Sapo de otro pozo: Moyano quedó casi en soledad entre dirigentes que lo desprecian

Sapo de otro pozo: Moyano quedó casi en soledad entre dirigentes que lo desprecian

El agudo Rolo Villar acaba de retratar irónicamente en la radio a un Hugo Moyano desesperanzado y con ganas de bajarse también él de su propia marcha. 

Ganas no le deben faltar, ya que en la porfía personal con el presidente Mauricio Macri, que el camionero edulcoró en Mar del Plata ante sus pares cegetistas como la imperiosa necesidad que tienen los trabajadores de mostrar que existe vocación unánime para regresar a pleno al sistema estatista, cerrado y prebendario que dominó los últimos 80 años de la Argentina (sistema que aún no se ha terminado de desarmar en muchos casos por la propia anuencia del Gobierno), se ha quedado casi en soledad.

 

 

El problema para Moyano no es tanto por quiénes se han bajado de su marcha (casi todos), sino debido a quiénes se quedaron firmes en la grilla de acompañantes: los partidos de izquierda, los movimientos sociales y los kirchneristas más duros y nostálgicos. En el mismo tono de comedia que usó Villar, la situación recuerda a aquel viejo chiste del pelotón formado y el pedido del sargento de dar un paso al frente para la ir a la guerra.

 

 

En esta ocasión, casi todos los zorros del gremialismo, muchos de ellos pasándole viejas facturas de los tiempos en que Moyano era el Negro todopoderoso de la CGT y les birlaba afiliados, se fueron para atrás y casi con malevolencia lo dejaron más que expuesto junto a sus nuevos compañeros de ruta quienes, a contramano del camionero, marcharán ese día para cuidar sus propios porotos sindicales o para hacerle el caldo gordo al kirchnerismo, todo bien lejos de lo que el moyanismo representa.

 

 

Desde un ángulo más analítico, está claro que, salvo Pablo Micheli quizás, al día de hoy la marcha se la han copado casi todos sus enemigos ideológicos, quienes dicen creer en la democracia de las asambleas (aunque no se sabe cuándo los dirigentes han consultado a las bases sobre la conveniencia de asistir a una marcha sectorial, por ejemplo) y en las luchas en la calle y lo desprecian de verdad por ser parte de aquello que en los años 70 se llamaba burocracia sindical. Todos ellos sospechan, como el Gobierno, que a estas alturas Hugo y su hijo Pablo están buscando un blindaje en relación a las tres causas judiciales que los desvelan. Así, en minoría, es probable que el 21F Moyano tenga su guardia pretoriana de custodia alrededor, pero que nadie lo salve entonces de los silbidos que seguramente lo aguardan.

 

 

Más allá de esta cuarentena preventiva, el resto de los gremios más voluminosos ha seguido haciendo la suya: firman acuerdos sectoriales, cierran paritarias sin cláusula-gatillo (o con ajustes disfrazados), mejoran convenios colectivos y se sientan con el Gobierno a charlar sobre cuestiones de empleo. No hay romance, aunque existen algunas coincidencias que la Casa Rosada por ahora no tiene prejuicios en tragarse. Por ejemplo, hace bulla porque logra que se unifiquen convenios de los trenes metropolitanos (Unión Ferroviaria - UF) que tienen 25 años de antigüedad, pero convalida paritarias en dos gremios manejados desde hace décadas por dirigentes históricos que se la saben todas ya que coquetearon con todos los gobiernos, Amadeo Genta (empleados públicos de la CABA) y José Luis Lingeri (AySA).

 

 

El caso de los camioneros tiene varias aristas ya que, desde los tiempos del menemismo, el transporte de cargas, aún los de muy larga distancia, pasó del ferrocarril a las rutas (con el consiguiente deterioro de la infraestructura) mientras que los choferes representados por Moyano hicieron valer su cuasi monopolio. A medida que pasó el tiempo, el sindicato fue sumando afiliados, ya sea porque el transporte por camión se multiplicó o porque la llegada que el dirigente tenía a la Casa Rosada permitió que Camioneros se hiciera de cotizantes a costa de otros gremios y que se le convalidaran convenios extraordinarios que muchas veces fueron testigo para el resto de las actividades.

 

 

Estar en el candelero, aun a costa de muchos sindicatos que quizás por facturas de aquellos tiempos hoy le dan la espalda al otrora poderoso titular de la CGT, significó que, a medida que pasaba el tiempo, los costos de personal de choferes que hacen al flete se ubicaran en promedio, entre corta y larga distancia, cerca de 40%, con picos de 55% para los recorridos más extensos.

 

 

No se promocionó demasiado, pero en la homologación del aggiornamiento ferroviario de hace dos días (y no es casualidad que fuese en medio de la pelea) los sindicalistas de la UF y el Gobierno avanzaron en la necesidad de revitalizar algunos tramos del transporte por ese medio, como la posibilidad concreta de generar una terminal en un puerto seco del Pacífico que va a estar ubicado en una playa de cargas hoy ociosa ubicada en la localidad de Palmira (Mendoza), con la idea de comenzar a revertir el magro 3% de carga que apenas se transporta por ferrocarril.

 

 

Tras las elecciones del año pasado, el Gobierno le pidió a Moyano cierta moderación en los reclamos paritarios para este año sobre todo porque necesita que hacia el futuro haya costos de logística acordes con la mayor competitividad que pretende que tenga la economía. En paralelo, le marcó la necesidad de discutir la reforma laboral en el Congreso y Pablo fue el primero en meterle palos en la rueda al proyecto, negándose casi a que se tratara, probablemente buscando negociar una cosa contra la otra, mientras el resto de la CGT parecía acompañar al Gobierno al menos en la discusión, aunque con cierta timidez.

 

 

La discordancia fue tal que terminó de convencer al senador Miguel Angel Pichetto de que el tema no se podía tratar entonces sin tener consenso sindical pleno y, tras haber pagado bastantes costos políticos por el cambio en la fórmula de la movilidad previsional, el jefe de la bancada peronista en la Cámara alta decidió pasar el debate para más adelante. En paralelo, comenzaron a salir a la luz los temas judiciales que enloquecieron a Moyano y a la familia (en medio de los casos de otros dirigentes sindicales que tienen fortunas que no pueden justificar), quienes piensan que han sido motorizados por el Gobierno dentro del mismo cuadro de pelea. Es notorio que desde la Casa Rosada se dice que no pueden hacer nada ante el avance de otro poder del Estado y es más notorio aún que los Moyano no le creen y suponen que, si lo quisiera, Macri puede parar la ofensiva de procesamientos, embargos y peligro de cárcel para toda la familia, incluida la actual esposa de Hugo.

 

 

La escalada, propia de procedimientos de toma y daca que el sindicalismo conoce muy bien y que el Gobierno parece no querer convalidar ahora con el argumento de las viejas fórmulas, fue más ruidosa por algunas declaraciones que Moyano decidió hacer en medio de la pelea, cuando creía que la marcha podía ser un quiebre y jugarle a favor. Una de ellas hizo que el Presidente se convenciera de pelear a fondo, no tanto por la mención que hizo de Franco Macri, su padre, sino por el mensaje que tiró por elevación ("me gustaría estar preso en la celda de al lado").

 

 

El propio dirigente sindical tocó una cuestión más que sensible que, a esta altura de la democracia, para muchos no tiene cabida: "les queda poco, la gente está convencida de que este gobierno fracasó", dijo. Expresó una opinión política y, con astucia, no puso plazo ya que el adverbio poco es bien indefinido.

 

 

Sin saberlo, su visión fue similar a la que planteó unos días después el ex miembro de la Corte, Eugenio Zaffaroni, otro en sus antípodas ideológicas, quien dijo casi lo mismo con todos los cuidados que su formación jurídica le impone: "el plan económico es inviable; yo quisiera que se fuesen lo antes posible para que hagan menos daño", señaló.

 

 

Desde el Gobierno catalogaron ambas expresiones casi gemelas como destituyentes. Les convenía para victimizarse y en las redes sociales hubo muchos consternados por las dos declaraciones, aunque la primera parece un manotón de ahogado más y la del ex juez una pícara chicana. Sin embargo, no debería dejarse de considerar que la libertad de opinión es un derecho, siempre y cuando lo que se dice no vulnere los principios básicos de la Constitución y mucho más en un país que tiene antecedentes negros en la materia. Ambos se cuidaron mucho, pero igualmente quedaron mimetizados. A Zaffaroni quizás no le importe, pero ¡pobre Moyano!... con amigos así, ¿quién necesita enemigos?

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