Lo que se jodió fue la CTA

En el mundo sindical no todo es exactamente lo que parece. Veamos:

1) Se afirma que la CGT actúa en defensa de los sectores más débiles. Siempre hablando en términos de relación de fuerza, es cierto que defiende a los asalariados frente al poder empresario pero su radio de acción es limitado ya que deja afuera a los trabajadores informales, que rondan el 35% de la población económicamente activa, y a los desocupados, el 7,1 por ciento.

2) Se presenta a la central obrera como un ámbito plural y democrático que prioriza las conquistas laborales por sobre las banderas partidarias. Sin embargo, su historia la revela como parte del engranaje del PJ –en algún momento explícito a través de las 62 Organizaciones– que, a lo sumo, puede mostrar autonomía de alguna de las corrientes internas del peronismo pero no de todas.

3) Se suele decir que la reelección de cualquier secretario general de la CGT es fruto del voto soberano de los trabajadores. Pero el amañado sistema electoral facilita la cooptación de voluntades y el desplazamiento de las minorías de los concejos directivos. Y por imperar el voto indirecto, son los propios capitostes sindicales los que terminan decidiendo quién gana.

Quienes padecían desde adentro esa maquinaria de poder, que el propio sistema sindical consolidaba, decidieron en 1991 tomar un camino largo y dificultoso: empezar desde cero la construcción de un nuevo espacio, que se consagró como la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA).

La tibia, si no cómplice, postura de la CGT ante una coyuntura compleja, marcada por índices récord de desocupación y cierre de fábricas, terminó de convencer a los más dubitativos en aquellos tristemente célebres años noventa.

Los que pactaron con Carlos Menem fueron premiados con cargos y negocios, como el de las AFJP, mediante el cual muchos sacaron chapa de sindicalistas-empresarios.

Esa coyuntura llevó a Hugo Moyano a quebrar la CGT con el propósito de recuperarla , en una estrategia ostensiblemente diferente a la de la CTA, que había cantado las hurras para no volver nunca más.

Aun así, Víctor De Gennaro, como líder de la central alternativa, y Moyano, al frente de una tropa de gremios que alistó en el Movimiento de los Trabajadores Argentinos, confluyeron en varias protestas contra las políticas neoliberales del menemismo.

Con el paso del tiempo, la CTA se fue consolidando pero nunca logró de los sucesivos gobiernos la personería gremial, un paso ulterior a la inscripción gremial. Es decir, le reconocieron su existencia pero no la facultad para representar a los trabajadores en un conflicto y en una negociación colectiva, o para acceder a la cuota sindical por retención patronal, o la tutela de delegados y autoridades para impedir que sean despedidos.

No obstante ello, marcó ostensibles diferencias con la CGT. Acaso la más significativa haya sido el voto directo y secreto de todos los cargos en disputa, que empoderó al trabajador al permitirle elegir a sus conducciones sin ningún tipo de mediación.

Introdujo, además, el sistema de afiliación directa sin necesidad de que el sindicato del sector laboral al que pertenecía el trabajador se encuentre enrolado en la CTA.

En materia de representación, también incorporó en sus filas a desocupados, pasivos (jubilados) y trabajadores en negro. Es decir, no sólo se arrogó el liderazgo de los que estaban en actividad –sobre todo en el sector de la administración pública, su fuerte– sino también de los que no podían ingresar al mercado laboral o lo hacían de manera irregular.

Del mismo modo, abrió sus puertas a organizaciones sociales, cooperativas y movimientos territoriales, dándole visibilidad nacional a reivindicaciones locales.

Moyano sostuvo históricamente que ampliar la base de la CGT más allá de sus propios afiliados lo llevaría a incurrir en el error de abarcar mucho y apretar poco. Para la CTA eso siempre fue una excusa que encubría una lógica de mercado. O sea, que al camionero en verdad nunca le interesaron los desocupados sencillamente porque no pagaban cuota sindical.

Uno de los principios regentes de la CTA fue la autonomía de los partidos políticos, del Estado y de los patrones. De hecho sus dirigentes tuvieron historia en el radicalismo, el peronismo, el comunismo y el socialismo, entre otros.

Sin embargo, esa autonomía un día se rompió. Hugo Yasky, sucesor de De Gennaro, decidió abrazarse al kirchnerismo y la CTA se volvió una olla a presión. Todo explotó por los aires en las elecciones de 2010, cuando Pablo Micheli le disputó el cargo.

A la usanza del peor sindicalismo, hubo acusaciones cruzadas de fraude y los dos se adjudicaron el triunfo. De un momento a otro, la CTA fue todo aquello de lo que a lo largo de su historia se quiso diferenciar. La puja llegó a la justicia y la mancha se tornó indeleble.

En estos días, cuatro años después de aquel episodio vergonzoso, Yasky y Micheli sellaron un armisticio para que las dos centrales coexistan bajo el nombre de "CTA de los trabajadores" y "CTA autónoma".

La formalización de la ruptura, rubricada en el Ministerio de Trabajo, les servirá para resolver sus entuertos de poder pero difícilmente logren reparar el daño que le hicieron a su credibilidad.

Dicho de otro modo: aunque el grito de guerra siga siendo "C-T-A, de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode", la que se jodió fue la propia CTA y, en consecuencia, los trabajadores.

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