La paradoja de la "maquinita": el Central emite como nunca pero el peso circula en cámara lenta

La paradoja de la

Hay un raro consenso sobre que el riesgo de un estallido inflacionario todavía está lejos. Sin embargo, siempre acecha la amenaza de Thomas Gresham.

Poca gente debe haber descripto mejor la idiosincrasia de los argentinos como Thomas Gresham; y tiene el mérito de haberlo hecho más de dos siglos antes de que existiera un país llamado Argentina.

Este comerciante inglés del siglo 16 fue asesor de la reina Isabel y se dio cuenta que, desde que se había alterado el uso de metales para hacer monedas, aquellas que tenían mayor proporción de oro eran guardadas celosamente en los cofres mientras que las que tenían más plata se veían circulando en los mercados.

Así, el tal Gresham observó un fenómeno que quedaría establecido como una de las leyes básicas sobre el dinero: cuando en un país conviven dos monedas, una buena y una mala, la gente tiende a usar la de peor calidad para realizar los pagos, mientras retiene la de mejor reputación como una forma de preservar su capital. Por consiguiente, no se ve circular mucho a la moneda buena, mientras que la mala cambia de manos a toda velocidad, porque nadie quiere quedársela.

Es un principio simple y cualquiera lo comprende intuitivamente. Por lo pronto, millones de argentinos vienen aplicando ese principio de manera entusiasta desde hace décadas. Y no por casualidad se estima que hay más de un millón de cofres destinados a resguardar dólares, aunque no rindan interés alguno.

Aunque no todos los funcionarios han dado muestras de tenerlo claro.

Por estos días, con el mercado nervioso, el equipo económico del Gobierno busca la manera de que la gente no huya hacia el dólar, y por eso toma medidas que dificultan la operatoria en el mercado paralelo. Se insinuó, además, una futura reforma del sistema bancario, destinada a captar el ahorro argentino para profundizar el crédito en pesos.

Pero los antecedentes no permiten augurar mucho éxito en esa tarea.

Desde las legendarias recomendaciones de "el que apuesta al dólar pierde" hasta la derrota cultural del kirchnerismo, que intentó una batalla para erradicar la dolarización, hay una larga lista de gente que demostró no haber comprendido a Gresham.

Durante el kirchnerismo, por ejemplo, se argumentó que era mejor invertir en pesos porque dejaban más dinero que un dólar a precio casi fijo, pero esa reedición de la bicicleta de los 70 no convencía ni a los propios ministros de Cristina Kirchner. Luego se intentó imponer el ya olvidado Cedin, un título inventado por Guillermo Moreno para que funcionara como un "dólar criollo", pero su volumen nunca pasó de ser ínfimo.

No hubo caso: los argentinos siempre entendieron cabalmente que en el país había una moneda con la cual hacer compras y otra destinada al ahorro. Y eso es lo que explica la denostada "fuga de capitales", que no es otra cosa que el ahorro nacional, estimado hoy en unos u$s350.000 millones a los que infructuosamente se intenta atraer al sistema bancario.

Gresham en cuarentena

En pleno aislamiento social, la vigencia de la ley de Gresham se ha transformado en el principal riesgo para la economía argentina. Mientras la "maquinita" de emitir pesos funciona a todo ritmo y aumenta el nerviosismo por un posible default de la deuda, el dólar paralelo salió de su letargo, con las tres modalidades –blue, dólar Bolsa y "conta con liqui"- bien instaladas por encima de los $100.

Sin embargo, lo llamativo del momento es que hay una extraña calma, un consenso en el sentido de que ni una dolarización masiva ni una hiperinflación son un escenario inminente.

De hecho, la inflación de abril, según las previsiones de las consultoras privadas, podría rondar el 2%, todo un triunfo en comparación con el 3,3% registrado en marzo.

Y en cuanto al dólar, el argumento que se suele escuchar entre expertos de la City es que la cuarentena cortó de cuajo el habitual déficit de divisas que se produce por la salida de turistas. El ex viceministro Emmanuel Álvarez Agis estimó esa cifra en u$s4.000 millones. Por otra parte, el consenso es que las importaciones podrían caer más que las exportaciones, por lo que, pese a la profunda recesión que se espera –ya se habla de una caída de 8% del PBI-, el Banco Central podría fortalecer las reservas.

Los pronósticos surgidos de las encuestas entre bancos indican que este año la inflación terminaría en 43%, con un dólar oficial de $85. Es decir, una devaluación de 27 puntos, pero que como se ubica debajo de la inflación significaría una revaluación del peso en términos reales.

¿Significa esto que, finamente, el viejo Gresham estaba equivocado, y que en medio de una crisis histórica los argentinos decidieron aferrarse a la moneda nacional que siempre habían repudiado?

Pesos en cámara lenta, ¿hasta cuándo?

A primera vista, puede parecer extraña esta relativa calma cuando el  Banco Central está emitiendo como pocas veces en su historia. En el mes transcurrido desde que rige la cuarentena, le mandó al Tesoro $290.000 millones en concepto de adelantos transitorios y transferencia de utilidades. El destino de todo ese dinero es la financiación de los planes de asistencia a empresas y trabajadores en la emergencia, un paquete cuyo costo el propio Gobierno ya estimó en 3% del PBI.

En esos días la base monetaria creció un 20%, hasta totalizar la suma de $2,4 billones (con B).

Pero los pronósticos apuntan a que esto es recién el inicio. Por ejemplo, el economista Marcelo Romano, de PPI, vaticinó que en el trimestre abril-junio habrá una expansión neta de al menos $300.000 millones por mes. Eso daría un incremento de la base del 61% entre marzo y junio, a un ritmo de 17,5 % mensual.

Y hay economistas que creen que en el año la base llegará a duplicarse, como mínimo.

¿Cómo se explica que este nivel de emisión no haya tenido una consecuencia más drástica? Es aquí donde entra a jugar el otro concepto fundamental surgido de aquella observación de hace 450 años: cuando se altera la velocidad a la que circula el dinero, entonces aumenta la demanda del público por quedarse con esos billetes y monedas, aunque sean de los "malos".

Esa merma en la velocidad puede ocurrir por varios motivos: ahora ocurre por la cuarentena. Hay gente que vio sus ingresos drásticamente recortados, y los que sí están cobrando no tienen mucho en qué gastar. Por otra parte, las transacciones bancarias más básicas se hicieron complicadas.

Y mucha gente que antes hubiese tenido una predisposición a deshacerse inmediatamente de los pesos, ahora decidió adoptar una postura cautelosa y los guarda, previendo que pueden sobrevenir tiempos peores.

Y además… está el cepo. Lo cual limita –aunque no elimina, como ha quedado a la vista- las posibilidades de que quien tenga pesos y desconfíe de ellos pueda correr hacia el dólar.

Sin embargo, empieza a crearse consciencia sobre que esta "vía libre" para emitir dinero sin riesgo no puede durar mucho tiempo.

Reivindicando la maquinita

Uno de los que dio muestras de tener claro el peligro es el propio ministro Martín Guzmán. En una entrevista reconoció que si la emisión no se traslada a los precios es porque la gente no puede salir de su casa.

"Pasada la pandemia, obviamente pondremos en marcha un plan para controlar los efectos de esa emisión acumulada", promete. Y se muestra confiado en que parte del dinero será compensado naturalmente por un aumento de la oferta de bienes, al reactivarse la economía y que la gente empiece a consumir.

El ministro dio a entender que, combinando el control al dólar, un aumento del consumo y una reabsorción de los precios que sobren, no debería temerse un escenario catastrófico de inflación desbocada.

Es, a fin de cuentas, lo que se está diciendo en varios países que siempre han sido tenidos como modelos de disciplina monetaria. Tan es así que un reciente editorial del Financial Times, una de las biblias del neoliberalismo, plantea que la emisión de dinero es una medida válida en momentos como éste.

"La magnitud de la actual crisis significa que incluso la financiación monetaria más directa, como la entrega de dinero en efectivo a la gente, debería seguir siendo una opción. El debate no debería centrarse en si puede haber financiación monetaria sino en mantener controlado el proceso mediante bancos centrales independientes", plantea el FT.

Y a modo de ejemplo señala que Andrew Bailey, el presidente del Banco de Inglaterra, se apuró en aclarar que su expansión monetaria no debía confundirse con un deseo de financiar un déficit fiscal por la vía de la emisión. "Ese comentario quizás fue mayormente entendido como una manera de convencer a los inversores internacionales que hay pocas razones para sentir temor a mantener fondos en libras esterlinas", agrega el editorial.

Es algo que muchas veces quisieron hacer los funcionarios argentinos, con escaso éxito. Lo intentó, por ejemplo, Axel Kicillof, quien en sus tiempos de secretario de política económica dijo en el Congreso que era ridículo el argumento de que la inflación es inflacionaria. Y señaló que en Estados Unidos se había cuadruplicado la base monetaria y en la Unión Europea se había duplicado y, sin embargo, no sólo no subían los precios sino que había deflación.

Por esa época, también Mercedes Marcó del Pont –hoy una de las ideólogas económicas del gobierno- solía quejarse de que la Argentina era el único país del mundo en el que se seguía argumentando que emitir dinero es sinónimo de aumento de precios.

Claro, en el análisis faltaba el ingrediente Gresham: la emisión de dinero puede tener efectos muy diferentes si lo que sale de "la maquinita" es la moneda buena o la mala.

Hay de la buena y de la mala

Lo cierto es que hoy mismo no son pocos los que creen –como el propio FT- que la cuarentena global puede generar deflación antes que inflación.

Pero claro, Argentina plantea un escenario diferente. Y el peligro que muchos están viendo es que el monstruo desatado en forma de mega emisión monetaria no sea tan fácil de domar una vez que la situación sanitaria se haya normalizado.

Un informe de la consultora Eco Go, dirigida por Marina dal Poggetto, señala que la base monetaria, que venía de niveles de 10% del PBI, está trepando al 16%.

"Evidentemente, este aumento en la demanda de pesos no resulta viable, aun con cepo y una recomposición en el margen de las reservas del BCRA", argumenta.

Y hace un pronóstico inquietante: "A medida que vayan levantándose las palancas de la economía, el excedente monetario podría comenzar a presionar frente a una demanda de dinero que antes del shock era muy débil".

Por otra parte, los bancos de inversión han difundido reportes en los que advierten que todo podría empeorar si no se resuelve bien el tema del canje de la deuda, porque eso haría descender de manera drástica la demanda de dinero.

Lo cierto es que el día después de la cuarentena encontrará a la economía con el doble de pesos.

Y allí puede ocurrir otro de los efectos observados por Gresham: que aun cuando no se siga expandiendo la cantidad de dinero, un aumento en la velocidad de circulación puede tener el efecto de devaluar a la moneda mala frente a la buena. También en ese punto, la historia argentina muestra antecedentes inquietantes: durante la explosión inflacionaria de los 80, aunque se frenara la "maquinita", igual los argentinos se sacaban de encima los australes, que cambiaban de manos a un ritmo de 100 veces por año, ocho veces más rápido que cuando se había instaurado la nueva moneda.

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