Ovación y aplausos a dos grandes pasteleros, uno 102 años y otro de 96 en una fiesta de la Confitería El Molino

Ovación y aplausos a dos grandes pasteleros, uno 102 años y otro de 96 en una fiesta de la Confitería El Molino

Antonio Sanchis Cañadel, maestro pastelero de 96 años y extrabajador del Molino, y Felipe Malmoris, de 102 años, pastelero y exdirigente sindical fueron distinguidos en medio de los festejos del Día del Pastelero, en el que se rindió homenaje a 100 profesionales. Ambos compartieron sus historias con Infobae.

Por: Cindy Damestoy.

La emblemática esquina de las Avenidas Callao y Rivadavia se vistió de fiesta en el marco de la conmemoración del Día de la Pastelería Artesanal Argentina, que se celebró por primera vez en la Confitería del Molino. La fecha elegida fue el 1° de noviembre, y el icónico edificio fue la sede del evento al que asistieron 100 históricos pasteleros de todo el país, y cada uno recibió un reconocimiento por su contribución a la pastelería de nuestro país. En una noche llena de emoción y recuerdos, también dijeron presente dos ilustres personalidades, que tuvieron la ovación de pie de todos sus colegas: Antonio Sanchis Cañadel, de 96 años, maestro pastelero que trabajó en la confitería en sus tiempos dorados, y Felipe Malmoris, pastelero de 102 años y exdirigente sindical, afiliado en 1949.

Quienes pasean por la plaza frente al Congreso Nacional, más de una vez posan la mirada sobre la construcción referente del Art Nouveau porteño, y observan con detalle la fachada reconstruida. El trabajo de la Comisión Administradora del Edificio del Molino -que obtuvo una placa en honor a la puesta en valor del Monumento Histórico Nacional- despierta admiración en los transeúntes, y en cada ocasión donde dejan a la vista las vidrieras de planta baja, la curiosidad aumenta. El sueño de que vuelva a abrir sus puertas de manera permanente, siempre sobrevuela.

Esta vez la recepción organizada por la Cámara de Confiterías de la AHRCC (Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Cafés) y la Federación de Pasteleros, fue el motivo de la convocatoria. Se congregó a 100 profesionales en el salón del primer piso, entre vitrales, columnas, y lámparas colgantes. Todos con su ambo y gorro, listos para sonreír a la cámara en una postal panorámica que resultaba impactante. Figuras como Donato De Santis, Osvaldo Gross, Dolli Irigoyen, Mauricio Asta, Luciano García, Juan Manuel Herrera, y Gustavo Nari, acudieron a la cita, y se mantuvieron expectantes por algunos minutos.

Donato De Santis y Osvaldo Gross, escucharon atentos cada uno de los discursos antes de recibir su diploma

Un invitado de honor

Faltaba una persona para que la imagen estuviera completa, y todos lo aplaudieron de pie cuando ingresó junto a su hija. Con una sonrisa y un carisma despampanante, Antonio Sanchis Cañadel, de 96 años, les agradeció y se sentó en el lugar que estaba reservado en primera fila. “Vine desde Barcelona cuando tenía 20, había trabajado en una de las confiterías más importantes allá, y cuando entré acá para mí fue algo nunca visto, como entrar a un palacio”, le contó a Infobae. Entre risas confesó que su vocación afloró de la forma más impensada, cuando descubrió que quería aprender a hacer masitas y postres, y mucho tuvo que ver la decisión de su padre de recomendarlo como aprendiz.

“Mi papá se dio cuenta de que no me iba bien en el estudio, y no había caso, porque en vez de ir al colegio me iba al cine y a la matiné, hacía desastres y era un cabeza hueca; entonces él pidió que yo entrara sin cobrar un peso a aprender porque algún día iba a tener mi pastelería”, explicó con humor. Después de dos años intensos donde anotó todos los secretos en un pequeño libros de recetas, arribó a Buenos Aires, y en 1948 empezó a trabajar en la sección de postres del primer subsuelo de la Confitería del Molino.

Antonio Sanchis Cañadel, el pastelero catalán que trabajó en El Molino en el subsuelo de postres

Una tras otro, subían en ascensor los clásicos del lugar: el Imperial Ruso, El Leguisamo, la Torta Mil Hojas, y la Pasta de Almendras Merengada, entre muchas otras exquisiteces, como los huevos de pascua gigantes que Antonio solía decorar. “Vine con mis hermanas, solo uno de mis hermanos no pudo venir porque estaba haciendo el servicio militar, y además tenía una promesa que cumplir, que era casarme con mi novia, que estaba en España y me esperó dos años hasta que fui a casarme”, explicó el maestro pastelero, que no solo fue fiel a su palabra, sino que después se trajo a sus suegros y a toda la familia de su esposa a la Argentina.

“Acá estábamos bien, teníamos trabajos, vivíamos en un chalet en Ramos Mejía, y viajaba todos los días para venir al Molino”, recordó. Tuvo dos hijos, al tiempo se mudó más cerca de la confitería, y permaneció allí hasta que cerró sus puertas. Con tristeza por ver decaer a un gigante de la industria, se fue a buscar otro empleo, y gracias a su trayectoria modelo entró a la bombonería Minotti, y allí se jubiló. Con total sinceridad, reveló que solo una vez hizo una torta decorada en su casa, y que el dicho “en casa de herrero, cuchillo de palo”, se cumplía por ese entonces.

Antonio Sanchis Cañadel junto a Felipe Malmoris, acompañado de su hija María, en primera fila

Para él tuvo un especial significado volver a estar en su antiguo lugar de trabajo, rodeado de tantos profesionales, tal como ocurría cuando funcionaba una verdadera cadena de producción en los subsuelos. “No venía desde que empezaron a reconstruirlo, y cuando vine todavía estaban inundados los sótanos, y ha quedado hermoso, no me imaginé que podía volver a brillar así, y de aquí han salido postres únicos de la pastelería nacional”, reflexionó, conmovido por el cariño de sus colegas, que lo aplaudieron nuevamente cuando recibió su diploma.

Pastelero ilustre

“Creo que pasteleros de mi edad no hay, tengo 102 años y medio”, expresó risueño Felipe Malmoris, en diálogo con este medio. “Empecé a los 21 años en el mundo de la cocina, pero entré lavando los platos en una pizzería de Avenida Entre ríos y Belgrano, fui aprendiendo hasta formarme como pastelero y trabajé en 41 restaurantes”, relató. Asistió acompañado de su hija María, que contó que en cada Navidad siguen haciendo los tradicionales pan dulces, y luego lo reparten entre sus vecinos.

Felipe Malmoris recibió su distinción y aseguró que estaba muy contento de formar parte de la primera celebración del Día de la Pastelería Artesanal Argentina

“Me tuvo a sus 45, así que vivió la vida antes de ser mi papá, tengo dos hermanos más, pero ninguno más salió pastelero”, comentó la joven. En su casa siempre había alguna torta o pastaflora para la merienda, hechas por su padre, que también integró la primera comisión directiva del Sindicato de Trabajadores Pasteleros. “Cuando nos reuníamos en la calle Lavalle el sindicato tenía una sola habitación, después nos unimos con los panaderos, hasta que nos separamos y formamos nuestro propio sindicato”, rememoró Felipe, que se afilió en 1949.

“Era el sindicato de pasteleros y afines, porque no nos alcanzaba para tener personería jurídica si éramos solo pasteleros, así que sumamos a los alfajoreros, pastillaje y heladeros; la bombonería todavía no existía”, explicó. Y agregó: “No nos alcanzaba el dinero, por más que pusiéramos entre todos para tener una casa que sea sede del sindicato, y Evita (Eva Perón) nos ayudó, a través una gestión del Gobierno, y así fue posible que tengamos una casa para todos los pasteleros, y desde ahí no paramos de crecer”. Ese mismo relato luego fue mencionado por autoridades del Sindicato de Trabajadores Pasteleros cuando subieron al escenario, y también estuvieron presentes los integrantes de “PAMPA”, equipo Argentino de Pastelería.

María, la hija de Felipe, señala en el escenario a su padre, en una fotografía donde se lo ve en su juventud como sindicalista

Cuando lo nombraron para que recibiera su diploma, Felipe se emocionó hasta las lágrimas. “No me esperaba tanto”, dijo conmovido. Héctor A. Brignola, nieto de pasteleros que trabajaron en El Molino, fue uno de los que lo aplaudió con gran fervor. “Mi abuelo trabajó desde 1908 hasta 1918, y después puso su propia pastelería; y no solo él trabajó en la confitería, sino también sus cuñados, tres tíos de mi padre, e hijos de ellos también”, enumeró mientras contenía la emoción.

La velada estuvo llena de reencuentros, entre colegas de distintas provincias de nuestro país que hacía tiempo no se veían, y también surgieron nuevas amistades. “Esta fiesta es hermosa porque uno se ve con muchos amigos y sentimos que hablamos el mismo idioma: el dulce”, aseguró Héctor. Cuando su abuelo se fue de la confitería, abrió la Pastelería El Progreso, que tiene más de 104 años de historia, y hoy él continúa su legado.

“Es parte de mi historia familiar y cada vez que lo cuento me emociona. Agradezco tener salud y poder ver este lugar emblemático de Buenos Aires, que fue una Catedral de la pastelería, de acá salieron grandes pasteleros, y soñamos con verla con gente, que ya no tenga olor a pintura, sino a horno de pan o de pastelería, eso sería lo más lindo”, sostuvo. Además, al igual que muchos de los presentes, se mostró asombrado por el antes y después del edificio, que había visitado cuando estaba inundado y lleno de vidrios rotos. “El trabajo que hicieron de restauración es impresionante, nunca creí que fuese posible recuperarlo así, es como volver a darle vida a mis recuerdos”, concluyó.

El momento de los gorros al aire, coronado con un aplauso de todos los presentes (Fotos: Gentileza Comisión Administradora del Molino)

Al finalizar la entrega de reconocimientos, profesionales y autoridades cerraron el evento con el firme deseo de que muy pronto el edificio vuelva a abrir sus puertas como confitería, que se genere una red de puestos de trabajo para recuperar la esencia del lugar, y vuelva a brillar como lo que siempre fue: un punto de referencia de la gastronomía argentina, de la alta pastelería y los sabores que hasta hoy resultan inolvidables para todo aquel que tuvo el privilegio de saborear alguna de sus creaciones.

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