Cristina, Alberto y Massa: las guerras de hoy y las que vienen

Cristina, Alberto y Massa: las guerras de hoy y las que vienen

El affaire Wado y sus trasfondos. Una guerra por candidaturas y por la identidad del peronismo. El dilema de la jefa. Néstor, Sergio, el escorpión y la rana.

 

Por Marcelo Falak

La buena noticia para el Frente de Todos es que el tiempo de las peleas por el rumbo de la gestión entre Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández está por finalizar. Eso no es así porque haya posibilidad de acuerdo, sino porque lo que está por culminar es la propia gestión. La mala es que el final de ese conflicto es apenas el preludio de los que vienen y perdurarán: uno inminente, por la candidatura presidencial del espacio –y, más, por el alma del proyecto– y, en un futuro algo más lejano, por la guerra que se desatará para adueñarse de esa juntada invertebrada una vez que las urnas determinen si habrá victoria o derrota.

 

El enojo del miembro de H.I.J.O.S. Eduardo "Wado" de Pedro con Fernández por no haberlo invitado el último lunes a un acto junto a Luiz Inácio Lula da Silva –el mismo que omitió a Cristina– y representantes de los organismos de derechos humanos es el anuncio de las guerras por venir.

 

"No tiene códigos", dicen que dijo el primero sobre el segundo. El hecho de que hayan coincidido en la información y en la cita Clarín y su némesis Página/12, pasando por todo el resto de los medios, hace indudable de qué fuente emanó. Por otro lado, que la vocera Gabriela Cerruti haya atribuido la especie a "un invento periodístico", para ser desmentida apenas más tarde por el ultimátum de Victoria Tolosa Paz prueba dos cosas: que la primera devalúa su palabra –un pecado grave en una portavoz… ¿generado por los conocidos vaivenes de su jefe?– y que la paciencia del Presidente con su ministro camporista se agotó. ¿También con la jefa de este?

 

 

"La falta de códigos es de quienes critican estando adentro del Gobierno. O estás adentro o afuera", disparó la ministra de Desarrollo Social por indicación presidencial. "No me queda muy claro si es una información en off the record del ministro o de su entorno (…). Es buen momento para que el ministro De Pedro pueda aclarar si esto ocurrió o no", añadió.

 

La referencia al off the record fue una dulce venganza del albertismo. Esa práctica fue la que denunció la vicepresidenta, como pistola humeante, en las manos del exportavoz Juan Pablo Biondi y del exministro Matías Kulfas, cuyas eyecciones logró, no sin ufanarse de que nadie en su sector habla con el periodismo con reserva de identidad para operar. Parece que De Pedro se había quedado con esa perdida arma farolera.

 

 

La estocada de Tolosa Paz al cristinismo sobre la "falta de códigos" –que luego fue y volvió como un frisbee playero– también fue una revancha. Buena parte del funcionariado albertista nunca toleró que Fernández le haya dejado pasar a su ministro el haber gatillado, con su falsa renuncia, la grave crisis de gabinete y política de septiembre de 2021, un vaciamiento ideado por Cristina Kirchner para llevarse la cabeza de Martín Guzmán y las de otros y otras, ganar posiciones en el elenco de gobierno y torcer el rumbo de una administración que ya denunciaba como ruinosa. Esas personas, que nunca le perdonaron a De Pedro "la falta de códigos" de haber arrojado esa primera piedra después de haber jugado largamente a tener una relación de confianza con el jefe de Estado, no podían digerir que este estuviera más decepcionado que enojado: "¿Cómo puede ser que Wadito me haya hecho esto?", lo citaban con bronca.

 

Cuentan que el diálogo entre el ministro del Interior, por un lado, y varios de sus colegas y el propio Alberto Fernández, por el otro, está cortado, casi tanto como el de este último con Cristina. La infidencia, que a esta altura no sorprende, suscita, eso sí, la pregunta de cómo es posible que el oficialismo se permita tratar con tanta desaprensión a la sociedad a la que, se supone, vino a servir.

 

Estos pases de facturas vencidas, cabe insistir, no son más que anticipos de guerras por venir.

 

El propio De Pedro atribuyó la omisión presidencial para invitarlo a la mencionada reunión a su aspiración presidencial, una que viene deparando sorpresas como los elogios de Luis Barrionuevo –¡sí, de Luis Barrionuevo!– y sucesivas reuniones entre ambos. En bueno que la gente tenga proyectos, pero el problema es que el de De Pedro colisiona con el de otros, al menos el Frente de Todos, siga existiendo.

 

El cristinismo dice querer que Fernández defina si irá o no por su reelección. Es interesante que aquel sector y el propio mandatario coincidan en seguir representando en público una pieza teatral que, en privado, todos y todas saben que existe. El Presidente asume que no tiene condiciones que sustenten dicha pretensión y sus spots recientes son, antes que un posicionamiento preelectoral, "una puesta en valor" de lo que entiende como saldos positivos de su gestión, un modo de salvar su legado y de contribuir a que quien asuma la candidatura presidencial del panperonismo arrastre un carro algo menos pesado.

 

Si la economía mejorara, el crecimiento se sostuviera en un nivel aceptable y, sobre todo, si la inflación cediera y la firma de nuevas paritarias permitiera una recomposición de los salarios, ¿quién capitalizaría eso? ¿Fernández o Sergio Massa? El jefe de Estado no se engaña sobre la respuesta. Por eso, su "puesta en valor" apunta también a darse un lugar en la designación de un delfín que, supone –si todo saliera bien–, debería ser el ministro de Economía.

 

 

Massa ha fijado –para sí mismo y para Todos– tres condiciones: que la inflación baje a menos del 4% para abril o mayo, que el oficialismo adquiera chances de ganar y que todo el espacio –en especial la vicepresidenta y su "palabra totalmente determinante"– lo unja como postulante de consenso. En otras palabras, no aceptaría ir a unas PASO con rivales, en las que deba enfrentarse a un caballo de la comisaria Cristina.

 

Así las cosas, que De Pedro sea ser candidato supondría la realización de una primaria competitiva en el tramo presidencial o, en un extremo hoy no vislumbrable, una ruptura del Frente de Todos y una representación bifronte: la de lo que se podría llamar peronismo, por un lado, y el retorno –con esa marca u otra– de la Unidad Ciudadana. Por ahora eso está fuera de agenda.

 

Así, Fernández quiere tener voz en el diseño de la oferta electoral porque, en lo profundo, lo que está en juego es la impronta del peronismo por venir. En palabras del albertismo, ¿será este cristinista, con sus "derrotas épicas" y su idea anticuada de la economía? ¿O, en cambio, moderado, desarrollista, dialoguista y capaz de superar una grieta paralizante? Para este segundo fin, al mandatario le serviría, claro, su propia postulación, pero dado que esta no es viable, también la de Massa.

 

Si esto, la pelea por la definición de la oferta electoral y el futuro del peronismo, es un segundo nivel que se vislumbra detrás de la pelea panperonista, hay todavía un tercer nivel de reyertas por destrabar, en este caso dentro del cristinismo. ¿Qué hará "la jefa", obligada a optar entre atrincherarse en una minoría incondicional –pero insuficiente, incluso en el Congreso, para incidir en el futuro político, económico y judicial– y un peronismo laxo en el que –como en 2015 y 2019– tome la bandera un moderado que, en el fondo, no la representa? Si, como parece hoy probable, las elecciones por venir implican frustración, ¿estaría dispuesta ella a pagar el precio de una ruptura y a asumirse como mariscal de la derrota?

 

Ahora bien, la eventual entronización de Massa generaría una pelea más, contada ya en las sucesivas reimpresiones del best seller intitulado El escorpión y la rana. El peronismo, cuya estructura no ha dejado de achicarse desde la decadencia del menemismo, siempre termina dirimiendo el mando en las batallas que se repiten en el territorio del conurbano bonaerense. Si Massa fuera el futuro jefe, ¿sería otro Alberto Fernández, refractario a construir poder propio, o un nuevo Néstor Kirchner, quien advirtió que ganarse a una mayoría de intendentes era el modo de deshacerse del duhaldismo e iniciar una nueva era?

 

Esa pregunta, prueba ácida por ahora virtual para la solidez de la actual alianza entre el grueso del municipalismo bonaerense y Máximo Kirchner, también tiene respuesta. Y Cristina la conoce.

Comentá la nota