El poder sindical, complicado por las internas

Por Ricardo Carpena

La rebeldía es casi la corriente interna más grande del sindicalismo actual. Existen cinco centrales obreras, pero no funcionan monolíticamente y en cada una hay dirigentes enrolados en alguna de ellas que terminan asociados con otra. ¿Problemas de lealtad? Crisis de representatividad, quizá, mezclada con la comprobación de que ni los duros ni los blandos logran conmover al Gobierno.

La rebeldía es casi la corriente interna más grande del sindicalismo actual. Existen cinco centrales obreras, pero no funcionan monolíticamente y en cada una hay dirigentes enrolados en alguna de ellas que terminan asociados con otra. ¿Problemas de lealtad? Crisis de representatividad, quizá, mezclada con la comprobación de que ni los duros ni los blandos logran conmover al Gobierno.

Tradicionalmente, el poder sindical ofrecía paz social, ese eufemismo de gobernabilidad, a cambio de un kit de privilegios por parte del poder político, que iba desde incidencia en las medidas de gobierno hasta control de los fondos de las obras sociales y lugares en la grilla oficial y en organismos de la seguridad social. Cristina Kirchner rompió ese paradigma de hierro que rige desde el regreso de la democracia: ni Antonio Caló consigue algo con una actitud dialoguista que violenta la autonomía ni Hugo Moyano lo obtiene a fuerza de paros y de movilizaciones.

La indiferencia hacia el gremialismo desde el Gobierno se complementa de manera inquietante con la desobediencia en las segundas líneas o en algunas federaciones. Hay disidencias internas indisimulables en gremios importantes como metalúrgicos, Comercio, Construcción y Luz y Fuerza. En parte se debe al estilo de conducción excluyente y sectario de muchos jefes sindicales, pero también a la presión por la efervescencia que existe entre muchas capas de trabajadores.

Entre la mayor atomización, la crisis de representatividad y los crecientes desafíos a las jerarquías, la izquierda sindical crece y se convierte en un factor de poder, pero ¿qué pasa cuando empiezan a pesar en algunos conflictos dirigentes combativos que no están enrolados en ningún partido?

Ese escenario se está haciendo cada vez más habitual. Es lo que está sucediendo, por ejemplo, en la fábrica de levaduras CALSA, de la empresa inglesa ABF, que despidió a 60 trabajadores y tiene su producción paralizada en Lanús por protestas en reclamo de las reincorporaciones, pero el Sindicato de Alimentación de la Provincia de Buenos Aires, que dirige Luis Morán, no puede controlar la dinámica del conflicto: los que manejan los hilos son delegados políticamente indescifrables, que parecen de izquierda, pero no están alineados con ningún partido.

Según el Observatorio del Derecho Social, de la CTA opositora, en el primer trimestre de 2014 “los órganos descentralizados (seccionales y sindicatos de base) de las asociaciones sindicales continúan siendo el principal sujeto promotor de los reclamos. En el sector privado, se mantiene la presencia mayoritaria de los conflictos de las seccionales y sindicatos de base, aumentan las disputas de los trabajadores sin representación y disminuyen las de las federaciones y uniones. En el sector público hay un aumento que duplica en términos absolutos la participación de todos los niveles de organización respecto al mismo trimestre de 2013 y también un incremento de los conflictos motorizados por trabajadores sin representación explícita de alguna instancia sindical”.

La tendencia a la rebeldía marcó el endurecimiento de la seccional Córdoba de la UOM, dirigida por Rubén Urbano, que pasado mañana parará contra los despidos y las suspensiones en esa provincia, en desafío a la postura conciliadora de Antonio Caló. Lo mismo sucedió en la planta de Aluar en Puerto Madryn. Y algo similar sobrevuela la paritaria de la Alimentación, en donde hay algunas seccionales que advirtieron que no firmarán por menos de un 40%, en sintonía con la postura del trotskismo, que, a través del PTS, controla los cuerpos de delegados en importantes fábricas de la zona norte del conurbano. Para Lucio Garzón Maceda, abogado de los gremios del sector, “el problema es que aquí rige uno de los salarios más bajos de la industria, que es de 5.500 pesos para el peón, y se reclama que con el aumento llegue a 8.500 o 9.000”.

Las diferencias internas ocasionan otro tipo de trastornos, como los que obligaron a Pablo Micheli a hacer su campaña casi a pulmón para las elecciones del jueves próximo en la CTA opositora.

“El aporte económico de ATE para la organización de los comicios fue casi nulo”, se quejan cerca del líder ceteísta, que proviene de ese gremio estatal, aunque su relación sería tirante con el líder actual, Julio Fuentes, y con el secretario administrativo, Eduardo De Gennaro (hermano de Víctor).

Para colmo, como si fuera extraído de un manual de peleas de la CGT, estas elecciones reavivaron la disputa legal con el sector oficialista de la CTA, que lidera Hugo Yasky, para quien sus rivales “no tienen manera de salir del laberinto del fraude”. Mientras, el Ministerio de Trabajo se aprestaría en las próximas horas a invalidar la convocatoria michelista, que, aun así, no frenará la votación.

Lo más interesante de las elecciones ceteístas será saber cuántos sufragios obtendrá la lista del Partido Obrero, que competirá con Micheli a nivel nacional y que se presentó en 17 provincias. Es seguro que ganará en Mendoza (la titular de ATE provincial se pasó al PO) y que hará sentir su fuerza en La Matanza, Luján, Salta, Río Negro, Santa Cruz y Neuquén. Para medir el ascenso de la izquierda sindical también hay que tomar nota del masivo plenario del Encuentro Sindical Combativo de la zona norte, realizado anteayer en Benavídez: había muchos jóvenes y ánimo de debatir. Que esas discusiones no se den dentro del peronismo es mucho más que un signo de estos tiempos, pero también ayudan a explicar las rebeldías que tanto preocupan y que son difíciles de contener.

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