Lunes al sol

Lunes al sol
Se cumplen dos meses desde que el SAON bloqueó el acceso a Astillero Unión, descontento con los nuevos accionistas de la empresa. REVISTA PUERTO recorrió las instalaciones con los trabajadores que mantienen el reclamo. “El que venga tendrá que hacerse cargo de todos los despedidos”.

La realidad de Astillero Unión, dueño de la tenencia de la parcela 28-A dentro de la jurisdicción del puerto de Mar del Plata, es dispar según la vereda por la que se camine.

Para el Consorcio Portuario se abrió una instancia pública y convoca a interesados en usufructuar el predio, con el derecho de Unión a igualar la mayor oferta.

El nuevo Directorio del astillero acudió a la Justicia para que prevalezcan sus derechos ante lo que entienden como una medida injustificada del Sindicato Argentino de Obreros Navales (SAON) y la pasividad de las autoridades del Consorcio y la propia Prefectura.

Para conocer qué piensan los trabajadores que desde hace 60 días están en la puerta del astillero, REVISTA PUERTO visitó la carpa montada en el acceso y dialogó con un grupo de obreros en la mañana que la primavera daba las primeras señales de coincidencia con el calendario.

Lentes de sol, buzo de polar, cara tiznada por el humo del tambor de 200 litros partido al medio y que oficia de fuente de calor corporal y gastronómica, Leonardo Benjamín está sentado de espaldas al portón que hace más de dos meses no se abre. Hace 13 años que trabaja en el lugar. Es calderero, como Luis Jara, su compañero de turno, que mira con desconfianza los movimientos del reportero gráfico.

“Acá estamos, esperando que el Consorcio tome una resolución”, dice abriendo grande los ojos. A diferencia de Jara, Leonardo luce locuaz. “Nos avala el sindicato con víveres y los serenos también nos aportan algo. Nos turnamos entre 6 y 7, de lunes a lunes como para que no quede solo”. Niegan que estén recibiendo otro tipo de ayudas después de permanecer 60 días sin percibir salarios.

Al lado del fuego están solo ellos dos. Otro grupo conversa más hacia el oeste. Alguno apoyado sobre una moto, otros recostados en el baúl de un auto. “Somos 32 compañeros de un total de 55 que éramos al principio”, cuenta Jara y agrega que se están mandando cartas documento con el nuevo presidente del Directorio, César Briatore.

“Si hubieses venido vos y vos –me señala junto al fotógrafo- y nos decían que eran los nuevos dueños del astillero, nos hubiésemos puesto a laburar de inmediato. Pero no ellos a los que conocemos y no tienen el respaldo como para hacerse cargo de una empresa como esta”, dice Benjamín.

Ellos son el propio Briatore, Arístides Vega y Andrés Larraburu, que forman parte del nuevo Directorio y del Sindicato de la Actividad Naval de Mar del Plata (SANAM). “Cómo hace Cesar (por Briatore) para ser Presidente cuando cobra sueldo de carpintero en el astillero”, revela Jara.

Los obreros nos permiten ingresar al predio. En realidad es lo que ellos mismos pueden hacer desde hace poco menos de un mes. No hay nadie que impida el paso. La administración denunció agresiones al sereno, hechos que ellos desmienten. “Cuidamos todo para que nadie robe nada. Igual ellos ya se llevaron un montón de herramientas”, acota Jara.

Bajo al varadero y miro al piso para no tropezar con algún cable de acero disperso por el piso. Los durmientes están famélicos de grasa. “Acá hay trabajo, hay futuro. Quien se haga cargo de esto tendrá que incorporar a todos los que fueron despedidos”, revela Benjamín.

Su compañero Jara enfrenta los rumores que corren por el puerto. “Se habla de Chiquito Godoy (Tecnopesca), también de Tettamanti (SPI/Terrena). También suenan otros talleres clandestinos (sic), pero no creo porque no tienen solvencia”, acota.

En los años que la administración portuaria cedió el uso del predio ninguno de los permisionarios realizó las inversiones prometidas. De cara al varadero, queda claro que ni siquiera las indispensables fueron desarrolladas para que el emprendimiento pueda garantizar la continuidad laboral de los trabajadores.

A la recorrida se suma Carlos Pinas, que ya pasó 22 de los 54 años haciendo maniobras en el varadero. O milagros, en realidad, a juzgar por las condiciones en que está la infraestructura que sobresale del agua.

“Los mató la codicia”, dice Pinas luego de mirar el panorama desolador que regala lo que queda del “San Juan I”, recostado sobre el lado norte. Más atrás, dentro del espejo de agua, flota sumando meses y meses, el Euro I.

El obrero dice que desde que Martin Vinar se hizo cargo del astillero, lo que quedaba sano del varadero, como la anguilera central y los patines donde se armaban las camas para poner en seco a los buques, se terminó de romper.

“Podíamos subir barcos de hasta 40 metros y subieron buques de casi el doble, como el “Natalia”, el “Galemar”, el “Promarsa”. Con el “Wiron” no quedó un patín sano. Ese barco hizo un desastre. Después se complicó la maniobra del “Malvinas” que quedó atorado cuando lo bajamos porque cedieron las parrillas de la anguilera. Ni subía ni bajaba”, recuerda.

Los obreros cuentan que el empresario encargó trabajos de reparación a una empresa local, que utilizó buzos para recuperar el plano inclinado de la anguilera, pero que los resultados no fueron satisfactorios. “Dicen que aportó como 5 palos (millones de pesos) pero acá vos te das cuenta que hace mucho no hay mejoras”, dice Benjamín.

El sol del mediodía pega fuerte y hace que todo luzca con mayor crudeza. Lo que fue el “Argenova VIII” se convertirá en el buque del Bicentenario. Le falta un paño de chapa naval que deja ver parte de la estructura interior.

El Judith y el Rayo de Mar, dos fresqueros chicos que en su momento eran de Barillari, acumulan óxido a la espera de su puesta en valor. Detrás del “Argenova VIII” asoma el “Caupolican”, un costero que vino a repararse desde Chile y que tendría chances de operar en aguas patagónicas.

Después de más de media hora de recorrida me doy cuenta que no sopla el viento. Ahí dentro todo está quieto, como si la brisa del mar respetase el paisaje majestuoso pero decadente.

“Este es el mejor lugar que podrían haberle dado a un astillero. Los que hicieron la obra no eran giles”, dice Armando Suárez, el último obrero que se sumó a la charla. Es pañolero y lleva 10 años en el predio. Nos acompaña hasta la salida, donde el fuego sigue ardiendo sobre una pava ennegrecida.

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