El pacto de Alberto y Cristina

El pacto de Alberto y Cristina

Por Eduardo Van der Kooy

Alberto Fernández se esfuerza por estar en todas partes. Participó de las negociaciones por la Ley de Emergencia. Activó la mesa variopinta para la lucha contra el hambre. Recibió a una delegación de jubilados para intentar contrarrestar la sensación de enojo de uno de los sectores exprimidos por el ajuste. Habló con periodistas. Pasó la Nochebuena en la Iglesia de San Cayetano, compartiendo la cena con gente de condición humilde. Juntó a empresarios y sindicalistas.

El Presidente está en la primera fase de su plan político. Consiste en fortalecer la imagen pública. También en consolidarla hacia el interior del Frente de Todos, donde la heterogeneidad sería un dilema para él. Aunque por ahora impere la disciplina. A veces, pese a todo, algunas palabras hacen ruido. El ministro de Seguridad de Buenos Aires, Sergio Berni, las disparó: “Cristina es mi jefa política. Alberto es el Presidente”, razonó.

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La referencia remitió de modo directo a una historia conflictiva. A la vigencia del poder bifronte que caracterizó el tiempo en que el matrimonio Kirchner compartió el poder entre el 2007 y el 2010. La entonces presidenta administraba la gestión. Pero la figura de su marido en la periferia del Gobierno la opacaba. Los ministros, sigilosamente, reportaban siempre a él. El desacople terminó con el fallecimiento del ex presidente. Nació, en simultáneo, aquella Cristina del “vamos por todo”.

Alberto no acepta que un capítulo similar pueda repetirse ahora. El fortalecimiento de su imagen conllevaría también el de su propia autoridad. Parece existir un primer tramo del pacto que se estaría cumpliendo. Aquel que el Presidente selló con su vicepresidenta cuando pergeñaron la fórmula. Se visualiza en estas primeras semanas. La escena la ocupa Alberto. Cristina acepta un lugar secundario. Se verá si hay alteraciones a medida que la gestión progrese. Y emerjan dificultades inevitables de una nación en crisis profunda.

La vicepresidenta se limitó a comandar la sesión del Senado durante la cual se terminó de aprobar la Emergencia. Desde su lugar de titular de la Cámara alta, sólo se ocupó de polemizar por tuit con distintas noticias periodísticas. Se trata de una manía, de una obsesión. En su inconsciente navegaría el deseo de haber podido ser alguna vez jefa editora del Granma, el periódico del Partido Comunista de Cuba. O del viejo Pravda, de los tiempos de la poderosa URSS. Transformado ahora en la Rusia de Vladimir Putin en una publicación de bajo impacto.

Alberto gozará de plenitud las semanas venideras. Cristina viajó ayer a La Habana para visitar a su hija Florencia, internada allí desde febrero pasado por una afección psico-orgánica. Los últimos informes médicos, siempre custodiados por el régimen, indicarían una leve mejoría. Quizás en consonancia con un panorama judicial que se ha distendido para la familia Kirchner. La ex presidenta ha tenido a favor cuatro decisiones.

La prescindencia de la vicepresidenta fue acordada. Calza también con sus intereses. No tendrá nada que decir sobre el tiempo que se inicia caracterizado por un ajuste de la economía. Nunca ha concebido el ajuste entre sus pensamientos. Los dominan la idea del distribucionismo. Para eso hace falta plata que la Argentina no posee. Ese constituye un problema exclusivo del Presidente.

El progresismo que predica Alberto y, en general el Frente de Todos, tiene una dificultad para hablar de ajuste. Parecen temerle como a una maldición. El Presidente lo acepta únicamente explicado desde la óptica que el beneficio será para los pobres. Y lo pagarán los sectores pudientes. El relato asoma permeable. Los jubilados no recibirán la actualización de haberes porque el sistema de movilidad resultó congelado. La recompensa dependerá de la voluntad presidencial. La clase media estará obligada a tributar muchísimo. El sector más productivo, el campo, también. El Estado recaudará y podrá engrosar sus arcas, que necesita, para alejarse del abismo. De paso, brindar señales en el frente externo donde el Gobierno debe renegociar una deuda gigantesca. Vale una referencia para tener dimensión del tema. Desde el 2002 y hasta el 2015, cuando concluyó la década kirchnerista, el Estado recaudó US$ 88.000 millones del agro por retenciones. Algo se hizo muy mal con semejante volumen para estar hoy frente a la nueva crisis. El ajuste se extiende. También el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof impulsa un impuestazo. Pero tuvo el primer tropezón en la Legislatura.

Para entender el alejamiento de Cristina de los problemas que la economía demanda resolver, basta con observar la articulación del Gabinete. Alberto apostó un pleno al equipo económico que le pertenece. La vicepresidenta aceptó la regla. Martín Guzmán, sobre quien pivotea mucho, fue la sorpresa del Presidente. Matías Kulfas, ministro de Producción, y Cecilia Todesca, vicejefa de Gabinete, también pertenecen a su riñón. Como Miguel Pesce en el Banco Central. Sobresale en ellos un pragmatismo por encima de la ideologización que envuelve al kirchnerismo.

Existen otras pistas. Alberto viene haciendo consultas en materia de renegociación de la deuda con Daniel Marx. Un experto que supo tener figuración en épocas de Carlos Menem. Escuchó la opinión de Carlos Melconian por las nuevas medidas. Convendría echar un vistazo sobre la estructura de YPF, cuyo titular es Guillermo Nielsen. Allí han quedado, al menos por ahora, funcionarios que pertenecieron al tiempo macrista.

Mucho se habló sobre un supuesto relegamiento de Nielsen, por solicitud de Cristina, cuando Alberto diseñaba su equipo. Se sabe ahora que el ex secretario de Hacienda está donde está por acuerdo con el Presidente. Es más: antes de eso tuvo una reunión reservada con la vicepresidenta. Le explicó, en tono vaticano, que su figura en primer plano podría generar recelo en los mercados y obstaculizar el ordenamiento de la economía y la renegociación de la deuda. Una razón añadida, tal vez, para entender los casilleros en el teatro del poder que ocupan ahora el binomio de los Fernández.

El Presidente en su desempeño frente a la crisis económica parece obligado a resolver desafíos perentorios. O mejor, contradicciones. Las nuevas medidas económicas significan un enorme esfuerzo para el sector privado. No hay correspondencia todavía con el sector público. Habrá que ver cuándo y con qué efectividad se podrían repensar las jubilaciones de privilegio. También las estructuras gubernamentales, en lugar de encogerse, tienden a amplificarse. Alberto fabricó un esquema que contiene 21 ministerios, 84 secretarías y 169 subsecretarías. Hace poco se constituyó un comité de intelectuales -con haberes-- para intentar enriquecer con ideas al primer mandatario.

Es cierto que Alberto debió contemplar en su construcción las compensaciones políticas de una coalición muy amplia. Pero sus integrantes deben comprender los tiempos de emergencia. Con gestos de austeridad, siquiera simbólicos, hacia la sociedad. El congelamiento de los sueldos en el Congreso llegó tarde.

No se trata de un imposible. Experiencias en escala reducida están en marcha. El nuevo intendente radical de Rosario, Pablo Javkin, conformó una alianza donde su partido convive con sectores peronistas, de Cambiemos y la izquierda. Hizo recortes inaugurales en la administración. Logró en el prólogo de la Nochebuena una meta llamativa: que los concejales votaran la reducción de un 30% de sus sueldos.

El progresismo incorpora al escozor que le genera el ajuste, otro trauma. El manejo de la seguridad pública. De las fuerzas policiales y federales. Berni introdujo algo de confusión. Según su teoría, el paradigma de la lucha contra el narcotráfico estaría agotado. Aquí y en el mundo. Una forma de descalificar, además, la bandera que el macrismo se resiste a arriar. Cuya cabeza fue Patricia Bullrich.

Berni sostuvo que habría que estudiar la posible legalización de las drogas. Entre esas propuestas inquietantes y la realidad quedaría, sin embargo, un vacío: ¿Qué habría que hacer con los narcos? ¿Cómo proteger a una sociedad que en sus sectores más humildes, en especial, resulta vulnerable? Silencio por ahora.

En materia de seguridad, el gobierno kirchnerista parece interesado antes en marcar diferencias con el macrismo que en progresar con políticas rumbeadas. Sabina Frederic, la ministra del área, eliminó varios protocolos dispuestos por Bullrich. Entre ellos, limitó casi hasta la inutilidad la utilización de las pistolas Taser. Berni las había defendido. También, el que avaló la conducta del policía Luis Chocobar, que mató por la espalda a un menor delincuente que había acuchillado a un turista. Chocobar debe ser juzgado aún por un Tribunal. Frederic, tal vez, lo condenó anticipadamente.

La Gendarmería ha sido colocada en el ojo de la tormenta. Frederic pidió investigar su comportamiento en la muerte de Santiago Maldonado. El peritaje, con la presencia de 55 expertos de las partes implicadas, determinó fallecimiento por ahogo. También solicitó revisar la reconstrucción de Gendarmería por la muerte de Alberto Nisman, que determinó un asesinato. Abordó un terreno que compete solo al Poder Judicial.

Frederic quiso que la organización Hezbollah saliera del registro de organizaciones terroristas. Había sido incluida por Macri al cumplirse al 25 aniversario del atentado en la AMIA. Una sugerencia de Felipe Solá la hizo retroceder. “Si esa decisión protege a todos, estoy de acuerdo”, dijo la ministra. El canciller hace inestables equilibrios entre las necesidades exteriores del país y el afán del progresismo K.

La Argentina del péndulo siempre vuelve. Previsible.

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