La "menemización" del kirchnerismo detona los planes políticos de Máximo Kirchner y La Cámpora

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"La necesidad tiene cara de hereje", describe un viejo dicho. El kirchnerismo camporista es un reflejo de ello, ya que constantemente incursiona en el doble mensaje.

El kirchnerismo está atravesando su peor crisis desde su creación hace más de dos décadas, cuando Néstor Kirchner, al llegar al poder, la transformó en una corriente de instalación nacional. Primero, lo hizo a través de la Concertación Plural (de los que opinaban igual), y luego, su viuda Cristina Fernández la colocó en la única herramienta que canaliza los votos del viejo peronismo.

Sin embargo, la actual debilidad política del frente quedó demostrada en la furiosa renuncia a ser candidata de la vicepresidenta, y en la dificultad que encuentra su hijo Máximo en engranar un discurso emancipador en medio del feroz ajuste que lleva adelante Sergio Massa.

El empoderado ministro de Economía era, hasta no hace 3 años, la reencarnación del menemismo y la imagen de la embajada norteamericana en Argentina. La desesperación y la bronca que les provocaba un “nerd” como lo calificaban a Martín Guzmán hizo que el mismo que terminó con la posibilidad de la Cristina Eterna, ahora termine siendo expuesto como el “único candidato presidencial” con chances de “permitir una elección digna” y agrandar las chances que Axel Kicillof sea ratificado como gobernador en 2023.

Subterráneamente, muchos dirigentes e intendentes que no tenían mínimas ganas de volver a ir a trabajar con el mismo esquema que determinó la victoria de Alberto Fernández en 2019, todo en post de destronar al macrismo, reconsideran sus límites y activaron todos los teléfonos a las que se les permite llegar con un mensaje.

Uno por uno, cuál es la postura de los dirigentes peronistas

Wado de Pedro, el ministro del Interior que no quiere a Fernández, y que supuestamente representa los nuevos buenos modales del cristinismo camporista, no duda en participar de eventos armados por alguien que tuvo un severísimo desencuentro con su jefa cuando, hace una década, disputaban las elecciones de Catamarca. Luis Barrionuevo lo recibió en su hotel de Punta Mogotes y algunos de sus amigos ya le prestan la logística necesaria para su instalación en la costa bonaerense.

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Otros “libres pensadores” del peronismo menemista o tradicionalmente duhaldistas se animan a imprimir su nombre con la leyenda de Kicillof gobernador. No lo hacen gratis. Reclaman para sí la conducción territorial o, en todo caso, el premio mayor de un cargo legislativo como diputado provincial. Nada de eso pasará, pero ya se animan a distribuir su nombre con la del candidato, algo que era prohibido sin autorización.

Estos indicios que se traducen en las incontables negociaciones con gobernadores que no suelen tener simpatías con el kircherismo camporista, como Omar Perotti y Juan Schiaretti, más la necesidad de contener a todo el sindicalismo peronista lo demuestra. Ya no hay más diferencias entre los supuestamente revolucionarios y de los que serían representantes de la “burocracia sindical”.

Todo sea en función de que “no vuelva la derecha”. Mientras tanto, en lo más alto del poder, cada reunión que trata de dar inicio a un proceso de “unidad en la acción” termina siendo un fracaso. No hay comunión entre los participantes, algunos eligen faltar y reclamar con su ausencia, mientras que, los que van no se animan a decir todo lo que sienten. 

Solo los más experimentados dicen las cosas con total amplitud. Mario Ishii, Alejandro Granados, Julio Pereyra, Alberto Descalzo y Juan José Mussi son los pocos que instalan una idea concreta. Mario Secco, con su estilo, y parcialidad, también. El resto prefiere no opinar o decir lo justo y necesario.

 

Estos dirigentes son de los pocos que representan lo que quedó del peronismo tradicional. Siempre a tiro de auxiliar al necesitado amigo que, por diferentes cuestiones, quedó en el desamparo. Preocupados, toman nota cómo varios de sus actuales pares intendentes empiezan a adquirir modelos más “pro que peronistas” y que “le quitan ese rótulo a las gestiones. Casi parecen vecinalistas”, se quejan en la intimidad.

Otros, como Gustavo Menéndez, están siempre dispuestos a prestar su colaboración, aunque le tarde en llegar la recompensa. La última muestra la dio en La Colonial, donde estuvieron Sergio Massa y Máximo Kirchner para certificar que lo tienen presente. Martín Insaurralde, en cambio, juega en otro nivel. Fue el sustento durante los años de ostracismo del hijo de los dos presidentes, que con sus cuentas en problemas, recibía el auxilio del lomense, también articulador de acuerdos con el gobierno de María Eugenia Vidal.

“Todos somos imprescindibles. Y es con todos”, solía decir Juan Zabaleta cuando hablaba con los medios, mientras discutía el armado del nonato albertismo. Esto parece haber sido incorporado casi con resignación por La Cámpora y sus satélites, aunque en la intimidad reniegan y critican ferozmente a quienes terminan dando su apoyo. Los acusan de “liberales, agentes de la embajada yanqui” o, simplemente, los tildan de “burócratas disfrazados de peronistas”, como si Juan Domingo Perón hubiera pretendido armar un ejército revolucionario.

Otro supuesto ausente en todos los encuentros, Fernando Espinoza, sabe que cualquier cosa que se diga o planifique en esos encuentros necesitarán, invariablemente, de su apoyo y el de su pareja política, Verónica Maggario. Sin La Matanza, no hay Provincia ni país para el peronismo, cualquiera sea su vertiente.

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