Enemigos perfectos: por qué la CGT y Javier Milei se muestran ganadores del 24E

Enemigos perfectos: por qué la CGT y Javier Milei se muestran ganadores del 24E

De un lado, acusan a una minoría intensa. Del otro, un ajuste brutal. Inusual protesta de verano con pocos veraneantes. Orden y demostración de fuerza.

Por Sebastián Iñurrieta

Era en abril. El malestar, creían en la CGT, tenía que ser alimentado con la gente de vacaciones, por lo que la primera demostración de fuerza contra el gobierno libertario se iba a producir después de marzo, cuando los aumentos golpearan al ya moretoneado bolsillo de la clase media -transporte, colegio, prepaga y un largo etcétera-. Por la crisis, pocos se fueron, los tiempos se adelantaron y dejaron la anticipada postal de este miércoles 24 de una inusual huelga veraniega (hubo otra en el enero de 1986 a Raúl Alfonsín), pero récord por ser la más rápida contra un gobierno desde 1983, a 45 días de la asunción de Javier Milei, ganándole a los 93 de Fernando de la Rúa. Ambos se midieron, la central obrera y la administración libertaria, en una manifestación anticipada, montada en espejo a los apurones de un decretazo y una ley ómnibus con errores admitidos en su articulado y horrores denunciados. Los enemigos perfectos.

 

La central representante del movimiento obrero, colchón en el que descansa el peronismo, logró ser el anfitrión de una familia disfuncional -con miserias que suelen exacerbarse en el llano- y no se rompió un plato. Axel Kicillof se mostró rodeado de intendentes y Máximo Kirchner estuvo lejos, con la columna de La Cámpora. Todos, no el "Frente de", en paz. Mientras se desconcentraba la multitud frente al Congreso, la CGT celebró que se movilizaron 1,5 millones de personas en todo el país. "En el kirchnerismo nos decían que no había inflación y que se comía con 6 pesos por día. Tienen algunos problemas para contar", ironizó Javier Lanari, el dos del portavoz Manuel Adorni. En Seguridad también minimizan el número, al tiempo que le permitió salir airoso al Protocolo Antipiquetes, con la anuencia de la cúpula cegetista que tampoco quería dejarle servido al Gobierno imágenes violentas que pudieran erretear hasta el infinito en Twitter, el ágora libertario.

Con la experiencia de otra gestión a cuestas, Patricia Bullrich encabezó desde temprano el ABC de todo oficalismo frente a una huelga: minimizarla. Lo hizo tanto Mauricio Macri como Cristina Fernández de Kirchner, en los cinco paros que vivieron ambos en carne propia. La ministra libertaria recorrió negocios abiertos preguntando quién paraba. Para destacar el protocolo, no le conviene bajar tanto el número de manifestantes en un delgado equilibrio entre restarle importancia a la movilización y dársela al operativo policial para calificarlo de exitoso.

 

 

Los que no la ven

Los libertarios se quedaron con esa postal para cimentar la grieta modelo 2024, bajo el calificativo de minoría intensa, quienes -como dice Milei- no la ven. "Algunos miles parando, algunos millones trabajando. Fin.", tuiteó el vocero Adorni. "Convocado por la oligarquía de millonarios con autos blindados y chofer, falsos representantes de los trabajadores, ratifica que estamos en el camino correcto. Las cosas se consiguen con esfuerzo, no llorando y pataleando. No les tenemos miedo", le metió épica con poca diplomacia la canciller Diana Mondino. "Estamos frente a un paro político por tocarles privilegios", apuntó Toto Caputo, al comentar la presencia de Kicillof en la marcha, descubriendo la pólvora. La "lectura política" del paro iba a correr por cuenta de Presidencia.

El concepto del otro como minoría -que comenzó a partir del ficticio 56% del ballotage contado como propio- explica también la desesperación oficial por firmar un dictamen de mayoría en el plenario de comisiones de Diputados, que se extendió hasta la 1.30 de la mañana y sin tener el texto final, sólo para evitar que la oposición juntara un número mayor. A efectos de lo que sucederá en el recinto es irrelevante, al punto que en medio del festejo por la prueba de fuego legislativa de la era Milei, durante la concentración de la primera gran marcha en su contra en la calle, el oficialismo tuvo que patear la sesión para la semana que viene por no juntar los votos suficientes para mantener la suba de las retenciones. Ese será el test fundacional del mileísmo.

En medio de la euforia en el nido de los halcones, las palomas del Gobierno se llamaron a un prudente silencio. La protesta se anticipó también en parte porque los puentes entre la Casa Rosada y la CGT fueron dinamitados por las circunstancias. Sin designación formal, la cúpula cegetista nunca tomó con interlocutor válido a Omar Yasín, secretario de Trabajo que fue nombrado como "asesor" de Capital Humano; y al ministro del Interior, Guillermo Francos, le achacan que algo que les prometió que no estaría en el DNU, al final fue incluido. Desde entonces, se rumoreó un reencuentro que nunca llegó a concretarse.

Las palabras también sirven para llevar agua para su molino. En la previa fue la advertencia de Héctor Daer a los legisladores dialoguistas que "no podrán caminar por la calle" si apoyaban la ley ómnibus. Este miércoles, desde arriba del escenario, Pablo Moyano lanzó otra frase poco feliz: "Si lleva estas medidas de ajuste, lo van a tirar al Riachuelo”. Se refería a Caputo, el ministro que, en una jornada full Twitter, le replicó que llevaría el tema a la Justicia.

Los que la ven

La espiral del malestar gira más rápido incluso para la dirigencia peronista que prefería darle tiempo a Milei, bajo la expectativa de que la choque. El silencio público de CFK comenzó a incomodar hasta a propios, aquellos que -como contó Letra P- recibieron un llamado de la expresidenta para bajar el perfil confrontativo contra la Casa Rosada. Lo mismo opinaba Sergio Massa, el último candidato presidencial del espacio. Después de reaparecer cuando el Gobierno adelantó que borraría su legado del fin de Ganancias para 800.000 trabajadores, que firmaron en campaña gobernadores ahora arrepentidos, el exministro de Economía retuiteó este miércoles un video con la columna del Frente Renovador en la plaza, encabezada por Malena Galmarini. Lejos de las cámaras estuvo Kirchner, según atestiguan fotos que distribuyeron luego. Fue otro que, después de esperar y ver, pasó a ver.

El inédito ajuste libertario por ahora oficia de pegamento de un peronismo que en otras circunstancias, sin ir más lejos en la anterior derrota, estaría contándose las costillas. La resistencia al plan económico de Milei hizo poner a un costado, por ahora, reclamos de autocrítica, pedidos de definiciones a CFK y hasta las críticas a Alberto Fernández, que desde Madrid sigue ejerciendo la presidencia del PJ Nacional.

En un país de monotributo, la protesta trascendió lo sectorial de una reforma laboral, derramando sobre la desregulación económica, la fórmula de movilidad jubilatoria, la privatización de empresas estatales, el ajuste a la cultura y los aumentos del costo de vida en general. Atrás quedaron los tiempos que los paros cegetistas eran por temas puntuales, como el pago de Ganancias. El aparato de movilización cegetista se mostró aceitado, a pesar de que desde el macrismo no salía a la calle.

No todo es unidad en el llano, siempre hay excepciones: así como lo acusaron a Juan Manzur en 2016, en 2024 miran de reojo a su sucesor en la gobernación tucumana, Osvaldo Jaldo, cuyos diputados votarán la ley ómnibus. Las retenciones -tema tabú para el kirchnerismo si los hay- pueden convertirse en una reconciliación que vuelva a hermanar a la zona núcleo con el conurbano.

Como en la Casa Rosada, el peronismo también celebra lo que dejó esta primera jornada de protesta contra Milei. Ambos están contentos por motivos distintos. Ambos tienen su cuota de razón.

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