La horma que incomoda el zapato de la industria

La horma que incomoda el zapato de la industria

El certificado de captura legal transparenta el proceso desde la captura hasta la exportación de merluza. Termina con la subdeclaración y dimensiona la actividad en la que sobra mucha gente.

Pensemos en una pasarela sobre la que corre una cinta transportadora, iluminada por potentes reflectores. La cinta nace en el mismo barco, cuando el buque despliega las redes en el fondo del mar. Continúa a pie de muelle, donde el barco vacía su bodega. Prosigue en las plantas de procesamiento y finaliza en la puerta del contenedor, antes que la merluzaconvertida en filet congelado inicie el viaje a su destino final. Siempre iluminado por una luz blanca persistente. Un barco, muchos barcos, toda la flota.

Desde el mes pasado en la industria pesquera sobrevuela el haz de luz delCertificado de Captura Legal (CCL), el punto final, la línea de llegada después de dejar registro, marca y seña desde el primero al último proceso vinculado al recurso pesquero.

Si en el puerto marplatense muchos extrañan la fiesta del baile de disfraces, la joda que terminó la nueva administración pesquera, todo el pescado que no aparecía en los partes de pesca pero alimentaba los salarios de marineros, sumaba turnos de esfuerzo a los estibadores y aumentaba las quincenas productivas a fileteros, peones y envasadoras, con la entrada en vigencia del CCL, la melancolía mudará en angustia.

La Disposición 174 de la Subsecretaría de Pesca data de octubre del año pasado y puso en vigencia este sistema, que nació para atender la demanda de la Unión Europea, que exigía un instrumento de control contra la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada, lucha que no abandona la FAO.

“La aplicación de esta medida brinda un control casi total sobre las capturas y el procesamiento de la materia prima, toda vez que entre el noventa y el noventa y cinco por ciento de la producción nacional se destina al mercado externo”, señala la periodista Karina Fernández en un informe divulgado en Revista Puerto.

El cambio de gobierno, la adecuación en la nomenclatura de algunos productos en Aduana y el pedido de algunos industriales al nuevo Subsecretario de Pesca, dilataron la fecha de entrada en vigencia hasta el mes pasado. La garantía de trazabilidad no incluye solo a la merluza común, sino también comprende a la merluza de cola, polaca, merluza negra, vieira, abadejo y rayas.

Las luces encendidas del CCL desalientan la comercialización en negro de productos pesqueros no declarados. Todas las toneladas que se exportan desde el mes pasado deben contar con el revestimiento legal del certificado.

Y las consecuencias se tornan tangibles al observar los desembarques en Mar del Plata durante el primer trimestre. Antes que entrara en vigencia el CCL, Tomás Gerpe había anunciado el fin de la joda y los buques merluceros ya no pudieron mentir al momento de la descarga.

Los números van a contramano de las imágenes apocalípticas que dibujan dirigentes del Simape y el Supa. Con muchos buques fresqueros amarrados a muelle sin salir a pescar por problemas mecánicos, económicos y otros con el cupo de merluza agotado, los desembarques de hubbsi deberían haberse desmoronado.

Pero la estadística no registra el pico de tensión e inactividad. Del stock sur, el principal de la pesquería de merluza se declaró más desembarques que el año pasado. Fueron 36.916,8 toneladas en este primer trimestre, contra las 34.515 del año pasado.

¿Aumentaron los desembarques?. Sí para la estadística pero no para los marineros, estibadores y fileteros. La merluza cambió de color. Buena parte de ese pescado en blanco, hasta el año pasado circulaba por el camino negro.

“Muchos pescaron lo mismo. Pero ahora se declara todo”, confió un armador que tuvo acceso a la estadística. Ya no se puede estirar más el cupo declarando solo una parte. Así un barco que podía hacer un viaje y medio por mes, hasta el año pasado pescaba el doble. Ese pescado no estaba en la estadística hasta el año pasado pero sí llegaba a la mesa de trabajo.

Mar del Plata sigue conservando la porción más grande de la torta de los desembarques pesqueros nacionales pero esa porción es cada vez más chica. En el primer trimestre del año, con cifras aún parciales, se descargaron en el puerto marplatense 71.123 toneladas entre peces, moluscos y mariscos. La suma general en todos los puertos fue de 132.177 toneladas.

El año pasado, en el mismo periodo analizado, las descargas habían alcanzado las 84.230,6 toneladas. La diferencia del 19% se explica en el fracaso de la zafra de calamar, que este año apenas aportó a la estadística en la ciudad 11.292 toneladas, cuando en el 2015 había recibido más de 17 mil toneladas.

Volviendo la lupa sobre la merluza, ese pescado en negro es el que falta. Y su ausencia brilla principalmente en algunas fasoneras flojas de papeles, cuyos referentes siguen desaparecidos y la gente atada a una convocatoria cada vez menos frecuente, sigue desfilando por las empresas de quienes le entregaban pescado para buscar una compensación económica que los ayude a sobrevivir.

Sin pescado en negro, hay menos recurso para repartir entre los frigoríficos que no tienen barcos propios. Y como ahora, encima, es en blanco, sube el precio y se torna un negocio con poca rentabilidad para los procesadores, más allá de la reducción de los derechos de exportación y el sinceramiento del tipo de cambio.

Pasa que también se sinceraron los salarios, por encima del 30%, la tarifa de la luz se actualizó un 300% y la del gas. “Camuzzi nos dio certezas que no será superior al 750%”, ironizó un industrial que no deja de sacar cuentas. “El costo de producción está por encima del de exportación. Unos 200 dólares arriba”, cuenta José María Poletti, de Frigorífico Bermejo.

La falta de certezas sobre la cantidad de mano de obra directa que genera la industria pesquera marplatense a lo largo de todos sus eslabones productivos es, vaya paradoja, una de sus señales de identidad.

El certificado de captura legal asoma como la herramienta capaz de dimensionar en su justa medida los verdaderos alcances del sector. No caben dudas que el zapato es más grande que la horma a la que debe ajustarse.

Son cotidianas las postales de una industria en proceso de amoldamiento. Por ahora no aparece nítida la figura de quien se hará cargo de apaciguar las consecuencias.

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