas porque “para pagar la energía tenemos que pedir plata prestada, lo que nos genera una deuda a futuro que van a tener que pagar nuestros hijos y nietos”. Así, reclamó todavía más esfuerzos a una ciudadanía exhausta e instó a los gobiernos provinciales a eliminar impuestos, casi en el mismo instante en que la gobernadora María Eugenia Vidal anunciaba la reducción de las cargas provinciales: 6,3% en el caso del gas; 6,2% para el agua; y 15,5% en las boletas de luz.

Reconoció la mandataria provincial que esos tributos databan de la época de la dictadura y que continuamos pagándolos en estos más de dos años de gobierno. Fiel alumna del Presidente, apeló también a las irrisorias recetas de bajar las hornallas y apagar la luz para ahorrar energía.

Nadie pierde ni gasta lo que no tiene. Abandonamos el autoabastecimiento energético en tiempos del kirchnerismo, cuando los millonarios subsidios engrosaban las cuentas de las empresas. No lo recuperamos con los tarifazos.

Se cae de maduro que cualquier país civilizado tiene que cuidar sus energías no renovables. ¡Vaya novedad!

Pero si es necesario anunciar con bombos y platillos la baja de los impuestos en los servicios o proponer abonar el gas en cuotas con intereses (ese sí que es un invento made in Argentina) quiere decir que algo no anda bien. Es la muestra cabal de una realidad en la que los usuarios se debaten entre alimentarse o pagar la luz, porque salarios y jubilaciones pierden la batalla contra la inflación. Somos el país en el que no podemos producir ni pagar lo que consumimos. Y sin embargo, el Presidente y la Gobernadora celebran la ilusoria baja de la pobreza, a la par que los hambreados se multiplican y se les quita de la boca el pan, cada vez más caro, como el resto de los productos de la canasta básica.

Quienes peinamos canas sabemos que hubo otra Argentina, la exportadora, la de la producción y el pleno empleo. La que fue séptima en el mundo y jamás conoció la desgracia de pueblos diezmados como Siria, Irak o, más cerca todavía, la espantosa miseria de nuestros hermanos haitianos.

Aquel país fue obra de la voluntad política. No fue fantasía ni magia, como pregonaba la expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, artífice del último capítulo de la decadencia nacional que comenzó en la dictadura, con el ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, y continuaron Carlos Menem y Eduardo Duhalde.

Creímos que el kirchnerismo era el punto final de ese deterioro. Que no se podía caer más abajo. Lo terrible es comprobar que los últimos gobernantes elegidos por el soberano continúan en la misma senda: desde la profundización de la crisis a los negociados corruptos que involucran a amigos y familiares. Macri y Kirchner parecen el anverso y el reverso de una misma moneda.

El perdón o el olvido de esas traiciones podrían salvarlos si pensaran en grande, si pusieran énfasis en torcer la pobreza estructural, en atacar la inseguridad que destruye familias a toda hora, en construir todo lo que queda por hacer, en poner el Estado nacional al servicio del cultivo fértil, con cero tasa de interés a los productores, castigando la bicicleta financiera que especula y no invierte.

Presidente, Gobernadora, es atroz escucharlos y que sus voces nos devuelvan la imagen de Cristina Kirchner. Es hora de que dejen de pensar miserablemente. Porque nacimos en una Argentina pujante y no queremos resignarnos a morir como linyeras.

Todavía están a tiempo. Pero las agujas del reloj apuran.

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