CGT: la farsa de una reunificación que no fue tal

CGT: la farsa de una reunificación que no fue tal

La tan promocionada unidad de la Confederación General del Trabajo (CGT) luego de cuatro años de atomización se parece más a una mise-en-scène montada por algunos de los caciques gremiales para recuperar el protagonismo perdido que a una verdadera vocación de trabajo conjunto entre los fragmentos de lo que alguna vez fue el "movimientos sindical peronista". 

La falsa síntesis que representa el trinomio Héctor Daer-Juan Carlos Schmidt-Carlos Acuña excluyó a varios de los popes más encumbrados del universo gremial, como Omar Viviani o Gerónimo "Momo" Venegas. Incluso, la disidencia interna que -sin romper- planteó el sector del bancario Sergio Palazzo también evidenció que hasta ese precario esquema de alianzas tiene más fragilidades que fortalezas. 

Esto sin mencionar a los gremios que desde hace más de dos décadas tomaron distancia de la conducción peronista de la CGT para conformar una alternativa inclusiva de los millones de desocupados que generaron las políticas implementadas por el menemismo, hoy encarnadas en las dos centrales lideradas por Hugo Yasky y Pablo Micheli.

Nada de eso, sin embargo, promete garantizarle a Mauricio Macri un corto y mediano plazo de tregua con los gremios. Por el contrario, los que se amontonaron en esta farsa reunificadora se taparán la nariz para montar un acuerdo estratégico con organizaciones sociales y grupos piqueteros a fin de plantear una resistencia al Gobierno de Cambiemos. 

Ese escenario promete arrastrar consigo al sector empresarial, hasta ahora parcialmente a salvo del ajuste económico por su capacidad -relativa- de trasladar a los precios la inflación y los tarifazos. En ese sentido, crece el fantasma de la reapertura de las paritarias, una bandera hasta ahora sólo sugerida por los gremialistas más tradicionales a la espera del resultado de su congreso de unidad. El siempre descarnado Luis Barrionuevo reconoció en varias oportunidades que la CGT había hecho la mayor contribución sectorial al Gobierno al firmar acuerdos salariales deficitarios entre diez y quince puntos porcentuales respecto de la inflación. Nada dijo, sin embargo, de los planes de recupero de ese desfase, reservados para el último tramo del año. 

La confianza del Gobierno mutó esta semana en inquietud. Lo que parecía una concesión de los gremios a cambio de fondos -el más tradicional toma y daca en el campo laboral- amenaza con convertirse en una tormenta perfecta: inflación sin horizonte concreto de desacelerarse; un tarifazo frenado pero en vías de definición, con sus efectos sobre usuarios y empresas; la actividad económica sin despegue en un contexto de incertidumbre generalizada, y los gremios agazapados para retomar el control callejero y los puntos salariales perdidos contra los precios. 

Lo peor es que, quizás en un acto de ingenuidad, Macri se desprendió de los recursos para las obras sociales que Cristina de Kirchner retuvo hasta último momento y utilizó como argumento central para sentar a los dirigentes a las mesas más ásperas de discusión. En el gabinete económico varios recordaron esta misma semana que Alfonso Prat Gay desaconsejó esa concesión, en contra de la postura de funcionarios más políticos, como Jorge Triaca, que le sugirieron al Presidente -y lo convencieron de- cumplir con sus compromisos de campaña para ganarse la simpatía de los gremialistas. 

Quizás de manera tardía, el jefe de Estado terminará por comprender que el vínculo con los sindicatos no pasa por criterios de lealtad, que ni siquiera suelen ser muy tenidos en cuenta cuando los gobiernos son peronistas.

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