Milei: la libertad retrocede

Milei: la libertad retrocede

Las cosas por su nombre

Por Carlos Amorín

Este domingo 19 de noviembre, Sergio Massa y Javier Milei se medirán en las urnas de votación de toda la República Argentina. Más allá del bochinche y la fanfarria, la elección pocas veces ha estado tan clara.

Desde mis años mozos el término “libertario” se le aplicaba a quien se definía como anarquista. Hasta se usaba como sinónimo, y el propio libertario se honraba en que lo identificaran con ese vocablo.

No había confusión posible. Aunque sí la había cuando se trataba de la palabra “anarquía”, ya que la prédica estigmatizante y aterrorizadora de la derecha la usó siempre como equivalente de “caos”, siendo que, obviamente, nada tiene que ver una cosa con la otra, y hasta se puede afirmar que son conceptos totalmente contradictorios. Para ser anarquista, una sociedad debe estar capilarmente organizada.

Los derechistas eran llamados genéricamente “liberales”, fascistas, nazis, ultraderechistas, y más recientemente se inauguró la categoría “neoliberales”, esos que uno caricaturiza trajeados, acorbatados, perfumados, gordos, de piel brillosa y billetera ancha.

En cualquier caso, integran la elite de poderosos y poderosas que, sea quien sea que triunfe en las urnas, andarán siempre medrando en los negocios grandes, ofreciendo contactos e inversiones, olfateando sus ganancias en todos los rincones.

Hay quienes siempre han sostenido que existen los “anarcos de derecha”, y defienden esa visión con buenos argumentos, pero nunca llegaron a convencerme. Sobre todo, porque ellos también malentienden lo que postula la anarquía como organización social horizontal y democrática.

Los “anarcos de derecha” serían aquellos que proponen una ausencia casi total del Estado en la dinámica económica, política y social, un “vale todo” autoregulado por las leyes del mercado, una ley de la selva que promueve a los más fuertes quienes, finalmente, constituyen el orden “natural” de las cosas. Sostienen que debemos ser todos iguales, ya que “tus derechos empiezan donde terminan los de otro”, y así sucesivamente.

Omiten, claro, que, si yo soy dueño de 30 mil hectáreas y tú de una chacrita de tres, mi derecho será sin duda mucho más grande que el tuyo, porque los derechos son proporcionales al poder económico de cada uno.

Yo tengo 30 mil hectáreas de derechos, y los tuyos son de tres hectáreas. Ese orden social, antes que “anarco de derecha”, es ultramontano, esto es, el más radical conservadurismo.

Aunque se vista de seda…

Y ahí tenemos a uno parado en el medio del escenario político argentino, vociferando, haciendo malabares con insultos y amenazas, expresando lo que muchos tienen ganas de escuchar, pero no como propuestas, sino como catarsis.

Javier Milei le grita al sistema con palabras ajenas, con las palabras que la impotencia, la rabia, la desesperanza, el descreimiento y la confusión que una parte de los argentinos pone en su boca.

Y se hace llamar “libertario”, término que muchos medios han aceptado y reproducido hasta el hartazgo. Es comprensible que Milei lo use para evadir el de “extremista neoliberal”, que es el que en realidad le cabe, pero los medios le hacen un favor al seguirle el juego, seguramente muchos de ellos interesados en su papel anti, anti peronista, anti kirchnerista, anti Estado, anti planes sociales, antiaborto, anti derechos humanos y derechos laborales, etc.

Más que libertario, Milei es liberticida, y en eso se empareja con la derecha más rancia y patricia argentina, la que siempre ha sido propietaria del país y no se resigna a estar fuera de su gobierno.

Más allá de eslóganes y grandilocuencias, este fin de semana la Argentina escogerá su rumbo para los próximos cinco años. Su rica y especialísima historia política, para bien y para mal, ha sido escrita siempre por su pueblo, el mismo que en las urnas demostrará que no es pasto para embaucadores, prestidigitadores, tiktokeros o leones de kermese.

Este domingo rugirá una Argentina, rugirá en las urnas, con sus votos, pacíficamente, pero con la mirada fija en su presa, su meta, su necesidad imperiosa: que haya “dignidad arriba y regocijo abajo”.

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