Alberto Fernández apuesta al regreso del “comandante pandemia”

Alberto Fernández apuesta al regreso del “comandante pandemia”

El Presidente se muestra, según sus colaboradores, dedicado casi a pleno a la cuestión pandémica como a ningún otro asunto

Por: Claudio Jacquelin.

Los alarmantes números de la segunda ola del Covid no son la causa única de las nuevas medidas que se anunciarán hoy. El intento de recuperación de la autoridad y la centralidad presidencial constituye un factor adicional clave. Así, el más que complejo panorama sanitario recibió un elemento que sirvió para complejizar las discusiones previas y tratar de consensuar una decisión entre los gobiernos nacional, porteño y bonaerense.

Los conflictos, polémicas, rechazos y subsiguientes costos que ocasionó la última decisión tomada y anunciada en solitario por Alberto Fernández dejaron huella en el ánimo y en la imagen presidencial. En la Casa Rosada no quieren que se repita y buscan acuerdos que les den más sustentabilidad a las decisiones, al mismo tiempo que intentan evitar cualquier medida que pueda sugerir debilidad.

Por eso, la discusión sobre la suspensión de las clases presenciales, empujada por Axel Kicillof y resistida por Horacio Rodríguez Larreta, volvió a estar en el centro de las disidencias. En esta materia, el Presidente no quiere volver a pagar ningún precio. Por el contrario, busca ansiosamente que la lucha contra la pandemia le reporte dividendos, como hace un año, cuando las medidas contra el Coivid-19 impulsaron hasta la estratósfera su popularidad.

Un año después, con los índices de imagen positiva reducidos casi a la mitad, el Presidente se muestra, según sus colaboradores, dedicado casi a pleno a la cuestión pandémica como a ningún otro asunto. Es el regreso (o el intento de retorno) del “comandante pandemia”.

“Estamos ante el Alberto de abril de 2020, hiperactivo, enfocado, sabiendo que no hay nada más urgente ni más importante para la sociedad que la pandemia. Consciente de que le toca ser presidente en una circunstancia dramática, que va a quedar en la historia según cómo la haya gestionado”, dice uno de los ministros que desde hace más tiempo lo conocen. Lo corroboran otros colaboradores.

La actitud presidencial tiene varios motivos que la explican, al margen de cuidar la salud pública “como un padre”, según su autodefinición. Nada es monocausal ni está exento de cálculos.

Fernández intenta evitar, en primer lugar, que los costos, sobre todo humanos, de la gestión de la pandemia caigan sobre él, más aún después de los promesas incumplidas sobre la vacunación, que se agravan con la explosión de contagios y muertes que trajo la segunda ola. “Alberto sabe que los muertos van a caer en su jardín si hay errores que se le pueden imputar, por eso está encima de todo para tratar de evitarlo. Así, a veces, se sobregira y queda expuesto”, admite uno de los funcionarios que integran el círculo presidencial más cercano.

Los errores en los que incurrió al anunciar las medidas, entre las que estuvo la decisión de suspender las clases presenciales en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, son motivo de discusión y revisión en el entorno presidencial. No solo Fernández asumió solo los riesgos y Larreta lo desafió con cierto éxito. También, se malquistó con madres y padres de alumnos, personas con discapacidad y con el personal de salud, además de los opositores. Es todo lo que en la Casa Rosada intentan evitar en el anuncio en ciernes. Por eso, sus colaboradores le insisten para que lea lo que vaya a decir. La prevención es alta: se sabe del poco aprecio por los consejos sobre comunicación política que tiene el Presidente.

Aunque ya nada es igual, Fernández quiere volver a aquel paradójico “paraíso” de 2020 en el que una sociedad atemorizada le delegaba y le confiaba buena parte de su autonomía y lo premiaba en los sondeos de opinión. También, pretende recuperar la autoridad que entonces casi nadie le discutía ni le disputaba.

Alteraron el escenario los avances sobre la Justicia, la crisis económica, las disputas con la oposición y, por sobre todo, los tropiezos relacionados con la pandemia. Cristina Kirchner, Kicillof y Rodríguez Larreta, en distinto orden, con diferente capacidad de impacto y diversidad temática, proyectaron sombras sobre él e iluminaron baches, contradicciones y desaciertos de gestión y de construcción política.

La vicepresidenta y el gobernador bonaerense son destinos (auto)prohibidos para los enojos presidenciales. El catalizador de todos esos sentimientos reprimidos es Larreta. La irritación que le despierta el alcalde porteño alcanzó picos de ira después de rebelarse contra la suspensión de la presencialidad de las clases. Su entorno argumenta que el malestar es previo, de cuando anunció las primeras restricciones. Le adjudican a Larreta no haber cumplido con lo acordado al extender algunos horarios de cierre de bares y restaurantes. En el gobierno porteño lo niegan enfáticamente. La verdad se torna irrelevante ante la realidad y las consecuencias del enojo que subsiste.

Los aportes de Kicillof al limado del busto presidencial, sin embargo, no han sido menores y algunos funcionarios del gobierno nacional lo admiten. Frente a los sectores que reclaman más restricciones para disminuir los contagios y que todo lo que huela a macrismo les despierta urticaria, el gobernador bonaerense construyó una imagen más nítida y contundente. A eso se le agrega el éxito autoatribuido por la llegada de las vacunas rusas, frente a los problemas que tuvo la gran apuesta de Fernández por la de AstraZeneca. Sumas para el preferido de Cristina Kirchner y restas para el Presidente. Justo en una temática demasiado sensible socialmente y en la que el “comandante pandemia” pone en juego su mayor capital político construido en el primer año de mandato. Por eso, fue ayer a Ezeiza a recibir el vuelo que traía dosis de Sinopharm.

En la Casa Rosada mantienen su apuesta por la vacunación como gran soporte político-electoral. Aunque es cierto que el optimismo vuelve a ser, como en diciembre y marzo pasados, a mediano plazo. En lo inmediato, miran con angustia y preocupación las curvas de muertes, ocupación de camas de terapia intensiva y contagios. Un poco menos, pero solo un poco, los inquieta la curva de los precios.

A pesar de la sucesión infinita de problemas que rodeó y rodea la adquisición y aplicación de las vacunas contra el Covid, con el consecuente incumplimiento de los plazos anunciados, en la Casa Rosada miran con entusiasmo el mes próximo. Dan por hecho que llegarán en mayo algo más de seis millones de dosis, entre las que cuentan tres millones de la vacuna de AstraZeneca producida en la Argentina por Hugo Sigman. Aun después de que el canciller Felipe Solá dijo ayer: “Tenemos un gran problema y se llama AstraZeneca”.

En el presente, del trípode sobre el que se asentaban las expectativas electorales oficialistas permanece indemne (o casi) una sola pata. La vacunación y la economía no son apoyos firmes. Queda la unidad interna del Frente de Todos, que se mantiene, pese a las tensiones que lo atraviesan y nadie niega. No es poco el tiempo, el esfuerzo y las concesiones que le demanda a Fernández sostener la concordia.

La convicción en el oficialismo de que aún cuenta con tiempo para robustecer las dos patas debilitadas del trípode encuentra algún asidero externo, no solo en la autoconfianza que tiene el Gobierno sobre sus aptitudes.

La oposición ayuda

Los temores que despierta la pandemia en la sociedad más la asistencia que sigue llegando a los sectores más pobres o empobrecidos ayudan a sostener cierta paz social o, al menos, a evitar que el malestar se exponga más crudamente. Sin embargo, la decisión de prohibir el ingreso de manifestantes a la ciudad de Buenos Aires no es solo un recurso sanitario, sino un dato insoslayable de conflictividad política y social más que latente.

La oposición también hace su aporte a las ilusiones oficialistas. Lo expresa el hecho de que el dirigente cambiemita con mejor imagen esté bajo escrutinio permanente dentro de su propio espacio. Los sectores más duros no están dispuestos a tolerarle ninguna concesión al Gobierno. Lo hacen saber sin reparos. La modalidad o los matices que adquiera la presencialidad escolar en la nueva etapa de restricciones serán una prueba ácida para la consolidación o no de un liderazgo en proceso de construcción.

La discusión que se abrió por las elecciones primarias y el acuerdo que se alcanzó entre los partidos de Juntos por el Cambio, aceptando una postergación por única vez, dejó heridas internas no saldadas. La decisión del Gobierno expresada ayer de no enviar un proyecto de ley con las propuestas cambiemitas, como parecía haberse acordado, profundizó todas las desconfianzas internas y externas.

Los halcones están de parabienes, mientras Larreta se ve obligado a discutir (o negociar) con el Gobierno y a lidiar con la segunda ola del Covid, que golpea a los habitantes de su distrito y presiona sobre el sistema sanitario porteño. Equilibrios más que inestables en la cubierta del Titanic. Mientras, el “comandante pandemia” prepara su difícil regreso.

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