Día de la trabajadora del hogar: historia y presente de una labor depreciada

Día de la trabajadora del hogar: historia y presente de una labor depreciada

Las empleadas domésticas son las pilares de una estructura gigante que aplasta sus derechos. Cómo es la vida de una trabajadora en primera persona: el maltrato laboral y la esperanza de la organización gremial.

Cada 30 de marzo se "celebra" el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, y en el entrecomillado no es casual. La fecha recuerda la reivindicación de una actividad laboral elemental para el funcionamiento del sistema económico, aunque sea retribuido de las peores maneras y sea núcleo de discriminación contra la mujer.

Allá por 1988, en Bogotá, Colombia, tuvo lugar el primer Congreso de Trabajadoras del Hogar, donde se conformó la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar, y se instituyó el 30 de marzo como Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, como fecha conmemorativa y de reivindicación de los derechos de este sector compuesto en su mayoría por mujeres.

En la Argentina, la organización social del cuidado depende principalmente del trabajo no remunerado que se realiza al interior de los hogares y recae, en mayor medida, sobre las mujeres. Este trabajo doméstico, además, emerge como una dimensión central del bienestar y desarrollo humano que produce valor pero no todos pueden hacerlo por exceso de tiempo libre o no todos pueden acceder a pagarle a alguien externo para que lo haga. Así, tanto el género como el nivel económico y social se convierten en factores que potencian y reproducen la desigualdad en el uso del tiempo que las personas realizan entre actividades.

Se estima que alrededor de 1,4 millones de personas se dedican a esta actividad y más del 70% lo hace de manera informal. pero la informalización es la apenas una de las ramas de una maquinaria cultural que cercena derechos y aplasta las posibilidades en la vida de una trabajadora.

El trabajo doméstico desde adentro

Rita Arbillaga tiene 59 años y es empleada doméstica hace 22. A lo largo de carrera, se dedicó al cuidado de niños y adolescentes, y en otros casos a tareas generales de limpieza.

Empezó en el rubro doméstico cuando estaba realizando un curso de encefalografía en el Hospital Británico. Allí tenía una amiga enfermera, quien la contactó con su primer trabajo. Originalmente, el empleo era por un mes pero se quedó seis años. En ese momento, Rita necesitaba el dinero y empezaron a surgir dificultades para seguir estudiando. Sin embargo, ella no concebía su actividad como empelada doméstica.

No lo consideraba trabajo domestico por una cuestión ideológica. Lo mismo le pasa a mucha gente porque acá no se ve lo que se produce como en una fábrica, porque es inmaterial, atraviesa las relaciones interpersonales y las tareas cotidianas de la casa son poca duraderas”, explica Rita a El Destape. Con el pasar de los años, pudo adquirir la conciencia de clase que requiere una trabajadora para valorar su actividad y conocer sus derechos.

De acuerdo a un relevamiento hecho por el Ministerio de Economía, el trabajo doméstico no reconocido con un salario equivale a casi 16 puntos del producto. Las mujeres argentinas le dedican más de 96 millones de horas diarias a estas tareas, sin ningún tipo de remuneración pero con un gran costo en términos de tiempo. La dinámica de explotación no cambia demasiado para el segmento que si está (mal) remunerado.

“Hay una falta de conciencia, de pertenencia de clase, del trabajo. Me fui dando cuenta leyendo, estudiando. Lo que pasa es que la organización social limita y desvaloriza el trabajo. Se trabaja aislada, sola, sin compañeros y por eso tampoco se agudiza la mirada del obrero como en el resto de las actividades”, explica Arbillaga.

¿No es trabajo?

En términos políticos, cuando uno imagina a un empleador limitando derechos laborales, piensa en personas con un perfil más conservador. Sin embargo, el trabajo doméstico marca una diferencia en este sentido. Desde el más agrio derechismo hasta el progresismo solemne, los casos reflejan que no hay distinción a la hora de aprovecharse del destrato cultural hacia este tipo de actividades.

Desde su mirada, Rita comenta: “Muchas veces sucede que, al desconocer su derechos, las mismas empleadas destacan que les pagan un poquito más de lo que les correspondería, o que el trato de sus empleadores es bueno, ameno. No se toma como una actividad laboral. Jamás vi que un buen trato se traduzca en mejoras salariales”.

Cuando un medio informa la clásica nota sobre aumentos de servicio del mes, puede aparecer el aumento de paritarias del gremio de empleadas domésticas. Es decir, se cosifica una actividad laboral y se la iguala a una factura de luz. Claro, no es una trabajadora, solamente “la chica que me ayuda en casa”.

En el caso de Rita, ella alquila y vive sola, y aún así la situación es complicada. Pero Rita marca un punto: “Yo no soy de las que peor están, si sos migrante o del interior es aún más difícil. La precarización es cada vez más notoria y siempre es difícil quejarse”.

“Cuando te involucrás en el proceso de crecimiento de un ser humano, tenés que tener entendimientos con los padres sobre un montón de cosas y debe haber una confianza mutua. Aunque no me gusta mi trabajo, hay dos chicos divinos en la casa donde trabajo y la cosa cotidiana se hace menos aburrida y más dinámica”, expresa Rita sobre su situación particular.

"Merecemos estar mejor"

El paso adelante del movimiento feminista trajo consigo un poco de luz sobre el empleo doméstico, pero restan muchas discusiones por saldar. Para Rita, sus compañeras tienen que entender el lugar que ocupan en la sociedad y resume: “Nos merecemos estar mejor”.

Actualmente, Rita trabaja en el barrio porteño de Villa Crespo pero quiere darle un cambio a su vida laboral. Tiene pensado terminar sus estudios de una tecnicatura en archivística mientras concluye su relato sin olvidar de reclamar hasta el último minuto: “Sufro lo mismo que mis compañera, el condicionamiento más grande es el salario. Sostener una estructura económica y familiar en el mundo entero deriva en una remuneración que hoy está debajo de la línea de pobreza”.

LA última paritaria de las trabajadoras de casa particular marcó un aumento del 28% a pagar en tres cuotas de forma no acumulativa. Mientras la Unión de Trabajadores Domésticos y Afines (UTDA) reclamaba el 100% para igualar el salario promedio a la canasta básica, UPACP pasó a pedir 42% y tras el rechazo de los sindicatos al 24% ofrecido, se aceptó el 28% con rechazo de la UTDA y el Sindicato de Empleadas en Casas de Familias de Entre Rios (SECFER).

De esta manera, las trabajadoras de casas particulares ya obtuvieron dos de los incrementos pactados en tres tramos: el primero fue de 10% en diciembre 2020, la segunda cuota del aumento fue de 8% en febrero y la última será otorgada en abril, con un 10% de aumento

Una brecha gigantesca

Cabe mencionar que la ONU Mujeres alertó el año pasado que “incluso antes del COVID-19, las mujeres realizaban el triple de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en el hogar en comparación con los hombres". Y siguió: "En estos días, aquellas mujeres empleadas en el sector formal y que tienen hijas o hijos se debaten entre una o más de las siguientes tareas: su empleo (si aún lo conservan), el cuidado infantil, la educación en el hogar, el cuidado de personas mayores y el trabajo doméstico”. Para romper con esto, desde el organismo sostuvieron que “las y los encargados de formular políticas deben prestar atención a lo que ocurre en los hogares y dar apoyo para lograr un reparto equitativo de la carga de cuidados entre hombres y mujeres".

Para conocer con mayor certeza el panorama, el INDEC avanza con la confección de una Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo y el Trabajo no Remunerado para poder medir el bienestar de los ciudadanos. Éste se relaciona con el balance vida-trabajo, con la necesidad de encontrar un equilibrio entre el trabajo y el tiempo dedicado a la vida personal, y con la capacidad de combinar el trabajo, las tareas del hogar y la vida personal para garantizar el bienestar de las personas, explicaron desde el organismo de estadísticas. Esto no sólo permitirá tener mediciones sobre el uso del tiempo sino también sobre las desigualdades.

La diferencia en la distribución de tareas no remuneradas es mayor entre quienes son más jóvenes (de 18 a 29 años) y menor entre las personas de 60 años y más. A su vez, la presencia de niños y niñas en el hogar amplía la brecha en la distribución del trabajo no remunerado: las mujeres sin niños menores de 6 años a cargo realizan el 72,7% de las tareas, mientras que quienes tienen dos o más se hacen cargo del 77,8% de ellas.

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