El otro

El otro

Por: Jorge Fontevecchia. Leo a la mañana a un importante colega remarcar que la CNN tituló “La vicepresidente argentina sobrevive a un aparente intento de asesinato” connotándolo con versiones que circulan por las redes sociales sobre que no se trató de un atentado verdadero sino de un montaje para favorecer al Frente de Todos y perjudicar a la oposición.

 

Voy al mediodía a un comercio de un barrio acomodado de la Ciudad de Buenos Aires y varias clientas me preguntan –con ganas de que responda afirmativamente– si es cierto que fue un montaje y no un atentado. 

Creer en un otro (el kirchnerista, el peronista, el comunista) capaz de fraguar algo así es un síntoma en parte producto del odio sobre el que reflexionamos en la columna de ayer con la ayuda de Baruj Spinoza y su Tratado teológico-político, que comienza así: “Si los hombres pudieran conducir todos sus asuntos según un criterio firme, o si la fortuna les fuera siempre favorable, nunca serían víctimas de la superstición. Pero, como la urgencia de las circunstancias les impide muchas veces emitir opinión alguna y como su ansia desmedida de los bienes inciertos de la fortuna les hace fluctuar, de forma lamentable y casi sin cesar, entre la esperanza y el miedo, la mayor parte de ellos se muestran sumamente propensos a creer cualquier cosa”.

Desde estas páginas venimos bregando siempre por una oposición convergente y no divergente. Por un periodismo constructivo y no destructivo. Como es imprescindible el disenso para enriquecernos mutuamente con la razón del otro, es también imprescindible ejercitarlo con modos que no promuevan la violencia. Para Cornelius Castoriadis, la cortesía fue una herramienta imprescindible de la civilización, para poder reunir en ciudades a los solitarios habitantes de la ruralidad primigenia, habitada por salvajes atrapados en su mera supervivencia. Sin cortesía no habría ciudad ni civilización.

Disenso, ensayos sobre estética y política es el titulo de uno de los libros de Jacques Rancière. Allí se dice: “El tipo específico de conflicto que trae consigo el disenso político no tiene nada que ver con las formas de lucha asociadas a la supuesta separación entre amigo y enemigo”. Continua Rancière: “Cuando la política se identifica con el ejercicio del poder y la lucha por conseguirlo, se prescinde de ella desde el principio. Más aún, cuando se la concibe como una teoría del poder –o como una investigación de los terrenos de su legitimidad– también se prescinde de su forma de pensamiento”, haciendo referencia a Aristóteles, para quien el dominio político se distinguía de otros tipos de dominio por ser un dominio entre iguales y no vencidos.

La obsesión con Cristina Kirchner de una parte de la oposición no hace más que colocarla en el altar de primus inter pares: “La democracia –escribe Rancière– se inicia con el asesinato del rey, cuando lo simbólico se derrumba para producir una presencia social incorpórea”.

Argentina precisa desarrollar formas más avanzadas de un estado consensual, con la escenificación de un nosotros y de un otro más hospitalario.

Argumentos que pretenden escindir por completo el atentado de Fernando Sabag Montiel del clima de época atravesado por el discurso del odio apelando a que Alfonsín padeció tres atentados cuando, por entonces, no había grieta omiten que sí había un clima de época violento por entonces, encarnado en una dictadura que no se resignaba a fenecer y una democracia que recién estaba naciendo. Claramente, Fernando Sabag Montiel parece más un border line que un militante o un sicario a sueldo de alguna organización. Pero eso no quita que el discurso del odio está presente.

La inconciliabilidad de los sectores extremos de las coaliciones oficialista y opositora es lo patológico que hay que curar. Dado que el ser es conflictividad, la función de la política es venir a resolver o minimizar la conflictividad pero no a disolverla aniquilando al otro. La polaridad indica la inclusión del otro y no su extinción. Las aposiciones polares pueden no ser necesariamente conflictivas ni de mutua exclusión sino que, también, pueden resultar complementarias como la clásica armonía de los contrarios de Heráclito. 

El papel del periodismo como “perro guardián” garante del control de gobierno no implica ser un periodismo conflictivista. La diputada Amalia Granata, primera en decir públicamente que no creía que el atentado a la vicepresidenta fuera real, respondió así ayer las críticas que recibió: “No me busquen, porque miren que voy a empezar a hablar de todos sus ‘chanchurrios’, voy a empezar a hablar de sus amantes, miren que conozco todo lo que pasa... Sé todo en lo que andan, y voy a meterme no solo con sus amantes, también con sus familias, madres, hijos, con todos... No se olviden que además de política soy periodista e investigo...”. Pobre periodismo de investigación.

La ética no es natural, es una creación de la cultura, casualmente porque la conflictividad es inevitable y, en lugar de exacerbarse, precisa ser atenuada. La política como moral no implica ser una filosofía de la ingenuidad.

La violencia no busca resolver los conflictos sino disolverlos y, en su utopía, no logra más que maximizarlos. Las armas siempre terminan volviéndose en contra de quienes las empuñan. Los mayores desastres de la humanidad surgieron de la búsqueda de eliminar definitivamente los conflictos: el orden perfecto congela la vida.

El filósofo lituano/francés Emmanuel Lévinas estuvo confinado en un campo de concentración en el que murió casi toda su familia y dedicó sus reflexiones a la reconstrucción de un pensamiento ético después de la Segunda Guerra Mundial. Hizo grandes contribuciones en el campo de la otredad y la hospitalidad. En su libro Totalidad e infinito, en su capítulo “Mismo y Otro” escribe: “El Otro no es otro como el pan que como (...) de ese tipo de realidades puedo saciarme y en una medida muy amplia satisfacerme como si sencillamente me hubiera faltado (...) tiene una intención distinta: desea lo de más allá de todo cuanto pueda completarlo (...) lo deseado no lo llena sino que lo ahonda”. Por eso la transcendencia es “trans”-“ascendencia”, una forma del ser humano de ascender. Por eso el vínculo entre uno Mismo y Otro es un acto político de alteridad metafísica.

Los medios –medium– somos mediadores continuos entre Mismo y Otro. No se es uno suprimiendo o poseyendo al otro sino siendo con el otro, juntos. Lección que debemos aprender y continuamente recordar como sociedad. Ese fue el triunfo de la democracia. Esa fue la lección de Alfonsín.

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