Presidente kirchnerizado

Presidente kirchnerizado

El curso que Alberto Fernández le imprime a su gestión no deja dudas: CFK se impone de manera paulatina e inexorable.

Es un declive ingrato y sostenido a la vista de todos. El curso que Alberto Fernández le viene imprimiendo a su gobierno no deja ya dudas: el kirchnerismo, en toda su esencia y dimensión, se va imponiendo de manera paulatina e inexorable. Lo notable es que el Presidente no juega aquí el papel de una víctima inerme sino que se ha transformado en un actor clave de este curso que expone otra vez a la sociedad a caer bajo las garras del pasado.  

Uno de los elementos distintivos del kirchnerismo es la contradicción. Es el haz lo que yo digo pero no lo que yo hago. El decir un día una cosa y, al siguiente, otra con descaro y sin ningún atisbo de autocrítica.

En las dos últimas semanas, AF se encargó de mostrarnos que esas conductas –a las que él supo criticar con dureza cuando su hábitat era el llano– ahora son también las suyas. Y tanto las ha hecho suyas que las exhibe en forma asertiva y frecuente. Así ocurrió cuando despreció a los que se manifestaron en contra de la reforma  judicial el 17A –a los que tildó de “gritones”–, “olvidando” que él mismo había participado de una marcha similar para protestar contra la reforma judicial que Cristina Fernández de Kirchner intentó imponer en 2013. Y, no contento con ello, en la semana que pasó se solazó en una reunión social con Hugo Moyano, su esposa, uno de sus hijos y su abogado, dejando expuesto, como lo testimonia la foto que circuló en medios y redes sociales, que la imposición admonitoria por medio de la que se le quiso prohibir a la ciudadanía la posibilidad de hacer reuniones sociales –recuérdese que se llegó a amenazar con allanar los domicilios de quienes violaran esa norma– rige para todos menos para él y sus conmilitones.

Esa contradicción entre sus promesas y el presente tuvo esta semana su correlato. La decisión de anunciar la continuidad de la “cuarentena que no es cuarentena” por medio de un mensaje grabado y sin la participación de Horacio Rodríguez Larreta en ese trío que se completa con Axel Kicillof, fue algo más que un mero cambio de formato. Fue la consecuencia de las desavenencias que día a día van alcanzando una magnitud mayor.

La negativa del ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, fue otra de las causas de esas desavenencias. Más allá de los temores que la vuelta de la escuela presencial genera en todo el mundo, aquí se mezclaron la presión de los gremios docentes y una imagen que inquietó al Gobierno: la Capital Federal con chicos en las aulas en contraste con la provincia de Buenos Aires, imposibilitada de poner en práctica una iniciativa similar.   

Y si algo faltaba para evidenciar que AF ha decidido confrontar con su “amigo”, el jefe de Gobierno porteño, estuvo la frase que pronunció en la inauguración de un tramo de la Hidrovía del río Paraná. “Nos da culpa la opulencia de Buenos Aires”, dijo. Hizo acordar inmediatamente a aquel otro mensaje de CFK cuando, en el acto de asunción del intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, despotricó contra la Capital Federal.

¿Y dónde está la reforma? “Sinceramente creo que el país todavía se debe una verdadera reforma judicial que no es la que vamos a debatir este jueves”, dijo CFK en la previa al debate en el Senado, afirmación que dejó al Gobierno boquiabierto.

El sincericidio de la vicepresidenta tiene una explicación técnica y política. Esta reforma, como tal, no le sirve para lograr uno de los dos objetivos por los que buscó la reconquista del poder: la impunidad y permanencia por el mayor tiempo posible en el poder.

En relación con el asunto de la impunidad, el tema es de un estricto orden técnico con consecuencias políticas. Las causas en las que está acusada ya superaron la etapa de la instrucción. Es decir que la remoción o creación de cargos de nuevos jueces federales ya no le aportan ninguna solución. Se está ahora en la etapa de desarrollo del juicio. Las chances de que sea condenada son altas. Las evidencias en su contra son demoledoras. Así, la chance más importante que le queda para salir indemne es la Corte Suprema. Y para que la Corte cumpla ese anhelo debe estar segura de dominarla. Hoy es imposible. La única manera de lograrlo es coparla con jueces adictos. Es lo que hizo Carlos Menem no bien llegó a la Presidencia.

CFK está dispuesta a emular al ex presidente y para eso trabaja arduamente la “Comisión Beraldi”. Nada que sorprenda: el doctor Beraldi es abogado de la vicepresidenta.   

La sesión en el Senado permitió apreciar en toda su dimensión la conducta patológica de CFK con sus secuelas políticas: el trato hacia el senador Esteban Bullrich –imposible no asemejar los tonos de la vicepresidenta con el personaje de la empleada pública personificado por Antonio  Gasalla– y el altercado con Martín Lousteau.

El intercambio con Lousteau es de significado institucional. El senador señaló que al dictamen de comisión no lo tuvieron en tiempo y forma para analizarlo y que, además, se había agregado en el proyecto la creación de gran cantidad de nuevos cargos.

La respuesta de CFK fue que como la oposición no iba a votar esas modificaciones, no tenía ninguna importancia que las conociera. Lo dicho por la vicepresidenta es un disparate absoluto que habla del concepto monárquico que anida en ella.

La vicepresidenta es la representación cabal del despotismo, que el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define como el  “abuso de superioridad, poder o fuerza en el trato de las demás personas”.

Viene ahora la discusión en la Cámara de Diputados, donde merodeará la reminiscencia de la 125. En sus negociaciones para imponer el proyecto, el Gobierno apelará, no a la búsqueda de consensos, sino a la transa. A los gobernadores del peronismo se les ofrecerán juzgados y plata. A la mayoría de ellos lo que les interesa es la plata.  

Este método es el que utilizaba el ex presidente Néstor Kirchner. Es otra de las malas “enseñanzas” que le legó a su discípulo, Alberto Fernández.

 

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