La pandemia pone en el centro de la escena la desigualdad urbana

La pandemia pone en el centro de la escena la desigualdad urbana

Las últimas medidas sanitarias reflotaron del olvido las malas condiciones habitacionales que caracterizan al área metropolitana de Buenos Aires. En el plano local, la ciudad también refleja un proceso de pauperización que lleva décadas y que también se extiende a ciertas localidades. Los principales puntos de vulneración se ubican en los cordones periféricos definidos por barrios consolidados desde hace mucho tiempo.

Por: Nicolás Grande.

Esta semana comenzó el operativo destinado a relevar diferentes zonas de la ciudad caracterizadas por graves deficiencias socioeconómicas. Será un trabajo en etapas debido al volumen de la intervención y la dispersión geográfica. La intención es detectar casos sospechosos de coronavirus y factores de vulnerabilidad.

El contexto sanitario muestra, en definitiva, los efectos locales de un crecimiento urbano profundamente desigual en el área metropolitana de Buenos Aires. Luján no es excepción y expone también un proceso que lleva décadas, definido por aspectos estructurales y políticas públicas ausentes o de muy baja intensidad. El resultado implica periferias pauperizadas en calidad de vida, con viviendas muy precarias, baja dotación de servicios y entornos urbanos afectados por problemáticas ambientales.

La agenda municipal del relevamiento sanitario incluye siete zonas en la ciudad cabecera y tres en localidades. Esto se traduce en el denominado bloque de Los Santos (San Fermín, San Jorge, Santa Marta, San Pedro y La Loma); Villa del Parque-Lanusse; Ameghino-Elli; Los Laureles; Parque Lasa; Americano y Padre Varela. Se completa con manzanas en Olivera, Pueblo Nuevo y Open Door.

HACIA AFUERA

El desarrollo urbano de Luján en materia de niveles socioeconómicos muestra un comportamiento desde el centro hacia las periferias. Así lo exponen los diferentes datos disponibles.

En materia de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), los peores indicadores se encuentran en barrios como Ameghino, Elli, San Fermín, San Jorge y Santa Marta. Allí la cantidad de hogares englobados en esta categoría llega, según los casos, al 30 por ciento. Es decir, que suman un cúmulo de privaciones materiales, más allá de bajos ingresos. Las cifras del último censo (ya tiene diez años, aunque las condiciones en general no cambiaron demasiado pero sí se agravaron en los últimos años), ubican en un segundo segmento a Villa del Parque, Lanusse y La Loma, con variantes que van del 12 al 18 por ciento. En las localidades, los peores números se reflejan en el barrio Luchetti de Open Door, donde un 27 por ciento de los hogares presentan NBI, en Olivera un 20 y algo menos en Pueblo Nuevo, especialmente en las zonas de reciente expansión urbana de los barrios El Ombú, Beláustegui y El Solar.

En las actuales circunstancias, los niveles de hacinamiento imponen situaciones muy diversas en cuanto a las formas que adquieren en los territorios las medidas de aislamiento. El hacinamiento crece a medida que la geografía se aleja del centro. En el cordón de barrios como Zapiola, Lanusse y Villa del Parque el promedio de viviendas con más de tres personas por cuarto oscila entre el 1,4 y el 10 por ciento. Hacia el otro lado del Acceso Oeste, en la mancha urbana delimitada por los barrios Elli y Ameghino, el número trepa al 14 por ciento, algo que se repite en segmentos barriales de la Ruta 192.

Una de las principales falencias en estos sectores de la ciudad se asocia al denominado déficit habitacional. Las construcciones precarias han crecido fuertemente en las últimas décadas. En algunas zonas, por ejemplo hacia los fondos de Villa del Parque, caracterizan a conglomerados urbanos enteros. Los datos censales exponen patrones similares a los indicadores mencionados anteriormente. La presencia de viviendas levantadas con materiales inadecuados, además de ausencia de servicios básicos en sus interiores, es notoria en el Ameghino, Elli, San Fermín y Santa Marta. Los números van del 37,6 al 54,2 por ciento. Apenas menos dramática es la situación en Padre Varela, Los Laureles y El Ceibo, por citar algunos puntos.

Las políticas de acceso a viviendas han sido una de las grandes falencias de los sucesivos gobiernos municipales. Incluso durante la última campaña electoral el tema se terminó de instalar en la agenda de distintos espacios políticos.

En los últimos 15 años se construyeron solamente 146 viviendas sociales. Y en la primera década del nuevo siglo, Luján quedó marginado de los grandes planes federales de construcciones habitacionales. El saldo, además de tratarse de un número escaso, no responde a planificaciones generales. Tampoco se acompañaron mecanismos de acceso a la tierra. La respuesta fue la ocupación espontánea y desordenada.

El Observatorio del Conurbano Bonaerense, dependiente de la Universidad de la Universidad Nacional de General Sarmiento, ofrece en su portal web una serie de datos sobre estos barrios obtenidos del Registro Público Provincial de Villas y Asentamientos Precarios, correspondiente a 2015. Entre las variantes de análisis incluye la calidad ambiental de los entornos. En Luján se marcan 10 zonas afectadas. Una de las variantes es la condición de área inundable, lo que ocurre en los barrios San Fermín, San Jorge y Santa Marta, con 380 familias; y otras 60 en La Loma. Sucede igual en el Padre Varela, donde además del río interviene especialmente el arroyo Gutiérrez. El trabajo registra allí 500 grupos familiares. En un alto porcentaje, las urbanizaciones informales del distrito no cuentan tampoco con acceso a servicios esenciales como gas y cloacas. Algo diferente ocurre con el agua corriente, cuya expansión fue notoria en la primera década del siglo. De los 10 puntos urbanos que contabiliza el trabajo, 3 no cuentan con el servicio. Otros 5 tienen cobertura parcial y solo 2 completa. 

DESARROLLO HISTÓRICO

En términos históricos, la mayoría de estos cordones urbanos remiten a mediados del siglo pasado. En la década del 50 se dieron varios loteos inaugurales, aunque los desarrollos posteriores fueron disímiles según las zonas y casi en general se potenciaron entre los 80 y 90, no casualmente en coincidencia con una pauperización de la vida en general producto de las políticas neoliberales. Como un proceso paralelo, la especulación inmobiliaria expresó un camino ascendente. Las periferias pasaron a ser entonces territorios de contrastes.

Bajo la dirección de Fernanda González Maraschio, el Grupo de Estudios Rurales del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Luján encaró hace dos años un relevamiento destinado a documentar la situación de las familias de pequeños agricultores en el distrito. Entre otras variantes, el trabajo analiza las tensiones generadas en torno al uso del territorio en las periferias urbanas y al impacto del mercado inmobiliario. Los datos son elocuentes porque mientras los espacios urbanos vulnerables crecieron, también aparecieron en zonas aledañas urbanizaciones de lujo, de la mano del modelo de inversión propio de los 90 y extendido en la primera década del nuevo siglo (en la actualidad el esquema de barrios cerrados parece estar en retroceso en Luján, donde surgen nuevas modalidades de inversión, como el boom de edificaciones en altura en la zona céntrica). 

La investigación menciona que “el ámbito rural se complejiza a partir de la instalación de nuevos espacios residenciales, la expansión de la agricultura de commodities, el desarrollo de nuevas actividades agropecuarias capital intensivas y el corrimiento de actividades de abasto”. Plantea, además, que la ciudad cabecera “avanza sobre los sectores de producción que estaban destinados al mercado interno, con asentamientos precarios y urbanizaciones cerradas, mientras tanto, desde el campo, las commodities hacen lo mismo en función del mercado internacional”. Esto deviene en un “territorio estrangulado”, a partir de una doble presión, por un lado, el campo, y por el otro, la ciudad. Esta variante -sojización y urbanización- impactaron en las posibilidades de acceder a la tierra, ya sea bajo calidad de propietarios o de arrendatarios. Los investigadores destacan que “el precio de la tierra ha venido experimentando un incremento sostenido desde la década de 1990”. En ese sentido, el valor de la hectárea se ha incrementado en un 575 por ciento a lo largo de 20 años: “El aumento se sostiene a lo largo de ambas décadas, aunque asociados a procesos diferentes. Mientras que entre 1994-2004 los precios se incrementan en un 225 por ciento a raíz de la creciente demanda de tierras para uso residencial -principalmente urbanizaciones cerradas a partir de inversiones inmobiliarias-, entre 2004 y 2014 el aumento fue de un 108 por ciento como resultado de la demanda creciente de tierras para uso agropecuario de la mano de la expansión del capital sojero”.

En el caso del Ameghino, barrio lindero a una de las zonas que más expone estos contrastes, su origen se remonta a un primer fraccionamiento en 1957, sobre tierras propiedad de Mijershon y Nisemberg. La tarea fue encomendada a la firma Luchetti, de ahí que durante muchas décadas ese fue el nombre con el que popularmente se conoció al barrio. Se pusieron a la venta 1.995 lotes. Fue un éxito comercial, aunque la densificación demoró bastante. Incluso hasta la década del 80 sobresalían muchos lotes baldíos.

Como luego se repitió en varios tramos de su historia, con promesas estatales incumplidas, el loteo fundacional sumó un compromiso que nunca se cumplió: la publicidad afirmaba que los pavimentos estaban totalmente pagados. Pero tales pavimentos no existieron, sino solo el mejoramiento de la calle Libertad. En los últimos años, el barrio fue escenario de un promocionado mega plan urbanístico que, sin embargo, se cumplió muy parcialmente y luego de incontables reclamos que incluyeron cortes de ruta por parte de los vecinos. Todo quedó resumido a un puñado de calles asfaltada.

Los barrios adyacentes a la Ruta Provincial 192 también tuvieron sus primeros loteos en la década del 50. En el caso del San Fermín, los fraccionamientos iniciales se dieron sobre tierras de la familia Capalbo. En esta zona el avance de viviendas fue igualmente lento. Treinta años después, las casas no pasaban de 40 y se describía el lugar como una  “esperanza silenciosa con más de cien lotes esperando pobladores”, ya que “por sus cuatro costados, hectáreas vacías, lotes que, o no tienen dueño o que si los tienen no se han arriesgado a construir en ellos sus viviendas”. Lo siguiente fue una explosión demográfica que define uno de los sectores más empobrecidos de la ciudad, que entre otras falencias suma la problemática siempre amenazante de las inundaciones.

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