CGT al rojo vivo: cómo quedó la interna luego de la fallida marcha

CGT al rojo vivo: cómo quedó la interna luego de la fallida marcha

Los incidentes desnudaron falencias en la organización obrera. Guerra sindical y preocupación en el Gobierno. El factor Pérsico.

 

El caos en que terminó la marcha, la primera que se hace en la era Macri y también la primera que organiza la nueva dirección sindical, desnudó profundas falencias dentro de la organización del movimiento, atravesado a su vez por la huelga docente. También, a pesar de que más de uno se regocijó con las imágenes del atril de la CGT llevado en andas, el fallido levantó las dudas en el Gobierno, ante una sucesión de marchas en una misma semana. Todos comparten la misma incógnita: ¿qué pasa si no se puede controlar la calle?

“Poné la fecha”

“Nunca miré una película desde atrás de la pantalla: lo del otro día estuvo orquestado, había cien bravucones que cantaban ‘la puta que te parió’ y que no tenían nada que ver con el movimiento obrero”, le dice Héctor Daer, uno de los tres gremialistas que dirige la CGT, a NOTICIAS, intentando minimizar los incidentes.

A pesar de las declaraciones, el escándalo golpeó muy fuerte puertas para adentro y dejó un primer diagnóstico compartido: ya se hacía imposible no ponerle una fecha al paro. El jueves 9, en una reunión de la mesa chica de la CGT, se aceptó hacer la huelga entre el 4 y el 6 de abril, aunque se espera que, una semana después, el Consejo Directivo apruebe la medida.

La interna sindical se avivó luego de la movilización –según cifras de la organización fue de casi 500.000 personas, mientras que el Gobierno aseguró que sólo hubo 40.000–, marcando todavía más las diferencias políticas en este año electoral. El máximo apuntado por el descontrol fue Abel Frutos, líder del gremio de los panaderos, quien, cuando se unificó la CGT en agosto pasado, fue designado como el encargado de la seguridad. Frutos es la mano derecha histórica de Hugo Moyano –de hecho el sindicalista nombró a Rodrigo, hijo de Abel, como integrante de la Comisión Directiva de Independiente cuando llegó al club–, y muchos entendieron su designación como una movida del camionero para mantener su omnipresencia en la organización. Lo llamativo es que, hasta el año pasado, la seguridad de los actos la organizaba Camioneros, donde Pablo, el mayor de los Moyano, pisa cada vez más fuerte desde que su padre se abocó al fútbol: bajo el control de Pablo un desastre así jamás ocurrió. Es casi un hecho que Frutos perdería su cargo una vez que baje el temporal, y también es cierto que en el ambiente hay enojo contra los Moyano.

“Nunca vi que en una marcha se dejen copar la primera línea”, se quejó un dirigente de peso. NOTICIAS pudo confirmar en el lugar lo flojo de la organización: este cronista recibió un botellazo que iba destinado al palco, donde en ese momento se encontraba Daer.

“Además, Daer no debería haber cerrado el acto. No es buen orador y nunca vi a un sindicalista salir a hablar con el discurso escrito en un papel”, fue la reflexión de un gremialista, que remarcó que la elección correcta hubiera sido Juan Carlos Schmid, otro de los líderes de la CGT. El titular de la Confederación de Transporte, aliado de Moyano, es reconocido entre los suyos por su elevado nivel cultural –el año pasado, por ejemplo, organizó personalmente un ciclo de teatro en diferentes lugares de Palermo–, escribió varios libros y los suyos aseguran que jamás lo vieron ensayar un discurso. Además, fue el que negoció con los enviados del Vaticano la próxima visita de la cúpula de la CGT al Papa.

Las intereses a los que responden los gremialistas se vislumbran detrás de cada movimiento que da –o no– la organización obrera. Hay que entender que, cuando se unificó, cada uno de los tres mandamases sindicales dejó a su delfín: además del de Moyano, Daer es del riñón del metalúrgico Antonio Caló y Carlos Acuña, líder de los trabajadores de las estaciones de servicio, del de Barrionuevo. La endeble alianza es, sin embargo, matizada por varias fuentes: “Acá nadie es el chirolita de nadie, son todos dirigentes de peso propio”, aseguran, dando a entender que cada uno quiere instalar su agenda propia.

A pesar de que Daer le diga a este medio que son “dirigentes sindicales antes que políticos”, la grieta se filtró entre los representantes de los trabajadores. Se ve a la hora de largar acusaciones: para el moyanismo, los que picaron la marcha fueron grupos kirchneristas, para Caló fue la izquierda, y para los hombres del gastronómico fueron ambos.

Además, Daer es diputado por el Frente Renovador –“Massa tiene gestión y huevos”, dijo más de una vez, aunque en los últimos tiempos se le rebeló al tigrense– y Acuña es legislador bonaerense por el mismo partido. Las alianzas se notan en relación con el paro: los que están más cerca del kichnerismo, como Caló y la UOM, hace rato que esperan una huelga que haga quedar mal al Gobierno, igual que los moyanistas, que tienen su vendetta personal con el macrismo. Barrionuevo, por otro lado, bregó por un paro no por convicción –prefería evitarlo–, sino por el temor a lo que finalmente sucedió.

Crisis

“Perder el control así habla de una crisis de legitimidad profunda”, dice el historiador Pablo Pozzi, especialista en el movimiento obrero local. Los números lo avalan: durante el primer peronismo, el nivel de sindicalización osciló alrededor del 50% y se mantuvo en números similares hasta entrada la década del ’70. Desde entonces comenzó su lenta debacle: según la Organización Internacional del Trabajo, en 1995 era del 42%, y según el Ministerio de Trabajo para el 2010 había caído a un 37%.

Las cifras de este año hablan de un 35% de afiliados en el país, divididos en más de 3.000 gremios.

A esto se le suman las novedosas formas de movilización. Emilio Pérsico, líder del Movimiento Evita y dirigente de las organizaciones sociales que agrupan a trabajadores informales, ya fue visto como un interlocutor válido a los ojos del Gobierno: él está negociando la Ley de Emergencia Social, algo que le entregaría una caja de 30 millones de pesos, además de que está avanzando en su intención de obtener la personería jurídica, lo que lo pondría formalmente a la par de un sindicalista tradicional –de hecho, en la movilización de la CGT ocupó una silla en la segunda fila del escenario–.

Su creciente poder no es sólo anecdótico: ya salió a disparar que si la CGT no llama a un paro, él lo hará. ¿Si la organización no logra reencauzar a la tropa, el oficialismo intentará improvisar una alianza con el hombre de la barba?

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