El imperio de La Forestal

Presente y pasado se conjugan en esta crónica sobre la lucha de la dignidad contra la explotación basada en la historia del sindicalista Gerónimo “Pitín” Cáceres, trabajador del quebracho que a los 96 años evoca las epopeyas obreras de décadas atrás.

4 de mayo de 2004. Lavalle 1268, piso 5° de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Juzgado Nacional de 1° Instancia del Trabajo N° 47 a cargo de Inés Salomé Beatriz Gasibbe.

Ahí nos encontrábamos con el doctor Alberto Coronel, en la antesala de una audiencia que presidiría la propia titular del juzgado.

Mientras la jueza se acomoda en su asiento, seguramente advirtiendo la particular forma de hablar que tenemos la gente del interior del país, me pregunta:

-Usted, Ponce, no es de aquí, ¿verdad?

-No, doctora. Soy de una localidad de la provincia de Santa Fe, Sunchales, 40 kilómetros al norte de Rafaela, sobre la Ruta Nacional 34. Es una ciudad pequeña, no sé si alguna vez escuchó hablar de ella.

-Hace muchos años que vivo en Buenos Aires, pero soy santafesina. Y no solo conozco su ciudad, sino que también conozco el norte de la provincia porque provengo de esa zona.

-Qué casualidad. ¿De dónde es oriunda usted?

-Del norte santafesino, de un pueblito muy pequeño, Villa Guillermina, casi en el límite con el Chaco. Un tío mío vivió allá casi hasta los 100 años y no hubo forma de traerlo. No quiso saber nada con venir a vivir a Buenos Aires.

-¿Cómo se llamaba su tío?

-Gerónimo Cáceres.

-Pitín Cáceres.

La doctora levanta la cabeza, asombrada.

-Sí, a mi tío le decían Pitín. ¿Pero usted cómo lo sabe?….

Un conflicto sindical de Tacuarendí, en 1999, me transportó hasta aquel pueblito emplazado en el norte santafesino, otrora parte del inmenso latifundio ocupado por la multinacional Argentine Quebracho Company, más conocida como La Forestal, tristemente célebre por encabezar una brutal represión contra los trabajadores hacheros y obrajeros en 1920.

El saldo de doscientos hacheros y obrajeros asesinados por la milicia propia de La Forestal denominada Gendarmería Volante, que actuaba con impunidad, ferocidad y ensañamiento, enlutó para siempre aquella tierra.

Un Estado dentro del Estado

La Forestal se adelantó a lo que muchas otras corporaciones transnacionales harían años después, comprando a valores ínfimos o directamente expropiando con la complacencia de los gobernantes de entonces enormes territorios de quebracho colorado en las provincias de Santa Fe, Chaco y Santiago del Estero.

Abarcaba una superficie total de dos millones de hectáreas, donde levantaba pueblos y luego los vaciaba cuando no quedaba nada por explotar.

La Forestal utilizaba ferrocarriles que eran de su propiedad, puertos, leyes, policía y hasta moneda propia acuñada y de circulación en sus dominios.

La Argentine Quebracho Company cometió dos tipos de crímenes: uno humano y otro ecológico. El primero lo sufrieron los hacheros y obrajeros con sus familias. El segundo estuvo signado por la tala indiscriminada de quebracho colorado hasta su extinción en la zona.

La historia de La Forestal tiene cifras que eximen de mayores comentarios: en algunos de sus asentamientos el 80 por ciento de los fallecidos no llegaba a 35 años.

Dos grupos

Dentro de la estructura laboral de empresa se distinguían dos grupos humanos claramente diferenciados.

Por un lado, los hacheros y obrajeros, que trabajaban en condiciones inhumanas, viviendo en forma precaria junto a sus familias en medio del monte.

La instrucción que recibían era nula y en esa misma condición vivían sus mujeres e hijos.

Hachaban desde que amanecía hasta que se ponía el sol, sin feriados ni domingos y solo una vez al mes los dejaban ir al pueblo.

Se relacionaban con La Forestal por medio de contratistas, individuos controlados por la misma empresa que hacían el trabajo sucio de someterlos prácticamente a condición de esclavitud.

Foto: lahistoriacantada

Los contratistas también pagaban, no con moneda nacional sino con vales que podían canjearse únicamente por mercaderías que ellos mismos expendían a precios hasta 50 por ciento más caros de lo que costaban en el pueblo.

Por otro lado, se encontraban las personas que vivían en las localidades erigidas y fundadas en el imperio de La Forestal.

El encuentro con Pitín

Aprovechando aquella estadía en Tacuarendí, junto a un par de compañeros nos dirigimos a Villa Guillermina, uno de los principales asentamientos del imperio.

Durante el corto viaje no pude ver ni un solo quebracho colorado.

La idea era tratar de conseguir un testimonio directo, escuchar a alguien que hubiera sido testigo y protagonista de La Forestal, cuestión bastante difícil dado el largo tiempo transcurrido desde aquellas primeras décadas del siglo XX.

Para colmo llegamos a la hora de la siesta. En la inmovilidad de sus calles, el pueblo descansaba.

Aprovechamos para echar un vistazo. Había distintos tipos de viviendas dispuestas en dos o a lo sumo tres manzanas, a manera de pequeños barrios.

Lentamente el pueblo comenzó a desperezarse. Consultamos a algunos pobladores y así, finalmente, nos aconsejaron que tratáramos de hablar con Pitín Cáceres.

Pitín Cáceres, Gerónimo Cáceres, había nacido en la localidad de Empedrado, Corrientes, en 1903 y a pesar de los 96 años que tenía en aquel momento conservaba una lucidez y memoria prodigiosas.

Lo encontramos en su casa.

Nos acomodamos en el patio, sentados sobre viejos sillones para escucharlo:

-Cuando me trajeron a Guillermina yo tenía solamente tres meses. A los tres años falleció mi mamá; a mis hermanos los llevaron con mis abuelos y yo me quedé solo con mi papá. Él ya trabajaba en la empresa; en ese año 1903 se construyó la proveeduría y al año siguiente ya estaba instalada la chimenea de la fábrica.

-¿Recuerda la época de los levantamientos obreros?

-Sí, los primeros levantamientos se dieron cuando yo tenía más o menos quince años. Se había formado el sindicato, dirigido por extranjeros: italianos, franceses y polacos.

Extranjeros y libertarios

-¿Y fueron ellos quienes levantaron a los obreros?

-Claro, porque en aquella época no había escuela secundaria, había nada más que hasta cuarto grado. Los mecánicos, carpinteros o herreros de La Forestal eran de afuera.

Eran anarquistas. Me acuerdo que una vez mataron a un gerente.

-¿Cómo fue eso?

-Lo mataron a fierrazos; resulta que los obreros habían atado un hierro a la cuerda del pito y éste quedó sonando, porque de esta manera se solía anunciar el comienzo de una huelga, con el pito sonando en forma ininterrumpida.

Llegó ese gerente armado con un revólver y entonces se produjo un entrevero donde los obreros armados con varillas, hierros y caños respondieron matando a ese gerente.

-¿Y cuál fue la reacción de la empresa?

-Pidió directamente a la gobernación de la provincia que enviaran personal de seguridad. Se decía que los gobernantes estaban comprados por La Forestal.

-¿Y enviaron personal?

-Enviaron unos hombres que antes sacaron de la cárcel. Les decían “los cardenales”, porque tenían una franja roja en la gorra. Los mandó directamente el gobernador, Enrique Mosca.

Se la pasaban borrachos tirando tiros en la calle, supieron violar chicas, y mataban y castigaban a cualquiera y también a cualquiera llevaban detenido, especialmente a los dirigentes sindicales, aunque la mayoría ya se habían ido.

-Y usted, ¿cuándo entró a trabajar en La Forestal?

-En 1921, luego de la huelga grande y la matanza.

-¿Se acuerda de cuánta gente trabajaba en Villa Guillermina para La Forestal?

-En esa época trabajábamos entre 800 y 900 personas.

En los montes habría cuatro o cinco mil personas más. Igualmente, la empresa tenía otras fábricas en Villa Ana y Tartagal.

-¿Usted conoció cómo vivían los hacheros en el monte?

-Sí, pero fui de paseo nada más. Estaban en ranchitos que ellos mismos hacían con ramas y paja o debajo de los árboles. Vivían con sus familias, como animales.

-Entonces la vida de ustedes los empleados y obreros que trabajaban en la fábrica de Villa Guillermina, era distinta a la de los hacheros que vivían en el monte.

-Sí. Acá en el pueblo cada trabajador tenía su rancho. Como éste, por ejemplo. Esta es una casa que te daba La Forestal, que no permitía que nadie hiciera casas en forma particular.

La Forestal te prestaba la vivienda y si por algún motivo te echaban de la fábrica tenías que devolverla. Al principio las casas eran ranchos de barro con “estanteao”. A los ranchos se los blanqueaba y quedaban como hechos con material.

-Se puede decir entonces que Villa Guillermina era de La Forestal.

-Todo era de La Forestal, no solamente el pueblo. Eran los dueños del ferrocarril, también tenían un puerto que se llamaba Piracuasito.

Tenían catorce locomotoras con sus correspondientes veinte y tantos vagones; esos ferrocarriles entraban hasta el Chaco, cumplían la función de transportar la madera y a su vez la empresa mandaba en los vagones mercadería a los obrajeros en los montes.

Acá la mercadería era barata, La Forestal les mandaba todo a los contratistas y éstos le ponían el precio que querían.

Por ejemplo, enviaban el vino en cascos de doscientos litros y los contratistas en lugar de venderlo puro le ponían como veinte litros de agua por casco. Esos contratistas se hicieron multimillonarios explotando a los hacheros.

Vaciamiento y peste

-¿Cuándo dejó usted de trabajar en La Forestal?

-En 1951, es decir que trabajé durante treinta años. En esa época se quedaron sin trabajo más de 500 obreros de la fábrica. Como no quedaban prácticamente más quebrachos en el lugar, la compañía cerró la fábrica en Villa Guillermina.

-¿Y toda esa gente se quedó sin trabajo?

-Así fue.

-¿Tuvieron algún apoyo o respuesta por parte del gobierno?

-No, pero es que en la zona gobernaba La Forestal y la compañía levantó los ponchos y se fue.

-Villa Guillermina pasó a ser un pueblo con gente desocupada entonces.

-Sí, la gente se desparramó por distintos lugares, se fueron yendo.

Foto: jonairiarte.blogspot.com

-¿Recuerda algo de la viruela negra?

-Esa epidemia ocurrió en 1910, yo era chiquito. Acá en el pueblo morían hasta doce personas por día. En esa época no había hospitales, cerraron la escuela y ahí llevaban a los enfermos.

¡Había que ver la miseria que existía en ese tiempo! No alcanzaban los catres para todos los enfermos y a muchos se los ponía en el piso.

La Forestal tenía dos carros de cuatro ruedas tirados por burros o mulas para cargar material, pero en aquella oportunidad se usaron para llevar a los enfermos y transportar a los muertos hasta el cementerio. Había días en que no alcanzaban a enterrarlos a todos.

-Volviendo al tema de La Forestal. ¿Cuáles eran las condiciones laborales de la época?

-Dejo de lado el trabajo de los montes porque como le dije antes esa gente vivía como esclavos. En cambio, acá en Guillermina primero se trabajaba doce horas por día, y cuando yo entré ya trabajábamos ocho horas. Se había conseguido con la huelga.

-O sea que la huelga, con el trágico saldo de tantos trabajadores asesinados, sirvió para algo.

-Claro, porque antes trabajaban doce horas y La Forestal pagaba 3,75 pesos por día. Después de la huelga se trabajaba ocho horas a 4,20.

Pero luego, de a poquito, la empresa comenzó a bajar los sueldos. Los extranjeros no fueron retomados y el sindicato desapareció. En 1930 un grupo de trabajadores intentó nuevamente formar el sindicato, pero la patronal los despidió a todos.

Reuniones por célula

-¿Usted participó en el sindicato?

-Sí, en el año 37 me metí en el sindicato, pero nosotros trabajábamos con más inteligencia. Hacíamos reuniones por célula.

-¿Cómo era eso?

-Visitábamos una casa vecina, tomábamos mates entre dos o tres y ahí conversábamos cómo organizarnos, luego entrábamos en otra, y así hasta que armamos un grupo de más o menos 150 personas.

Pero La Forestal se enteró, usted sabe que no falta quién va a contar. Una señora me avisa que pasó uno de mis compañeros con dos milicos armados que lo llevaban preso. Al rato me avisó que pasó otro compañero igual de acompañado.

Entonces yo me vestí porque sabía que también me buscarían a mí, y salí a visitar uno a uno a los otros compañeros. La cuestión es que a eso de las seis de la tarde hicimos una reunión en una línea del monte. Éramos más de 100 personas.

-¿Y qué resolvieron?

-Del monte nos fuimos a la comisaría y a los gritos pedimos la libertad de los compañeros. El jefe del operativo, que había sido enviado por el gobernador a pedido de La Forestal, temblaba porque sabía que estábamos dispuestos a todo, mientras los milicos nos apuntaban con los Wínchester.

-¿Qué pasó finalmente?

-Tuvieron que largar a todos los compañeros presos. De ahí nos fuimos todos a la plaza y exigimos que venga el gerente para presentarle un pliego de condiciones que ya teníamos preparado.

Nos dijeron que en dos días nos contestarían; pero al otro día ya nos dieron la respuesta diciendo que la casa matriz había resuelto cerrar la fábrica de Villa Guillermina.

-¿Qué respondieron ustedes?

-Les dijimos que cerraran nomás, que nosotros no volvíamos al trabajo; adentro de la fábrica había unos veinte carneros manteniendo las calderas prendidas.

El gerente nos dijo que iba a volver a hablar con la casa matriz y que al otro día nos iba a comunicar lo sucedido. Al día siguiente tempranito nomás llamó a la comisión del sindicato diciéndonos que aceptaban el pliego de condiciones pero que no tomáramos represalias contra los carneros.

-¿Qué cosas solicitaban a través del pliego de condiciones?

-Pedíamos un aumento de sueldo, que la empresa reparta leña en el pueblo con el carro así dejábamos de comprarla y que a los obreros también se les entregue hielo en verano. Lo más importante era el aumento salarial.

Agazapadas, las sombras de la noche iban apagando el incendio de aquella tardecita, y esas sombras y la consciencia del privilegio que significaba estar escuchando a ese compañero de casi cien años hicieron que prolongásemos el encuentro más de lo esperado.

Pitín Cáceres nos asombró con su memoria al recordar, por ejemplo, que en aquella época el kilo de carne, al igual que el de azúcar y la yerba costaba veinticinco centavos y el kilo de fideos unos veinte.

Por un momento el recuerdo de la muerte de su mujer veinte años antes de aquella entrevista lo entristeció. Nos despedimos con mucho cariño. Pensé (y con razón) que quizás no volvería a verlo.

Él nos abrazó con humildad y afecto mientras nos acompañaba con paso cansino hasta la vereda.

Una ópera popular

Comienzo del año 2012. Un amigo ligado al espectáculo, conocedor de lo que desde Atilra veníamos haciendo por la cultura y el arte, me comentó que Enrique Llopis, un grupo de músicos y gente de teatro trataban de reeditar La Forestal, la crónica cantada sobre el padecimiento de los obreros de los quebrachales.

La obra, a la que Armando Tejada Gómez definió como ópera popular, había sido estrenada en 1984 y en 1985 en las ciudades de Rosario y Buenos Aires respectivamente. Veintiocho años después se intentaba una nueva puesta en escena.

Con el patrocinio de Atilra, el 8 de junio de aquel 2012 se reestrena La Forestal en el teatro Santa María de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La cultura, el arte y la educación conforman una sólida plataforma sobre la que se asienta la conciencia colectiva de los pueblos. Por eso el autoritarismo les teme.

Al poder económico no le conviene que la sociedad tienda puentes entre sus miembros y que éstos se sumerjan en las caudalosas aguas de la ilustración y el conocimiento para que la historia no se cuente como realmente es sino como a ese poder financiero le interesa que se conozca.

Sentada en una de las primeras filas la doctora Ynés Salomé Beatriz Gasibbe, aquella jueza del Juzgado Laboral que yo conociera en 2004, ahora ya jubilada, asistía emocionada junto a un grupo de amigas al reestreno de La Forestal.

La miré de reojo e instantáneamente me vino a la memoria el recuerdo de su tío Pitín Cáceres.

Postergación y olvido

Me resulta imposible hoy no reflexionar respecto de nuestra falta de identidad. Viajo hacia el pasado y vuelvo a cruzar el arroyo Los Amores, aquel que Gregorio Molina y Ricardo Visconti Vallejos inmortalizaran en una canción.

Una última mirada a Villa Guillermina que se va alejando en el recuerdo. Ni un solo quebracho al costado del camino, solo postergación y olvido.

La ausencia de políticas protectoras por parte de nuestros gobernantes permitió el saqueo y exterminio de la riqueza de la zona a manos de capitales extranjeros. Esta parece ser una de las constantes de nuestra historia.

Pienso también en otras constantes: la intolerancia de los poderosos que tratan de destruir y perseguir a quienes reclaman por sus derechos.

Y pienso sobre todo en Pitín Cáceres. A él no se lo contaron los libros de historia ni los medios de comunicación prostituidos por intereses materiales. Él vivió aquellos sucesos.

Pitín abrió junto a otros compañeros, acaso sin saberlo, una picada por donde el hombre nuevo un día pueda llegar a través de la solidaridad y la unidad a concretar el más elevado de los sueños: el triunfo de un nuevo orden social, más justo e inclusivo. Un barco en el que quepamos todas y todos.

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