Alberto, el dólar y el temido diciembre

Alberto, el dólar y el temido diciembre

Juan Domingo Perón afirmaba que "nadie puede solucionar un problema social sin antes solucionar un problema económico, y nadie soluciona un problema económico sin antes solucionar un problema político". Lo lógica de la secuencia es incuestionable, pero el gobierno nacional parece ser el único en ignorarla.

El dólar blue cerró este jueves a 180 pesos, con una brecha con el oficial de casi 150 por ciento. Un par de semanas atrás estaba a 132 pesos, pero súbitamente explotó gracias al experimento de Miguel Pesce, avalado por Alberto Fernández, en contra de la opinión de Martín Guzmán. El mismo experimento que le significó a Raúl Alfonsín tener que transferir el mando seis meses antes de la finalización de su período presidencial.

Cuando el presidente cayó en la cuenta de su error y le otorgó la suma del poder al ministro de Economía, a inicios de la presente semana, ya había provocado el colapso. Faltantes en las góndolas y en la mayor parte del sistema comercial, productos que se quitan de la venta por falta de precios, comerciantes y productores más preocupados por los costos de reposición que por la facturación. Nada que todo presidente de origen radical no haya promovido antes. El camino hacia la devaluación y la hiper está liberado. Sólo el gobierno y sus comunicadores pretenden negarlo sin argumentos racionales.

Lo que es peor es que las políticas que se toman, en dosis homeopáticas, sólo agravan la magnitud del problema. En la economía no hay magia: o pagan los de abajo o pagan los de arriba. La contribución a la riqueza duerme el sueño de los justos. La ofensiva contra el salario es brutal. El nuevo salario mínimo, presentado como un logro, no alcanza a cubrir la canasta básica. Y los trabajadores que exceden un 8 por ciento los ingresos fijados por esa canasta deben pagar impuesto a las ganancias.

En menos de quince días, el presidente empoderó a Pesce frente a Guzmán, al que venía presentando como el ministro estrella gracias a la renegociación de la deuda con los acreedores privados. Dos semanas después degradó al presidente del Banco Central y le tiró el fierro caliente a Guzmán. ¿Cuántos días durará su nueva determinación?

El presidente no quiere ni tiene plan. Tampoco credibilidad. Ni podrá obtenerla, con su actitud de tratar de quedar bien con todos y evitar la confrontación. La agenda de la cuarentena se la terminó imponiendo Rodríguez Larreta. Este jueves se comenzaron a ver los resultados, con el primer caso de COVID-19 en la escuela técnica Nro. 15 de Barracas.

En menos de una semana pasamos de la condena a Venezuela sumándonos al Grupo de Lima a condenar al Grupo de Lima, proponiendo sumar a la UNASUR. De ser ejemplo de combate al COVID-19 a presentar los peores indicadores a nivel mundial y a ser excluídos de las estadísticas internacionales por la pésima calidad de los datos presentados.

El FMI vino y se fue sin pedir nada, en principio. Nada se podía exigir a una sociedad a las puertas de la anomia. Días después, sin embargo, lanzó la temible recomendación: devaluación. En esa opción pagarán los pobres. Al presidente no se le ven uñas de guitarrero para intentar hacerle pagar la fiesta a los que más tienen. Seguirá naufragando en su balsa mientras pueda.

Los que lo rodean rumorean que está muy decepcionado con varios de sus ministros. Primero fue informalmente Aníbal Fernández, luego Santiago Cafiero, quienes salieron a exigirles mayor compromiso y protagonismo. Ninguno se dio por enterado. Justamente fueron elegidos por no ser esa clase de ministros. Por el otro, ven chorrear la sangre de la armadura presidencial. Más aún, en las áreas técnicas hay muchos más interesados en ofrecer sus servicios al sector privado que a administrar lo inadministrable, sin programa, proyecto ni hoja de ruta alguno.

Mientras que el presidente empodera a Martín Guzmán, se ha insistido con la oferta para que Roberto Lavagna se haga cargo de la economía argentina. También le han acercado la oferta a Martín Redrado, vetado por Cristina Fernández, y sueña con incorporar a Florencio Randazzo, otro a quien la vicepresidenta le bajó el pulgar.

En última instancia queda por resolver la cuestión clave de quién es el que manda. ¿Alberto? ¿Cristina? ¿El círculo rojo? ¿La Corte Suprema? ¿Todos y ninguno a la vez?

La sociedad argentina está en un estado latente. Todos sienten que se aproximan grandes cambios, pero nadie podría asegurar cuáles ni de qué envergadura serán. ¿Cambios en el gabinete? ¿Para qué, si el problema proviene de más arriba? ¿Quiénes estarían dispuestos a asumir el desafío con una conducción que no conduce, de los que podrían ser mejores de los que ya están?

En el horizonte se dibuja el temido mes de diciembre, mientras que el dólar paralelo, a 190 pesos, superó largamente la cotización asociada con el colapso de 180 pesos. El desabastecimiento comenzó. Las protestas sindicales por el aumento del 7 por ciento ofrecido por el gobierno a los estatales, que sonó a burla, se multiplican.

Sin rumbo, sin programa y sin corazón, el gobierno de Alberto Fernández parece diluirse mientras la sombra brutal de la anomia devora a gusto las esperanzas de los argentinos.

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