Furor entre los sindicalistas kirchneristas por la bandera norteamericana

Furor entre los sindicalistas kirchneristas por la bandera norteamericana

Los primeros en sorprender fueron Hugo Yasky y Roberto Baradel: no solo fueron a la embajada norteamericana a reunirse con el anfitrión, Marc Stanley, sino que ambos expusieron el mismo día la imagen en Twitter. Y esa noche se sumó Pablo Moyano. “Hace un mes estuve con el embajador. Es más peronista que muchos de los nuestros”, dijo el dirigente de Camioneros. Braden o Biden.

Era inevitable que las nuevas amistades sindicales provocaran sonrisas socarronas. Por lo pronto, entre los propios pares. Al día siguiente, el secretario general de un gremio envió por WhatsApp la imagen a LA NACION. “Mirá, el líder de la CTA cambió de nombre: ahora se llama Hugo Yanqui”, escribió. La Izquierda Diario se centró, en cambio, en el referente de Suteba: “Sindicalismo cipayo: mientras los docentes luchan, Baradel y Yasky se reunieron con Marc Stanley”, tituló.

Ambas revelaciones coincidieron el martes, el día en que Massa volvía de su gira por Estados Unidos. ¿Casualidad? ¿Giro en la estrategia geopolítica del Gobierno? Si se atiende a las declaraciones y a los movimientos de algunos funcionarios, incluida Cristina Kirchner, el objetivo parece bastante claro. “El viaje es el mensaje”, le resumió el embajador Jorge Argüello a Ignacio Girón en CNN Radio.

Que de la jugada haya participado Moyano apuntala la idea de un cambio de postura del Frente de Todos respecto de la relación con Estados Unidos: su encuentro con Stanley había sido el 11 de mayo y en compañía de otros sindicalistas, pero él decidió difundirlo el martes pasado y con elogios al funcionario de Biden. “Nunca en la vida imaginé que iba a entrar en la embajada”, le dijo a la TV Pública. ¿Por qué lo que seis meses atrás se manejaba con pudor y discreción resulta ahora digno de jactancia? Es lógico que los kirchneristas de mayor honestidad intelectual prefieran a veces hacer silencio.

Es cierto que existen con la administración demócrata afinidades ideológicas. “Miren, la clase media construyó Estados Unidos. Todos saben eso. Pero los sindicatos construyeron la clase media. Eso es un hecho”, dijo Biden el lunes de la semana pasada en Milwaukee, estado de Wisconsin, durante un acto por el Día del Trabajo. “Juan Domingo Biden”, podría volver a celebrar Alberto Fernández. Pero la sintonía con la Casa Blanca excede los discursos o el neooccidentalismo de Baradel y Yasky. Hay, por ejemplo, sindicalistas que han salido últimamente de reuniones en la embajada con la sensación de que el Departamento de Estado está entusiasmado con Massa. Porque, dicen, el gobierno norteamericano lo incluye entre los dirigentes de consenso para el futuro. Como a Gerardo Morales y Rodríguez Larreta. No tanto a Macri, cuya candidatura, agregan, ahondaría la fractura en la sociedad.

¿La Casa Blanca ha decidido entonces acercarse al sindicalismo kirchnerista? ¿Es inquietud ante lo que supone serán discusiones inminentes con las empresas por los ingresos? “No los entiendo”, protestó un macrista de buena relación con las filas de Donald Trump. La reacción positiva de los demócratas hacia la Argentina no debería sorprender. Después de todo, Massa fue a Estados Unidos a garantizar que, al contrario de lo que pudo insinuar alguna vez Máximo Kirchner, el país está dispuesto a cumplir con el Fondo Monetario Internacional. ¿Qué objeción cabría entonces desde Washington? “Ellos son bastante binarios”, graficó alguien que habla seguido con el gobierno de Biden. Más llama la atención la voltereta del Frente de Todos. Es probable que las últimas corridas cambiarias hayan convencido a la rama antiimperialista de que Massa está frente a la última oportunidad.

Porque las urgencias del Gobierno hasta tienen fecha. A mediados de noviembre, por ejemplo, empieza a vencer el plazo de 180 días que entre abril y junio dispuso el Banco Central para darles a algunas empresas acceso al dólar oficial para importaciones. Se había tomado como una medida transitoria, pero las divisas no están. Un cálculo que economistas de Ecolatina les transmitieron a ejecutivos de la Unión Industrial Argentina dice que serían unos 10.000 millones de dólares. Algunas empresas, las más grandes, se vieron forzadas a acudir a dos bancos, el Santander y el Citi, para obtener líneas de financiamiento que vienen directamente de las casas matrices, salteando las sucursales argentinas. Pero son pocas operaciones. No alcanza para todos, y tampoco el Palacio de Hacienda parece tener soluciones al respecto. Massa se lo confirmó el viernes de la semana pasada en Houston a una de las representantes de Schlumberger que le preguntaba por esa necesidad elemental: hay que pagar insumos, servicios y dividendos. “No te voy a mentir”, le contestó, y no despejó la incógnita. Hubo industriales que consultaron esta semana más arriba en el Gobierno y se llevaron la misma respuesta: nadie sabe nada. La amenaza es grave: un default privado comercial generalizado. Por eso no sorprende que haya prosperado una propuesta de Marcelo Fernández, líder de la cámara pyme Cgera, para pagar importaciones con fondos no declarados. El oficialismo acaba de incluirla en el presupuesto que envió al Congreso. Es para el año próximo, que tampoco estará despejado: en enero vencen 1700 millones de dólares de la deuda reestructurada por Guzmán. Posponer no es resolver.

¿Por dónde salir de la encerrona? La Casa Rosada ya admite la posibilidad de un desdoblamiento cambiario más amplio. Pero no tiene claro el modo de instrumentación. Y tampoco termina de convencer de la medida al presidente del Banco Central, Miguel Ángel Pesce. Así, desprovistos de ideas y con la autoestima y la épica atenuadas, los kirchneristas creen que acercarse a la administración de Biden aportaría algo de tranquilidad. Habrá que convencer seguramente al ala combativa del espacio. Tal vez con tuits de Yasky y Baradel. O explicar más detalladamente el fondo del asunto, que obedece a una interpretación del momento histórico con nuevos aliados. En el Frente de Todos, por ejemplo, confían en que Lula triunfe el 2 de octubre en Brasil. Es el liderazgo espejo que esperan desde hace tiempo para Cristina Kirchner, a la que muchos también sueñan candidata. Están convencidos de que el líder del PT podría ser el nexo para un vínculo virtuoso del cono sur con la Casa Blanca.

Será cuestión de desandar preferencias y gestos. Las puertas que Alberto Fernández le prometió a Putin, por ejemplo, o las consignas maoístas del embajador Sabino Vaca Narvaja ante Xi Jinping en mandarín. No faltará quien proponga mantener esas banderas, al menos en el ámbito de la retórica. Como para despejar cualquier posibilidad de parentesco con las “relaciones carnales” de los 90. En rigor, sería injusto comparar: esta vez no llegarán los dólares de entonces. ¿Habrá que hacerlo por amor? Que florezcan mil flores.

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