El viento de cola del primer semestre

El mundo jugará a favor: vacunas, dólar barato y soja cara. ¿Alcanzará para el drama del dólar? Los deberes de Guzmán y Fernández. Todos, ruido y elecciones.

Por: Marcelo Falak.

 

El “segundo semestre” fue el latiguillo al que apeló el gobierno de Mauricio Macri en sus esfuerzos por insuflarle expectativas positivas a la economía, las que, al final, no se concretaron más que en un 2017 de rebote en medio de un mar de recesión. Para Alberto Fernández, la historia se presenta al revés: en 2021, las esperanzas se concentran en el primer semestre, durante el cual la pandemia debería quedar atrás gracias a la extensión de la campaña de vacunación, la actividad hacerse normal, el crecimiento regresar y las tensiones cambiarias reducirse. ¿Será posible?

Algunos factores jugarán a favor, pero su aprovechamiento integral requerirá del ministro Martín Guzmán una sintonía fina difícil de concertar en una economía en la que los pesos sobran, las divisas escasean, la inflación amenaza con empinarse hasta el 50% y la dolarización de carteras podría volver a desbocar la cotización de los dólares paralelos y las expectativas de devaluación del tipo de cambio oficial. Como advertencia, en el tramo final del año fatídico que ya no se quiere mencionar, el blue subió en las últimas ruedas y estiró la brecha con el oficial a un nivel más peligroso de casi el 100%.  

Entre esos factores positivos, como se dijo, se destaca el encauzamiento esperado de la pandemia del nuevo coronavirus de la mano de una campaña de vacunación que, si todo sale bien, en el primer semestre debería acercar a la sociedad a un nivel de inmunización cercano al 60% de piso que genera “inmunidad de rebaño”.

Más allá de lo sanitario, en segundo lugar impactará también la política económica del nuevo gobierno demócrata en Estados Unidos y, su consecuencia, el futuro del dólar. Un billete verde barato implica un incremento del precio de todos los bienes que cotizan en esa moneda. En el caso argentino, la soja, principal producto de exportación del país.

Los estragos de la pandemia sobre la economía de Estados Unidos llevaron al Congreso de ese país a aprobar recientemente un nuevo paquete de estímulo de 2,3 billones de dólares. El incremento del gasto en la emergencia sanitaria, que tuvo antes otros capítulos incluso más copiosos, asegura que el dólar sea por un cierto tiempo un bien abundante y, por eso, barato.

A nivel internacional –ya se sabe que la Argentina vive siempre en una realidad propia, paralela–, el dólar cayó alrededor de un 6% frente a una canasta de monedas de referencia, con lo que cerró 2020 su ciclo de mayor debilidad de los últimos tres años.

Eso, sumado a la reactivación reciente de la economía de China –la primera del mundo en recuperarse– y a la necesidad de ese país de recomponer sus stocks de cerdos explican el rally que viene experimentando la soja. El “yuyito”, en efecto, ya superó en la Bolsa de Chicago el umbral de los 475 dólares por tonelada, casi 50% por encima de su valor de agosto.

El Gobierno –la Argentina, en verdad– necesita que la cotización se mantenga firme entre abril y junio, los meses entre los que transcurre la temporada alta de exportaciones de la oleaginosa. Lo positivo es que el dólar barato debería persistir, al menos, durante la primera mitad del año.

Un ingreso fuerte de dólares comerciales ayudaría al Banco Central a recomponer reservas que vienen desde hace más de dos años de golpe en golpe. La esperada tregua cambiaria de diciembre le permitió a la autoridad monetaria incrementarlas en 757 millones de dólares y, por lo menos, volver a la orilla de los 40.000 millones. En febrero-marzo podría reducirse la demanda de pesos por parte del público y las empresas, pero a fines de ese último mes comenzará la temporada alta de la soja. Que las expectativas de devaluación se limiten ayudaría a que la liquidación de los exportadores sea mayor. También jugaría a favor de esa posibilidad la percepción de que el ciclo del dólar barato –y la soja cara– no es eterno.

El contexto internacional solo beneficiará a la Argentina por el lado comercial. El país sigue con el crédito vedado en los mercados externos y, más que endeudarse, debe resolver, en un primer cuatrimestre clave, a qué se compromete para que el Fondo Monetario Internacional (FMI) le patee hacia adelante los vencimientos alucinantes que dejó el macrismo.

Un tercer factor podría, asimismo, ayudar. El informe Focus del Banco Central de Brasil, que recoge los pronósticos de los principales analistas, proyecta para el año nuevo un rebote de la economía del principal socio comercial de la Argentina de casi el 3,5%, el que revertiría en parte la caída del 4,4% en el pasado. 

Cada punto porcentual de crecimiento del producto bruto interno (PBI) de Brasil se refleja en nuestro país en un cuarto o un tercio de punto, con una tracción especial sobre la demanda de bienes industriales.

Tarea en el hogar

El mundo juega a favor, pero no puede hacerlo todo. El Gobierno tendrá mucho trabajo para aprovechar ese viento de cola.

Por un lado, para abril como máximo, debería encontrar el modo de llegar a un arreglo satisfactorio con el FMI, uno que no implicara un ajuste fiscal desmesurado pero que, a la vez, operase positivamente sobre el humor de actores que gustan de las soluciones drásticas.

Eso sería importante para reducir las expectativas de devaluación, lo que, a su vez, generaría un círculo virtuoso de menor retención de soja, mayores exportaciones y una recomposición más amplia de las reservas.

Asimismo, debería encontrar el punto de equilibrio entre un incremento de tarifas de servicios públicos que impidiera que se siguiese abultando la cuenta de los subsidios y el déficit fiscal, pero, a la vez, dejara espacio a la recomposición de los salarios y las jubilaciones, tal como pidió, a voz en cuello, Cristina Kirchner en La Plata. Ese sería otro elemento crucial: el Frente de Todos tiene que ser una solución para los argentinos, no una complicación que solo sume reyertas mal gestionadas.

Por último, el Gobierno debería encontrar el modo de restaurar la confianza de la sociedad, la que, si bien no es desdeñable, está lejos de los mejores momentos. Las elecciones de mitad de mandato están a la vuelta de la esquina: que de ellas emerja un gobierno fuerte o uno magullado haría una diferencia fundamental cuando el viento de cola pase y el futuro sea el que sepamos conseguir.

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