Amigos sin derechos

Amigos sin derechos

La CGT y las organizaciones sociales tuvieron su acercamiento estratégico, pero los dirigentes cegetistas mantienen las puertas cerradas de la central. Además, la foto de la polémica y el equilibrio que incomoda a Azopardo.

(Por Jorge Duarte @ludistas)

Esta semana la cúpula de la CGT se mostró con los principales dirigentes de los movimientos sociales para presentar un acuerdo estratégico conjunto y lanzar, con financiamiento estatal, "el Plan de Desarrollo Productivo para la pospandemia". Se trató de la segunda foto conjunta del último lustro y la primera desde la salida del moyanismo y de Juan Carlos Schmid, uno de sus principales interlocutores, de la conducción de Azopardo. El mensaje abre una ventana de posibilidad, pero también una certeza: no habrá integración de la UTEP, sindicato que conformaron a fines del año pasado y con el que aspiran a confederarse, a la central obrera.

El anhelo de las organizaciones sociales de tener un lugar en Azopardo no es nuevo. La CGT sigue siendo un polo de atracción ineludible e irremplazable para las organizaciones sindicales. Incluso después de 4 años de fuertes cuestionamientos, desgastes y críticas, en los que estuvo puesta en duda por su accionar (¿o falta de?) frente a la gestión de Mauricio Macri y hasta debatida su legitimidad, a finales de 2019 todos se amontonaron para volver. Los que se habían ido de la conducción, los que se habían negado a integrarla, los que se habían desafiliado hacía décadas y hasta los que ganaron terreno en paralelo. Parece no haber más allá ni capacidad para imaginar una alternativa superadora.

 

El primer paso fue el pedido formal que hizo hace algo más de dos años la CTEP, por entonces espacio mayoritario del triunvirato de San Cayetano. Esa nota estaba firmada por Esteban "Gringo" Castro, hoy secretario General de la UTEP, y ya hablaba de un padrón y una estructura homologa a la de un gremio. "Imposible que entren. Si los dejás entrar te manejan la CGT", blanqueó un cacique cegetista ante la consulta de InfoGremiales. Más allá del ímpetu y del poder de movilización que en los últimos años demostraron los movimientos sociales, se refería a la cantidad de congresales que habría que reconocerle a un gremio que aspira a representar a más de 4 millones de trabajadores informales. Se trata de un conjunto 4 veces más importante que el universo al que representa la Federación de Empleados de Comercio de Armando Cavalieri, desde hace décadas gremio más populoso del país y uno de los más importantes en número de latino américa.

"Hay que encontrar una instancia de articulación con los compañeros. No pueden ingresar porque el modelo sindical no lo permite, pero hay que armar una mesa para articular con ellos porque son trabajadores a los que hoy les toda estar en otra situación", fue la salida alternativa que se animó a esbozar otro de los dirigentes que aspira a tener un rol trascendental en la CGT modelo 2021. Y ese ya es un cambio radical respecto de lo que se pensaba mayoritariamente hasta hace unos años, cuando no querían sentarse en la mesa con los "piqueteros" e incluso algunos se encargaban de cuestionarlos públicamente cada vez que tenían la chance de acceder a un micrófono.

El trasfondo teórico del asunto, que también se traduce en un debate político y económico dentro del propio Gobierno sobre cómo encarar las políticas públicas, es cómo considerar a la denominada economía social. Si dotarla de un piso de derechos porque es una situación permanente en la que transitará su vida laboral una poción del mercado de trabajo o se la debe pensar como una transición hacia la economía formal. En la práctica, para el mundo sindical, la pregunta es: ¿La UTEP llegó para quedarse o habrá punto de retorno hacia el trabajo registrado?.

La foto de la polémica

De izquierda a derecha, Liliana Zulet, Fabiola Yañez, Alberto Fernández, Hugo Moyano y Jerónimo Moyano. Así formó el team político sindical que el sábado pasado comió un asado en la Quinta de Olivos, con una sobremesa de varias horas, y que se sacó una foto sin distanciamiento social ni barbijo, que reveló este cronista, y que disparó polémicas varias, con diferente nivel de profundidad. Para este repaso nos alcanza con sus repercusiones en el plano sindical. Dos lecturas: AF mantiene su idea de hacer equilibrio y los camioneros no quitan los pies del plato mientras la causa contra Pablo entra en un terreno fangoso.

El viernes participó de un congreso encabezado por Héctor Daer, el sábado almorzó con los Moyano y el lunes se fotografió en una inauguración con Sergio Sasia y Omar Maturano. Tres fotos de alta densidad para el mundo sindical que llegaron en sólo 96 horas. Ese delicado equilibrio de Alberto, entendible para un gobierno que llegó con la premisa del "Es con Todos" y que a 4 meses de asumir se encontró con una pandemia de la que todavía no conocemos su daño final, no parece compatible con la histórica verticalidad del mundo sindical argentino. Salvo para quienes están abiertamente "afuera", cuando se salda la disputa por la conducción de la CGT queda saldada, adicionalmente, la batalla por la hegemonía de la interlocución con la gestión de turno.

Esto último no es menor. Una de las principales aspiraciones de varios de los dirigentes cegetistas es sentarse en la mesa chica en la que los Gobiernos toman las decisiones. Ser parte. Incluso para algunos es más importante el hecho de ser parte de la mímica de la toma de decisiones que las propias determinaciones que se tomen. Sólo eso particular fenómeno puede explicar, por ejemplo, el comportamiento de Roberto Fernández que hasta 2015 miró con desagrado la gestión de CFK y hasta se sumó a alguna huelga, pero que desde 2016 cambió su actitud y se posó a la derecha de Guillermo Dietrich, por entonces ministro de Transporte de Cambiemos, para anunciar como propio un, más que impopular, aumentazo en los boletos de pasajeros. O la posición de Guillermo Pereyra, puntal de la hasta diciembre de 2015 combativa CGT Azopardo y, poquitos meses más tarde, principal colaborador al proyecto de reforma laboral por sector con la adenda Vaca Muerta. Sin que haya habido solución para el tributo a las Ganancias, su principal eje de reclamo, Pereyra hasta integró las comitivas presidenciales de Macri.

Para ser justos, vale aclarar que no son los únicos casos. Incluso buena parte del desagrado con el que se mira a la ex presidenta desde el edificio de la central obrera tiene que ver con el rol secundario al que creen que los empujó durante sus 8 años en La Rosada. Suelen recordar que por entonces se enteraban de las medidas cuando se sentaban a escuchar los anuncios en Casa de Gobierno o cuando leían los diarios. Algunos empiezan a temer que ese vuelva a ser su lugar. Más allá de las fotos, los gestos y los buenos modales con todos, todas y todes, nadie en el mundo sindical tiene certeza ni precisiones sobre cuales son las tan promocionadas 60 medidas para reactivar el país en la pospandemia.

El otro dato para seguir de cerca, según los conocedores de los pasillos de la Justicia, es el agravamiento de la situación de Pablo Moyano. No se trata de hechos vinculados a su actividad gremial, sino sobre su rol como vicepresidente de Independiente, lugar desde el que lo acusan de liderar una asociación ilícita junto a la cúpula de la barra brava. La semana pasada ganó tiempo suspendiendo una indagatoria y juega todas las fichas a lograr la nulidad de la causa, pero la posibilidad de que vaya a juicio crece día a día. La instantánea de Hugo a AF llegó apenas 24 horas después de esa argucia del abogado de Camioneros. Está claro que un futuro con Pablo en prisión hoy parece distópico. Bloqueos, desabastecimiento, movilizaciones y caos. Sin embargo en un país en el que nos corrieron el horizonte de verosimilitud lo suficiente como para que cualquier cosa pueda ocurrir, parece imposible que un gobierno no siga de cerca el asunto.

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