Una opositora en defensa propia

Por Carlos Pagni

Cristina Kirchner decidió despedirse hablando. No podía ser de otra manera. Hoy no estará en la asunción de Mauricio Macri. No se verán más imágenes oficiales de ella que las que la mostraron ayer, pronunciando discursos frente a funcionarios, en la Casa Rosada, y ante una multitud que fue a despedirla a la Plaza de Mayo.

Al dirigirse a esos numerosísimos simpatizantes formuló un balance laudatorio de su administración, enumerando logros y lanzando reproches, como siempre.

Quedó claro que la decisión de no participar de la toma de posesión de Macri, además de ser un berrinche litúrgico, cobija una dimensión ideológica. La ex presidenta sintetizó esa perspectiva al clasificar los gobiernos en "populares", como el de ella, o "mediáticos", como el de Mauricio Macri.

El traspaso del mando no sería, entonces, un proceso intrínseco a la democracia. Es la derrota de la democracia, que se manifiesta a través de ella y sus clarividentes votantes, frente al poder de las corporaciones, que manipulan como idiotas a los que eligieron a sus rivales.

Cristina Kirchner aceptó anoche que Macri dirigirá el país por la voluntad popular. Pero sería una voluntad popular atontada, anémica. Según ella, la de Cambiemos es una administración "armada desde afuera". No representaría al pueblo, sino a poderes fácticos. Son los "dueños de la pelota" que habían llevado al triunfo, en 2013, a Sergio Massa.

Esta construcción tuvo ayer una modulación inquietante. La señora de Kirchner señaló, entre los tenebrosos actores que determinaron su salida del poder, y que, según ella, ahora sostendrán a Macri, al Poder Judicial. El jefe de sus servicios de Inteligencia, Oscar Parrilli, había dicho que la jueza María Servini de Cubría, al establecer que el período de su jefa finalizaba al comenzar el día de hoy, había dado casi un golpe de Estado. Sin embargo, la caracterización de la ex presidenta fue más amplia y severa: identificó a la Justicia como la versión contemporánea de los militares que, durante la Guerra Fría, sembraban la región de dictaduras.

Con esta descalificación, Cristina Kirchner expresó algo más que el malestar porque Servini haya dictaminado que Federico Pinedo sea el titular del Poder Ejecutivo hasta hoy al mediodía. Estaba inaugurando un argumento que, es muy probable, repita cuando los magistrados avancen en alguna de las numerosas causas por corrupción que pesan sobre muchos de sus familiares y colaboradores. En este contexto hay que leer la frase "en la Argentina todos estamos un poco en libertad condicional". Para jugar, como ella, con el léxico jurídico: así como Pinedo será hoy un "presidente cautelar", sus párrafos sobre el Poder Judicial fueron una especie de "hábeas corpus preventivo".

Es bastante comprensible que quien propuso "vamos por todo" no tolere entregar el poder a nadie. La incapacidad para aceptar límites funcionales durante su mandato, hace juego con la incapacidad de aceptar el límite temporal de su mandato. Allí se hunde su raíz autoritaria. En la imposibilidad de reconocer la legitimidad de otro. Sea la Justicia, la prensa o el sucesor.

Esta forma de entender la vida pública recorre toda la región. Lula describió el juicio político contra Dilma Rousseff iniciado por el Congreso brasileño como una "aventura golpista". Y Nicolás Maduro caracterizó el triunfo de sus opositores como una "contrarrevolución". Y llamó al pueblo argentino a "luchar contra Macri, porque se trata de un burgués".

Esta interpretación de los conflictos alimenta una política. Detrás del conflicto protocolar que desató Cristina Kirchner opera una táctica tendiente a conservar el liderazgo peronista. La receta es conocida. El presidente que se retira con la derrota a cuestas se propone como el adversario más duro de quien lo reemplazó. Intenta, así, bloquear a quienes, desde el seno de su grupo, se acercan al nuevo titular del poder. El ejercicio más eficaz de esta maniobra se debió, en la historia reciente, a Raúl Alfonsín. Cuando abandonó la Casa Rosada, tensó la cuerda contra Carlos Menem, y dictaminó: "Los que me critican dentro del partido son infiltrados del neoconservadorismo que domina en el país". Aludía a Eduardo Angeloz y Fernando de la Rúa, que impulsaban una renovación interna.

La ex presidenta aspira a montar ese juego. Cuando dramatiza su ruptura con Macri no está pensando en Macri, sino en sus opositores del PJ. Ayer fijó algunos mojones de una línea divisoria imaginaria: el proteccionismo económico, el control de cambios o la negativa a regularizar la deuda externa son algunas de las cláusulas de la nueva oposición. En pocas horas sus talibanes descalificarán a quienes la desafían como colaboracionistas del neoliberalismo amarillo. La consigna resonó ayer en la Casa Rosada: "Patria sí, colonia no". Todo color sepia.

Cristina Kirchner se propone mantener la polarización que ella y su esposo imprimieron a la vida pública en los últimos doce años: ellos o nosotros. Cualquiera que se acerque al nuevo gobierno será estigmatizado como traidor. La fórmula enfrenta un delicado desafío. Debe conseguir arrastrar detrás de sí a todo el peronismo. Ayer fue llamativo, en la arenga de la Casa Rosada, el desconocido empeño de la ex presidenta en elogiar a gobernadores, intendentes y ministros. Hasta se acordó de agradecer. Por primera vez recordó a Daniel Scioli -no a Carlos Zannini, el candidato a vice- y le tuvieron que hacer notar que también merecían una caricia Estela de Carlotto y Hebe de Bonafini, que estaban en primera fila.

La retórica no alcanza. La táctica de Cristina Kirchner presenta costos demasiado prematuros. Ayer renunció el presidente del Banco Central, Alejandro Vanoli. Y, lo que es más importante, se quebraron los bloques del Frente para la Victoria (FPV) del Congreso. El primero en abrir una fractura fue Juan Manuel Urtubey. Comunicó que asistirá hoy a la toma de posesión de Macri y que los legisladores de Salta estarán en la Asamblea Legislativa. Los gobernadores, legisladores y jefes partidarios catamarqueños, riojanos, jujeños y, tal vez, sanjuaninos, harán lo mismo. Es comprensible. El PJ no desea seguir atado a una jefatura que lo condujo a la derrota. Además, la regularización económica que la ex presidenta presenta como una defección frente a las malditas corporaciones, es indispensable para que mandatarios de provincias y municipios puedan pagar los sueldos.

Los dirigentes peronistas han sido hasta ahora respetuosos de la mitología oficial. Pero saben, como cualquier persona informada, que Cristina Kirchner deja un gran desaguisado económico, uno de cuyos rasgos principales es la imposibilidad de financiar el voluminoso déficit fiscal.

La necesidad de reajustar su relación con el nuevo clima de época, nacional y regional, y la urgencia por reconstruir la economía son los vectores que impulsarán el descongelamiento interno que los peronistas iniciaron ayer. Marcos Peña, Rogelio Frigerio, Emilio Monzó, el propio Macri, trabajan sobre esa dispersión. Los caudillos a los que la señora de Kirchner convocaba ayer a vaciar la asunción del nuevo presidente saben que el sábado deberán almorzar con él para hablar, sobre todo, de dinero. La ex presidenta no puede haber olvidado en sólo horas el poder disciplinario de esa agenda.

Es posible que Urtubey promueva la formación de nuevas bancadas parlamentarias, separadas del FPV. Él, igual que su rival Sergio Massa o José Manuel de la Sota, apuesta a que el relanzamiento del PJ se tramite desde fuera de las estructuras formales. Memorias de 1985, cuando Antonio Cafiero y el propio De la Sota se apartaron de la organización para volver a ella después de vencer en las elecciones legislativas de aquel año. Scioli y Jorge Capitanich, en cambio, aspiran a ser los bendecidos de la ex presidenta como nueva titular del "pejotismo", por utilizar un término que Néstor Kirchner adoraba. Balance: la polémica sucesoria es, entre otras cosas, la escenografía de este drama peronista. Dicho de otro modo, el entredicho de ceremonial con Macri llevaba la semilla de la fractura del Frente para la Victoria.

El sueño ideológico o la maniobra de poder interno se asientan sobre la psicología de la ex presidenta, que en todos estos años ha sido una clave muy eficaz para entender la vida pública. Cristina Kirchner evitó la foto de una escena intolerable: la que la hubiera mostrado entregando el poder.

La negativa es coherente con su biografía. Para una persona que ha encontrado en mandar y en ser obedecida un formidable estimulante desde hace casi 30 años, es posible que el oficio tenga, como sucede en tantos casos, algo de adictivo. El pretexto de la señora de Kirchner puede haber sido el más trivial: que se le escapaba el avión para asistir a la asunción de su cuñada en Río Gallegos. El futuro secretario general de la Presidencia, Fernando De Andreis, puso a prueba esa coartada: ofreció a su antecesor, Eduardo "Wado" De Pedro, el avión presidencial. Pero la opción fue rechazada. La decisión había sido tomada mucho tiempo antes. Ricardo Cirielli, quien por ser secretario general de los técnicos aeronáuticos vive en contacto con La Cámpora, lo informó a sus íntimos el 26 de octubre pasado, al día siguiente de la primera vuelta: si el nuevo presidente terminaba siendo Macri, la ceremonia de entrega de los atributos del poder quedaría cancelada.

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