Primer paro a Milei: CGT busca condicionar al Gobierno y también moldear la oposición

Primer paro a Milei: CGT busca condicionar al Gobierno y también moldear la oposición

La medida de fuerza encuentra a la central obrera mayoritaria en su momento de máxima acumulación política gracias a la obstinación del líder libertario.

Por Mariano Martín

El primer paro contra Javier Milei pondrá a la CGT este miércoles en el centro de la escena no sólo porque marcará un punto de difícil retorno con la administración libertaria sino porque representará la bisagra en el rearmado de la oposición tanto referenciada en el peronismo como, aspiran los sindicalistas, la que encarnan otras expresiones políticas distantes de los métodos de la actual administración. Será la mayor acción de protesta contra el Gobierno en el escaso mes y medio que lleva de mandato y lo novedoso es que provendrá del sector tal vez menos hostilizado por el mandatario en el plano retórico.

La huelga de 12 horas y la movilización al Congreso sólo pueden explicarse como un ejercicio sin precedentes de obstinación por parte de Milei: hubiese bastado una convocatoria a tiempo a la mayor central obrera y pautar la reducción de la reforma laboral a los puntos preconversados con Guillermo Francos -implementación de los fondos de cese laboral estilo Uocra, eliminación de las multas por registración irregular de trabajadores y hasta la posibilidad de modificar la jornada de trabajo mediante bancos de horas- para que se disparasen las habituales diferencias internas en la organización y el paro hubiese quedado desactivado o con fecha incierta de realización.

También explica el quiebre con los libertarios la reacción inusualmente veloz de la CGT ante el nuevo escenario. Los dirigentes se convencieron antes que cualquier otro sector (gobernadores, peronismo y hasta movimientos sociales) de la inutilidad de forzar un diálogo con un gobierno que había resuelto mediante su jefe de Estado, y a pesar de los intentos vanos de sus operadores, avanzar sin medir costos con la versión más pura de su plan de reforma laboral y hacerlo en paralelo con la afectación sin precedentes de otros actores políticos y sociales a través del DNU y el proyecto de ley Ómnibus.

Si hasta lo que pudo ser un temprano triunfo libertario contra la casta sindical, como fue la foto de Sandra Pettovello con Armando Cavalieri en aval al nuevo sistema indemnizatorio, terminó por convertirse en una interna entre halcones y palomas a escala de consorcio que se llevó puesto a un funcionario de prosapia macrista, no reemplazado todavía. Esa instantánea, llamada a quebrar el frente sindical interno el mismo día de la primera marcha contra Milei de la CGT, sirvió de advertencia para evitar desde entonces cualquier contacto individual de gremialistas con funcionarios.

Más allá de ese sofocón la CGT sólo cosechó victorias después del anuncio del paquete económico. El 27 de diciembre marchó sin incidentes y en abierto desafío al protocolo antipiquetes de Patricia Bullrich y puso la piedra inaugural de una estrategia judicial que fructificó en cautelares contra el DNU por parte de la Justicia laboral y la decisión del fuero Contencioso Administrativo -el favorito de Rodolfo Barra- de no intervenir en esa materia. A continuación convocó a su Comité Central Confederal y votó por unanimidad el paro de 12 horas de hoy y la marcha al Congreso cuando sus principales referentes advertían, en la previa, que no se le pondría fecha a esas medidas.

En todo ese proceso la mayor central sindical no sólo logró arrastrar a otras versiones gremiales sindicadas como más combativas, como las dos CTA y la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) sino que, más importante aún, lo hizo apalancada en un consenso interno nunca visto en los ocho años que lleva la conducción colegiada en formato de triunvirato. La voz habitualmente disidente en ese esquema, la de Pablo Moyano, terminó por abrazarse a la estrategia de los "gordos" y los "independientes" que no sólo por una vez eligieron mostrar los dientes antes de tiempo sino que, en esta ocasión, contaron con el apoyo irrestricto de Hugo Moyano, la última palabra en Camioneros.

En la cima de la CGT impera la satisfacción. Se reconocen artífices de los traspiés judiciales y políticos que tuvo hasta ahora el Gobierno para avanzar en el DNU y la ley Ómnibus. Y también, de haber amalgamado una eventual nueva mayoría parlamentaria con la simpatía del grueso del peronismo, algunos partidos provinciales, el Frente de Izquierda, buena parte del bloque de Miguel Pichetto y hasta los radicales que siguen a Facundo Manes. Muy en reserva también alegan tener una vía de diálogo con Rodrigo de Loredo, el presidente de la bancada radical y posible fiel de la balanza en los equilibrios en el Congreso.

Cuando se les consulta a los referentes de la "mesa chica" de la central qué prevén para el día después del paro advierten que procurarán cosechar la acumulación política producto de un posible paro contundente y de una seguramente masiva movilización y poner en juego ese capital para "voltear definitivamente el DNU". Ese instrumento es la mayor preocupación de los sindicatos porque hiere de muerte, además del eje consagratorio de derechos laborales contenido en la ley de Contrato de Trabajo, los mecanismos de financiamiento de los gremios y los resortes de la protesta sindical.

En ese escenario parecido al ideal para la CGT, con el DNU convertido en letra muerta y la ley Ómnibus eventualmente deshilachada por los tironeos parlamentarios, los gremialistas creen que se abrirá necesariamente un espacio para la discusión política sobre futuro de la oposición que los tendrá, a diferencia de la campaña electoral, como protagonistas por derecho propio y ya sin la presencia hegemónica de Cristina de Kirchner y La Cámpora.

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