Las cocineras de comedores comunitarios exigen un salario y ser reconocidas como trabajadoras

Las cocineras de comedores comunitarios exigen un salario y ser reconocidas como trabajadoras

Sirven la mesa de millones de argentinos y son una pieza fundamental en los casi 5.700 barrios populares del país. La Poderosa presentará un proyecto de ley para que el Estado les pague un salario y se les reconozcan aportes, vacaciones y ART.

Delfina Torres Cabreros

Hace 33 años que Nelly tiene un comedor comunitario en el barrio Zavaleta. Son más años de los que cualquier trabajador necesita aportar al Estado para tener una jubilación; un derecho al que, sin embargo, no podrá acceder porque el suyo es un trabajo informal. Este año no se tomó vacaciones para no dejar el comedor sin relevo y esta mañana de miércoles, mientras asiste a la presentación del informe de pobreza elaborado conjuntamente por Unicef Argentina y La Poderosa, ya dejó organizado lo que se va a servir en su casa al mediodía: pollo con ensalada para más de 500 personas. 

Nelly es una de las más de 70.000 cocineras de comedores comunitarios que existen en el país, de las que depende la subsistencia de 10 millones de argentinos y argentinas, según estimaciones de La Poderosa. Esta organización social, que tiene 114 asambleas en todo el territorio nacional, presentará el próximo 8 de marzo un proyecto de ley en el Congreso para que sean reconocidas por el Estado como trabajadoras y se les otorgue los derechos que le corresponderían: un salario, vacaciones, seguro frente a accidentes de trabajo y jubilación. 

Las mujeres que hacen trabajo comunitario son quienes mantienen a flote los 5.687 barrios populares de la Argentina. “El Estado nos envía alimentos, pero no nos reconoce el trabajo. ¿Qué piensa? ¿Que a los fideos los comemos crudos?”, dice María Claudia “Negra” Albornoz, jefa comunitaria de La Poderosa, que resalta la “triple jornada laboral” a la que están expuestas. Trabajan dentro de sus hogares en tareas de cuidado, suelen tener un trabajo precario afuera –limpian casas ajenas, hacen changas, venta ambulante o atienden negocios– y, además, hacen trabajo comunitario en el barrio.

“A nosotras nos corresponde trabajar un par de horas e irnos a nuestra casa y poder disfrutar de nuestros hijos, pero nuestro barrio también nos necesita y es parte del todo para que también nuestros hijos estén bien. Porque si no mejoro mi barrio, ¿cómo va a terminar mi hijo? Si no veo que su vecinito salga de dónde está ¿en dónde va a terminar mi hijo, si es su amiguito?”, dice una mujer en un documental realizado por Unicef y La Poderosa, sentada al aire libre con una olla de fondo que se calienta sobre el fuego de una parrilla. 

Si bien algunas traajadoras reciben un programa Potenciar Trabajo, se trata de un beneficio pensado como un complemento de la actividad que las personas realizan, por eso es de apenas la mitad de un salario mínimo, hoy $33.871. El punto es que las trabajadoras de los comedores no tienen más que ese ingreso por su trabajo e incluso suelen poner dinero de su bolsillo para comprar la mercadería que falta o estirar las porciones. “El Potenciar Trabajo es un programa social y nosotras lo que queremos es un salario”, resume Albornoz. 

Por otra parte, actualmente se encuentra cerrada la entrada a nuevos titulares al Potenciar Trabajo e incluso se está achicando la base. La semana pasada, la ministra de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz, confirmó la suspensión de más de 100.000 titulares del programa que no completaron el proceso de validación de datos exigido. 

Quienes trabajan en los comedores son mayoritariamente mujeres jóvenes, de entre 23 y 40 años, que fueron madres a temprana edad. “Ellas van ocupando espacios en los distintos ámbitos comunitarios de trabajo, van siendo reconocidas por las otras personas y se van formando como referentes de la organización (...). Articulan, facilitan y suplen frente a la ausencia o a los largos tiempos o las respuestas poco adecuadas de la burocracia estatal”, dice el informe cualitativo sobre pobreza, que complementa los datos duros registrados por el Indec, que señalan que dos de cada tres chicos sufren carencias. 

Los trabajos de estas mujeres involucran no solo la resolución de los problemas materiales, sino también dimensiones emocionales, tejiendo vínculos de cercanía y de contención. “Cuando le pasa algo a un chico en su casa y te viene a golpear en tu puerta y te dice ‘me está pasando esto’, eso es de lunes a lunes”, relata una mujer de la Villa 21-24, en CABA. “No hay domingo, no hay de noche, no hay de madrugada. Una mamá que no tiene para el remedio de su chico te vienen a golpear la puerta y hay que irse, buscar, conseguir”.

 

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